Ciudad de México, mayo 8, 2024 14:48
Catalina Villarraga Pico Opinión

CATALEJO CÍVICO / Que no nos llamen ¡idiotas!

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

En inicio de sus colaboraciones quincenales en Libre en el Sur, Catalina Villarraga, Maestra en Urbanismo, nos indica el sitio donde se encuentra el poder ciudadano

Del otro lado de la orilla signada por la idiotez se encuentra su antagonista: la práctica de la areté, palabra en griego cercana a la acción ciudadanizada virtuosa que busca y procura el ejercicio de la excelencia en la vida compartida en común.

POR CATALINA VILLARRAGA PICO

Las ciudades y sus contornos de interacción socio territorial y pertenencia político-administrativa (región, áreas metropolitanas, municipios conurbados, etc.) no sólo se construyen por medio de diversas políticas más o menos públicas basadas, por ejemplo, en análisis socioespaciales, económicos, de derechos u otros; justificadas preferiblemente en problemáticas evidentes, y, moldeadas desde diferentes perspectivas dominantes en el circuito de toma de decisiones en algún momento dado. Que, dicho sea de paso, sean adecuadas o no, son elaboradas desde el supuesto que pretenden un mejor funcionamiento y calidad de vida en las ciudades. Cualquiera sea, lo que se promueva desde quienes toman decisiones en el ámbito gubernamental y público como mejor funcionamiento y mejor calidad de vida.

 
Las ciudades y realidades urbano regionales también se construyen desde el alejamiento o acercamiento de su ciudadanía habitante a prácticas propias de la idiotez, del ser idiota. ¡Calma!, no es la intención empezar esta columna insultando, sino por el contrario, llamar la atención evocando el significado de la idiotez comprendido por filósofos griegos siglos atrás, que hace alusión a la inercia negativa de quienes habitando con otros iguales en dignidad y derechos un espacio común de vida -para ellos polis, para nosotros actualmente la ciudad con sus contornos- se comportan de manera egoísta y apática, considerando como prioridad su ámbito privado de interés, sin tener en cuenta, qué pasa afuera, es decir, con lo común en ese espacio compartido, con la construcción del bienestar colectivo, demostrando escaso interés en la comunidad a la que pertenecen. 
 
Del otro lado de esa orilla signada por la idiotez, se encuentra su antagonista: la práctica de la areté, palabra en griego cercana a la acción ciudadanizada virtuosa que busca y procura el ejercicio de la excelencia en la vida compartida en común y pública, más allá de la búsqueda del propio interés de índole particular o privado. No obstante, sabemos que nadie es perfecto y tampoco estoy planeando una oda a la perfección, porque eso difícilmente hace parte del carácter humano. En su lugar, la excelencia y la virtud estaría conformada por y reflejada en una práctica consciente y consistente de los poderes de ciudadanía que tenemos y están a nuestro alcance -aunque a veces sean desconocidos o inactivos por nosotros mismos-, para contribuir a formar mejores ámbitos y entornos de vida en común, lo cual siempre se amplificará de manera positiva en la propia vida. Imagínense un bumerán de acción ciudadanizada consciente que regresa hacia Uds y nosotros para sumar a nuestro bienestar todo lo que sembramos hacia afuera, hacia lo común. Y no, no se trata de un sueño guajiro, de delirios salidos de cuentos heróicos o de ingenuidades, se trata de apropiarse de un rol responsable y corresponsable con nuestros entornos, que sumado uno a uno y colectivamente resulta en algo más posible y alcanzable.

Ahora bien, si algunos de esos poderes particulares de ciudadanía tradicionalmente se obtienen por el hecho de nacer en un Estado en particular, por cumplir la mayoría de edad o adoptar una segunda nacionalidad que confiere derechos semejantes a los atribuidos por origen, y, se ejercen quizá con mayor notoriedad en algunos eventos especiales como los del calendario electoral, programados para elegir por sufragio universal a quienes ostentarán cargos en el gobierno en sus distintos niveles por cierto tiempo. La mayoría de poderes de ciudadanía se hallan en otro lugar, se encuentran en el cómo interactuamos y asumimos en lo cotidiano, el día a día, esos diferentes temas que nos acercan a las autoridades públicas y decisores de políticas, como puede ser una simple gestión administrativa en una instancia pública, hasta aquellos que afectan a nuestra comunidad, a nuestros entornos locales inmediatos y que tocan ámbitos más lejanos, pero que ciertamente nos deberían importar. Por ejemplo, lo que hacemos o dejamos de hacer frente a la poda de árboles de manera indiscriminada; frente a la conversión de un espacio verde o de una playa en un botadero de basura o de escombros de construcción; frente a la opacidad de instancias que tienen la responsabilidad de publicar los temas en que trabajan y rendir cuentas por ello; frente a la violencia de adultos contra niñas y niños, entre otros, pues la lista podría continuar.

Pero, esos poderes cotidianos no afloran de la nada, esos poderes se adquieren primero por medio de la curiosidad y voluntad de ser partícipes del devenir de nuestros espacios de vida, seguido de interesarse por crear una mejor vida en común, una vida digna de vivir, e indagar cómo hacerlo desde nuestros propios ámbitos por medio de las reglas de juego existentes e incidiendo cuando sea necesario para lograr cambios que beneficien en un sentido de derechos y colectivo. Sobre todo, para adquirir esos poderes será necesario habilitarse, entrenarse, aunque sea de manera autodidacta y a contracorriente de la cultura imperante para lograrlo. Empezando por interesarse en conocer qué pasa a nuestro alrededor, ya sea a unos pocos metros o a muchos kilómetros de nuestro espacio de habitación; también será necesario desarrollar criticidad y capacidad de sorpresa e indignación. En pocas palabras, se trata de despojarse y despojarnos un poco cada día, del idiota interno para hacer brillar la práctica de la areté en la vida pública y privada, y no precisamente porque eso sea lo más cómodo, sino porque es el compromiso más retador y si se persiste, también fructífero.

Por tanto, les invito ahora a hacer un alto en el camino del acelere y las carreras de lo cotidiano, para reflexionar y preguntarse en serio ¿de cuál lado usualmente nos comportamos?,  ¿será hacia el lado de la idiotez o hacia el lado de la virtud que nos conduce a desarrollar nuestros poderes de ciudadanía?; ¿preferimos ser espectadores egoístas o hacedores de nuevos caminos para una mejor vida en común?. Si me preguntan, responderé: Que no nos llamen ¡idiotas!

*Politóloga y Maestra en Urbanismo

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