Cartografía de la desigualdad
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Ciudad de México. Contrastes. Foto: CEEY.
“Cada día es una contienda silenciosa: calcular el gasto de la despensa, sumar las monedas para el transporte, estirar el salario hasta donde parece imposible. La ciudad no espera; exige, golpea y también sorprende…”
POR NANCY CASTRO
MADRID. Toda ciudad es un mapa de lo que se tiene y de lo que falta. Nada revela tanto a un país como el precio de lo cotidiano.
Vivir en la Ciudad de México no es barato; hace años que dejó de serlo. Sin embargo, existen maneras de sobrevivir con poco. La magnitud de la ciudad permite que convivan diferencias sociales.
En México la desigualdad económica es más que una brecha: es un abismo social. Por un lado, están los que sobreviven, muchas veces, ganando apenas el salario mínimo de ocho mil 364 pesos; por el otro, una élite que posee lujos casi obscenos —grandes apartamentos, inversiones, acceso a servicios privados— en una metrópoli inmensa donde las diferencias estructurales se hacen visibles en cada esquina. En las zonas más pobres, millones luchan día a día por cubrir necesidades básicas.
En julio de 2025, considerando que la población de la ciudad alcanza los 9.2 millones de habitantes, el 4.6 por ciento vive en situación de pobreza, lo que equivale aproximadamente a 5.7 millones de personas, según datos del Coneval. Pero estas cifras solo reflejan parcialmente la realidad: la pobreza no se mide únicamente por ingresos, sino también por carencias en servicios esenciales como educación, salud, vivienda y acceso a agua potable o transporte. Para quienes viven con lo mínimo, cada día es un desafío; los salarios apenas alcanzan para cubrir alimentación, transporte y servicios básicos, y cualquier gasto inesperado puede convertirse en una crisis.
En México la desigualdad económica es más que una brecha: es un abismo social...”
Mientras tanto, los sectores más acomodados disfrutan de una ciudad paralela: viviendas amplias y modernas, acceso a servicios privados, educación de élite y comodidades que parecen ajenas al resto de la población. Esta desigualdad extrema se hace visible en los barrios y colonias, en la infraestructura y los espacios públicos, en la movilidad y en la calidad de vida.

La Ciudad de México, a pesar de su riqueza cultural y económica, es un mosaico de contrastes donde la opulencia y la precariedad coexisten, a veces a escasos metros de distancia, recordando constantemente que en la misma ciudad conviven mundos casi irreconciliables.
Desde hace cuatro años, los precios de la canasta básica en México no se estabilizan; al contrario, continúan subiendo. En términos comparables, algunos productos esenciales cuestan lo mismo que en España, o incluso más. Para ponerlo en perspectiva, el euro cotiza alrededor de 21.19 pesos mexicanos: eso significa que para muchos mexicanos es un lujo mínimo, en valor relativo puede ser similar al que paga una persona en Madrid por productos cotidianos.
Según datos de Profeco, el paquete de 24 productos de primera necesidad ronda entre 724 y 910 pesos en supermercados como Bodega Aurrera. Por su parte, en España —tomando como referencia el estudio de la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) sobre la cesta de productos básicos— los precios promedio han subido un 2.5 % en 2025.
De manera más concreta
Los precios de los productos de primera necesidad en México y España revelan un contraste sorprendente. En Bodega Aurrera, un bolillo cuesta apenas tres pesos, mientras que en Mercadona, en Madrid, una barra de pan (baguette ) cuesta 0.95 €, lo que equivale a unos 20 pesos mexicanos. El aceite, indispensable en la cocina, se vende en México entre 30 y 40 pesos por litro, mientras que en España cuesta 1.75 € (aproximadamente 37 pesos).
Los artículos de cuidado personal tampoco son mucho más baratos: un champú Pantene en México ronda entre 70 y 100 pesos, mientras que en Mercadona su precio va de 2.95 a 4,05 €, es decir, entre 62 y 86 pesos. El papel higiénico tiene un rango aún más amplio: de 40 a 120 pesos en México, frente a de dos a 4,80 € en España (42 a 102 pesos). La leche, esencial para muchas familias, se encuentra en México entre 25 y 45 pesos, y en Madrid entre 0.85 y 2.00 € (18 a 42 pesos).
Los alimentos básicos como el arroz también muestra esta paradoja: un kilo se vende entre 20 y 35 pesos en México, mientras que en España cuesta de 1.88 a 2.55 € (39 a 54 pesos). El jitomate, esencial en la dieta mexicana, se encuentra a 25 pesos el kilo, apenas un poco más caro que el equivalente español de un € (21 pesos). El pollo, uno de los principales proveedores de proteína, oscila entre 120 y 150 pesos por kilo en México, mientras que en Madrid su precio varía de 3.50 a 6.82 € (74 a 145 pesos).
Estos números muestran que, para muchas familias mexicanas de ingresos bajos, los productos de primera necesidad no siempre son baratos. En algunos casos, pagan más que en España por artículos equivalentes, pese a tener ingresos mucho menores. Mientras tanto, en las zonas más acomodadas de la ciudad, los precios de bienes y servicios de lujo crecen sin límite, haciendo aún más evidente la distancia entre quienes viven al día y quienes pueden permitirse la opulencia.
El transporte público también refleja la diferencia en el costo de la vida y el poder adquisitivo. En Madrid, tanto el autobús como el metro tienen un precio de 1.50 € por viaje, lo que equivale a unos 32 pesos mexicanos al tipo de cambio actual. En contraste, en la Ciudad de México, un viaje en autobús ronda entre 7.50 y nueve pesos, mientras que el metro cuesta 5 pesos. A simple vista, los números mexicanos parecen más bajos, pero la realidad cambia al compararlos con los ingresos promedio: el salario mínimo en México apenas alcanza para cubrir lo básico, mientras que en España, el sueldo promedio es de mil 184 € al mes (unos 25,000 pesos), lo que permite que los gastos de transporte representen una fracción mucho menor del ingreso total.
Este contraste no solo muestra que la vida puede ser más costosa en términos relativos en México, sino también cómo el salario define la capacidad de acceso a servicios básicos. Mientras que un español promedio puede desplazarse por la ciudad sin que el transporte suponga un esfuerzo económico significativo, para muchas familias mexicanas de ingresos bajos, cada viaje representa un cálculo cuidadoso dentro de un presupuesto extremadamente limitado.
En la Ciudad de México, la vida transcurre entre el murmullo del tránsito, los pasillos abarrotados de los mercados y el ritmo incesante del metro que nunca duerme.
Cada día es una contienda silenciosa: calcular el gasto de la despensa, sumar las monedas para el transporte, estirar el salario hasta donde parece imposible. La ciudad no espera; exige, golpea y también sorprende.
Y sin embargo, entre la dificultad y la escasez, emerge la espontaneidad de quienes viven al día: los vendedores que sonríen entre la prisa, los niños que juegan en las calles pese al polvo, el ruido y la inseguridad. Los vecinos que comparten lo poco que tienen. Esa manera improvisada de sobrevivir deja huellas profundas: algunas visibles, como los rostros cansados y las manos ásperas; otras invisibles, en la ansiedad que se guarda en silencio y en la resiliencia que se forja sin aplausos.
En esa ciudad de extremos, donde la opulencia y la precariedad coexisten a unos metros de distancia, la vida cotidiana de la gente de a pie es un acto de equilibrio constante. Cada día se vive, se lucha y se improvisa, dejando un rastro de estragos y de dignidad que dibuja, a su manera, la verdadera cartografía de la Ciudad de México.














