Ciudad de México, mayo 2, 2024 07:35
Francisco Ortiz Pardo Opinión Revista Digital Enero 2024

EN AMORES CON LA MORENA / Una lanchita de latón

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“Quiero una de esas para echarla andar y que navegue con la ilusión y la esperanza de que un día los niños no vivan el sinvivir de la guerra, la explotación sexual, el mercantilismo…”

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Queridos Magorreyes:

Recuerdo el día 6 de enero de no sé qué año en que me trajeron mi bici Vagabundo. Era verde –aerodinámica— y me sentía soñado. No sé si los chavitos de ahora se emocionen tanto como yo entonces. Lo que sí creo es que en estos tiempos se ha perdido la capacidad de sorprenderse.

Al escribir esta carta pienso justamente en que ni siquiera ya utilizamos la tinta sobre el papel y aquellos globos de hule con un gas que levantaban al cielo las peticiones de los regalos, algunos con ojitos y boca de esos que vendían en Chapultepec o la Alameda Central, no existen más.

Sé que con ello se ha ido mucho de la ilusión con la que vivíamos entonces. En el mundo había guerras pero a mi generación le tocó el acuerdo de que el mundo se podía destruir sólito si se atacaban los dos grandes polos y entonces les dio por vigilarse con el instinto de la sobrevivencia. Lo que pasa hoy es que a las grandes potencias no le importan las muertes de otros.

Se supone que estamos en la era de Acuario, o si acaso próximos a ella, y para estas alturas ya debíamos entender que para zanjar las diferencias religiosas bastaría saber que somos hijos del mismo Dios o su expresión en varios dioses, en el Universo con su número infinito de estrellas. No deberían morir los niños en Gaza, ni en ningún lugar, porque también muchos pequeñitos siguen muriendo por hambre en países africanos o regiones aisladas de Latinoamérica.

En lugar de la sorpresa, se pretende llenar los huecos de las dudas con el consumismo, que deja todavía más huecos que tercamente nos empeñamos en saciar una y otra vez de la misma forma imposible. Recuerdo que cuando niño me ponía muy contento con el muñeco Kid Acero que me trajeron ustedes. Le daba vida jugando con él en un montículo de tierra al centro de un enorme jardín común de la comunidad, que con dos enormes círculos formaba un ocho. Yo mismo me encargaba de darle larga vida al autómata, al no arrumbarlo en el tercer día.

Tristemente noto que los niños de la ciudad moderna, sobre todo aquellos que sus familias tienen mayor posibilidad económica, pierden pronto la ilusión mientras aquellos otros niños de Gaza se apuran a refugiarse para salvar la vida, como si se les obligara a ser ellos mismos los muñecos de acero, indestructibles. No tuvieron elección.

¿Qué no les enseñamos a los pequeños de ahora para que puedan valorar siquiera lo poco que tienen?

Recuerdo aquellas lanchitas de latón que poníamos a navegar en una fuente –o en una simple tina—, activadas por la energía del calor producido por una velita. Quiero una de esas, queridos Magorreyes, para echarla andar y que navegue con la ilusión y la esperanza de que un día los niños no vivan el sinvivir de la guerra, la explotación sexual, el mercantilismo, la complicación, las envidias y el egoísmo de los adultos.

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