DAR LA VUELTA / Por el placer de caminar
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Donde estuvo la vieja terminal de tranvías en Mixcoac, hoy es un jardín. Foto: Francisco Ortiz Pardo
“Seguramente soy afortunado de vivir en el barrio de Mixcoac, caminable y agradable de recorrer, con calles casi solo para peatones, una plaza arbolada, cafés y restaurantes con terraza”.
POR ERNESTO LEE
Suelo salir a dar la vuelta por mi barrio, solo por el gusto de caminar. Seguramente soy afortunado de vivir en el barrio de Mixcoac, “caminable” y agradable de recorrer, con calles casi solo para peatones, una plaza arbolada, cafés y restaurantes con terraza. Se trata un entorno que, por supuesto, comparto con otras personas: las que van a hacer un poco de ejercicio, los estudiantes que al final de clases conversan con sus compañeros, los papás que pasean a sus hijos pequeños y aquellos que salen a caminar con sus mascotas y van a hacer alguna compra.
Cuando voy “a dar la vuelta”, me gusta caminar por calles nuevas y recorrer aquellas por las que no suelo transitar frecuentemente. Solo cuando recorremos las calles a pie podemos conocer realmente nuestro entorno. La mayoría de los viajeros, cuando visitamos alguna ciudad, es lo que hacemos: salir a dar la vuelta para conocer el lugar que se ha decidido visitar.
Si solemos movernos en algún transporte, muchas cosas pasan desapercibidas; pero cuando uno sale a dar la vuelta caminando descubre las tiendas en las que nunca reparó, el pequeño café que está a la vuelta de la esquina, la cerrajería, la paletería y ese pequeño local que vende quesos artesanales y vinos.
Tengo amigos van más allá, literalmente, hacen largas caminatas a otros barrios, otras colonias, y su universo citadino se expande. Conocen pequeñas librerías, cafés o restaurantes de barrio que ofrecen platillos de cocinas internacionales, museos particulares y, además, coleccionan hermosas e insospechadas puertas y ventanas … en fotografías. También recuerdo a aquel amigo que todos los días, sin importar las condiciones climáticas, salía a dar una caminata muy larga, siempre siguiendo una ruta distinta, y al que bromeábamos diciéndole que su verdadera profesión era maratonista y no pintor de caballete.
También descubrimos que aún existen personas que se creen muy listas porque subrepticiamente van a depositar su basura al pie de un árbol, en el recoveco de alguna jardinera o junto al poste de una esquina, con la certeza de que “desaparecerá mañana”.
Claro que, al dar la vuelta, muchas veces uno se encuentra con sorpresas no siempre agradables. Uno se percata que las banquetas están rotas, con coladeras que no tienen tapa, que otras se han fracturado por las raíces de los árboles, y pienso en lo que han de padecer los padres que salen con sus niños en carriolas o tal vez en las personas que utilizan sillas de ruedas. Vemos que hay basura de todo tipo y que pueden cruzarse en nuestro andar horribles ratas, que seguramente se alimentan de los restos de comida que la gente arroja a la calle. Que varios de los bolardos que colocaron en las esquinas de las calles y sobre las aceras, están rotos o doblados y pienso que, en lugar de servir de algo, se convierten en un obstáculo peligroso para peatones y autos. Que los limpiavidrios guardan sus pocas pertenencias en la rama de un árbol y que cuando terminan se cambian de ropa. Que hay personas que piden limosna para “un taco”.
También descubrimos que aún existen personas que se creen muy listas porque subrepticiamente van a depositar su basura al pie de un árbol, en el recoveco de alguna jardinera o junto al poste de una esquina, con la certeza de que “desaparecerá mañana”. Podemos identificar perfectamente a las personas que nunca barren el frente de sus casas, que dejan que las hojas de los árboles y la basura las barra el viento y la lluvia, muy poético, pero después vienen a lamentar que la calle se encharcó porque las coladeras se taparon.
Salir a dar la vuelta es, pues, una aventura, un descubrimiento, un reencuentro y una forma de conocer y vivir nuestra realidad citadina.