CARTAS A LOS REYES MAGOS / Saludos a la Monarquía
Mirra. Foto: Especial
“La mirra no viene mal si además se acompaña de efectivas y extensas campañas de salud y conservación de los recursos naturales para evitarnos plagas de alcances bíblicos ”.
POR OSWALDO BARRERA FRANCO
A ver, no es que uno quiera abandonar los principios antimonárquicos y pasarse sin recato alguno al lado realista nada más porque sí. Para nada. Hay razones de peso que explican esta temporal simpatía por la realeza y me parece que conviene llevarla bien con ella por unos días, al menos hasta el 6 de enero, cuando retomaremos las raíces republicanas, y luego de que hayamos señalado oportunamente a los que aportarán los tamales y el atole el 2 de febrero tras haber despachado la rosca que marca el término oficial del maratón Guadalupe-Reyes.
Ahora que, si esta simpatía provoca escozor, podemos optar por un relato más místico y hacer referencia no a tres figuras reales, sino a tres magos de Oriente, para evitar con ello suspicacias y lamentaciones. Como nota al pie, algunos dicen que no eran tres sino al menos cuatro, sin embargo, hombres despistados al fin y al cabo, uno no quiso preguntar por el camino a Belén y, confiando en su magia, se dejó guiar por su instinto en lugar de por la estrella/cometa que brillaba en el cielo cual anuncio publicitario.
En fin, sea uno creyente o no de esta historia, o más bien por meras cuestiones mercadológicas, de lo que se trata es de aprovechar la tradicional carta a los reyes magos con motivo de la Epifanía para solicitar algunos de sus dones y favores, que igual les han de sobrar, y para los cuales habrá que colocar zapatos de talla extragrande.
Entonces, ya que están por rumbos del Medio Oriente y conocen bien aquel revuelto vecindario, sería fantástico cambiar el tradicional incienso por algo más potente y efectivo que haga entrar en razón a quienes se han dedicado a fastidiar, de un lado y otro, los esfuerzos por llegar a una paz estable entre pueblos que, aunque pretendan ignorarlo, tienen un origen común y han compartido el mismo territorio desde antes de que tuviera su nombre actual. No habría nada más preciado para los habitantes de ese y muchos otros lugares, aprovechando de una vez la omnipresencia de estos fantásticos personajes, que un acuerdo, en los hechos más que en papel, que les permitiera coexistir de aquí hasta el fin de los tiempos, que tanto se empeñan por adelantar.
Por otra parte, la mirra no viene mal si además se acompaña de efectivas y extensas campañas de salud y conservación de los recursos naturales, ya que van junto con pegado, para evitarnos plagas de alcances bíblicos que nos hagan a cuestionarnos si, más bien, la verdadera plaga somos nosotros. Vaya uno a saber de qué otra manera somos capaces de entender que no estamos peleados con la naturaleza ni somos dueños de ella, sino que somos ese frágil eslabón de la cadena que puede romperse y llevarse al traste a un sinfín de seres consigo. No somos únicos ni imprescindibles, ni el último chocolate del invierno, pero sí los que tenemos la responsabilidad final de cuidar el único hogar que hemos conocido y que, al parecer, aún no ha encontrado la forma de desalojarnos.
En cuanto al oro, miren que a veces deslumbra más de lo que conforta, ya que, al hablar de abundancia, no vendría mal que aquellos viajeros de Oriente nos aportaran algo más que riqueza material e indicadores bursátiles. No deberían escatimar si les diera por otorgarnos otro tipo de bienes, sobre todo de índole intelectual y emocional, de tal forma que siempre nos sintamos satisfechos y dispuestos compartir nuestra empatía con y por los demás. Eso de acaparar a expensas de otros, mientras nos empobrecemos por dentro para mostrarle al mundo cuánto hemos logrado “crecer” de acuerdo con lo que poseemos, es más de tiempos feudales y catedrales opulentas. No olvidemos que este mundo tiene un límite en cuanto a lo que es capaz de darnos; su generosidad es finita, pero la nuestra no si nos lo proponemos.
Y ya que intercambiamos el incienso, la mirra y el oro por otros dones más preciados, de una vez vamos por el pilón, que al fin al cabo los magos no tienen límite de crédito que se sepa, al menos en términos bíblicos, y no están sujetos a sólo tres deseos como los genios.
Qué se puede pedir que, más allá de afinidades y caprichos, sirva a propósitos nada egoístas. Bueno, aquí valen varias opiniones, pero, por lo que pude ver a lo largo del año recién finalizado, me parece que esperar un nuevo ciclo lleno de retos que nos hagan crecer y aprender siempre, sin importar que sean buenos o malos momentos, pero que impliquen nuestro desarrollo tanto personal como comunitario, sería algo que me gustaría compartir con ustedes. El disfrute de la experiencia humana, con cada una de sus facetas, es el don que más apreciaría en este año recién estrenado, ya que nos involucra, tanto en lo individual como en lo colectivo, como un todo.
Así que, queridos reyes o magos, o ambos, se agradecería, si no los importunamos demasiado, que a lo largo de su deambular por tierras del Medio Oriente nos mostraran cómo, aunque sea una frase común y gastada, en el recibir está el dar, para que en el fondo también nos sintamos un poco majestuosos como ustedes.