Tomar el toro por los cuernos
La iglesia de San Jacinto. Foto: Francisco Ortiz Pardo
Ni desganado ni con muchas ganas me paré de la silla y me dirigí a la cocina a prepararme el café. Al poner el agua a hervir en el posillo, me acordé de hace algunos años, cuando, recordando a mi ex novia, escribí un cuento corto para hacerle memoria.
POR LUIS MAC GREGOR ARROYO
Hoy me siento bien. Leer este libro ha sido de utilidad para mí: El arte de amar, al fin alguien habla coherentemente sobre lo que es Dios y da una guía para hacer la vida y acercarse a él obteniendo los beneficios de seguirle. ¡Increíble! Hace dos años y fracción que no pensaba en él y ahora hago el esfuerzo por ser uno de sus más fervientes seguidores. Después de la Biblia, el Dr. Fromm realmente toca aspectos clave de lo que debe de ser una relación de amor con los demás, con tu pareja y con el mismo Dios. Tal vez pienso demasiado en lo paranormal y por eso acabé siguiendo al Todo Poderoso. Para saber. Por cierto, ya es hora del café matutino.
Ni desganado ni con muchas ganas me paré de la silla y me dirigí a la cocina a prepararme el café. Al poner el agua a hervir en el posillo, me acordé de hace algunos años, cuando, recordando a mi ex novia, escribí un cuento corto para hacerle memoria. Es sin duda una de las mujeres más discretas que he conocido. Quien lo dijera, no fue argentina, ni cubana (con todo y que estuve 15 días ahí para ver si conseguía pareja), ni sueca y mucho menos gringa, sino guatemalteca, la mujer que conquistó mi corazón por un año, tal vez, ahora que recuerdo, el mejor año de mi existencia; aunque eso está por verse, pues he tenido mis altibajos desde entonces.
En fin, recuerdo ese amor, silencioso, de ojos expresivos y una sonrisa encantadora; aunque era para momentos especiales. Ese cuento donde salíamos de una conferencia sobre culturas antiguas de medio oriente y se exaltaba el poder del falo del hombre por sobre la mujer, haciendo al hombre indiscutiblemente el dominante con respecto a la hembra. Tras esa ponencia y ver su rostro de enojo, no pude sino reírme para mis adentros. Por supuesto que no creí lo que dijo el conferencista ni tantito, pero Gania sí se lo tomó a pecho, hasta le tuve que rogar para que se relajara y me dejara invitarle un café. Con el cual sacó todo su disgusto y me permitió llevarla a caminar por el parque cercano.
Ella fue una mujer verdaderamente espléndida y creyente en Dios. Yo por entonces era ateo. Sin embargo, le coqueteaba al Señor un poco al ir a visitar Iglesias con tal de tenerla contenta. Inclusive me hizo ir a misa, algo raro en mí, pues ni en Navidad me daba la vuelta a la Iglesia. Posiblemente Dios estaría resentido conmigo por ser un católico mediocre; porque lo quisiera o no estaba bautizado y el Espíritu Santo ronda en el interior de uno se crea o no.
Esa tarde después del parque fuimos a la iglesia cercana. Nunca he visto un templo más obscuro que el de la Plaza de San Jacinto. Al entrar y ver el altar pareciera que éste hubiera absorbido tal cantidad de energía negativa que sólo daba buena impresión la imagen de un santo que estaba en la parte media. Se antojaba un templo donde quienes se atrevieran a entrar sólo eran visitantes llenos de malignidad.
En ese momento me puse a reflexionar en todos los males que hay en el mundo. Que existen personas malas, en verdad; pero atrás de ellas está la malignidad de este planeta. Tal vez simplemente el hambre, la guerra, la pobreza extrema es resultado de la imposibilidad de algunos poderosos de ver el camino que pudiera llevarlos a descubrir al Señor. Igual que los que tras estar en una situación de precariedad no salen por lo mismo, y los que lo logran, es por seguir al Rey de Reyes como se debe. Mirando alrededor, en la oscura luz de ese templo, me pregunté ‘¿dónde estaré yo?’, ´seré un hipócrita más por no creer en el Todo Poderoso’, ‘¿cómo he de creer en él si muchas cosas tienen una explicación científica? Los grandes desastres naturales, todos, tienen un origen natural; lo mismo que las guerras, las cuales son realizadas por envidias y ceguera. Gracias a Dios, que no existe, vivo en un país bananero como México’.
Eso pensaba entonces, ahora las cosas han cambiado. Ahora voy al templo varias veces por semana, pero no para acompañar al romance en turno, cuando lo hay, ni para ver si se me prende la chispa de saber cómo encontrar a Dios, pues ya lo he encontrado, pese a que suelo fallar a menudo en cumplir los 10 mandamientos. No cabe duda, cuando a uno no le queda nada en su existencia recurre a la esencia primigenia de uno: Dios.
Encontrar a Dios requiere sólo de actitud. Un error está en esperar ver un milagro para creer en él. Sólo cuando uno decide tener fe, y esconstante en ello, es cuando ocurren los milagros en la vida de uno. Tal vez no son muy aparatosos, pero cumplen su función. Al tener fe la actividad intelectual se pone de lado y uno avanza ciegamente hacia lo desconocido.
Respecto de cómo acercarse a Dios, muchos autores expresan sus descubrimientos. Aquí hay algunos ideas relevantes, del ya fallecido, doctor Erich Fromm en su libro El arte de amar:
- No tomarse las cosas como hobbie.
- Levantarse temprano.
- Ser constante: el hábito hace al monje.
- Ser disciplinado: ya sea en el trabajo o en una colectividad.