Ya somos un país con más canas

Once millones de pesos es el precio que el dueño le pidió a Maricela Jasso por el departamento de la colonia Roma en donde vive desde hace más de 40 años, el cual será remodelado para estancias cortas a extranjeros. Es en la calle de Puebla 267, donde se ubica un edificio viejo, con tres departamentos, en cada uno hay muchas puertas, con piso de madera y techos altos; dos de estos están habitados, en el piso de abajo habita una mujer y en el segundo piso vive Maricela Jasso López, maestra jubilada de 73 años, junto con su nieto Gibran y su gato Macario; debido a la petición del propietario, deben dejar de habitar su hogar en diciembre de este año, según la notificación del contrato renovado. Durante años, ella ha pagado una renta de 7 mil pesos por el departamento y mudarse en la misma colonia le será insuficiente para pagar otra renta con un promedio de hasta cinco veces más de lo que paga actualmente. Foto: Graciela López / Cuartoscuro
Entre la pensión y la informalidad, el desafío de sostener la vida en la tercera edad
El envejecimiento en México: de 15 millones en 2020 a casi 19 en 2023
Trabajo precario, enfermedades crónicas y cuidados invisibles marcan la vejez
STAFF / LIBRE EN EL SUR. FOTOS: CUARTOSCURO
México envejece más rápido de lo que reforma sus instituciones. El país ya no es el de la pirámide joven, sino el de la base que se adelgaza y la cima que se ensancha. Casi 19 millones de personas de 60 años o más lo encarnan. Trabajan, cuidan y sostienen, pero también enferman y sobreviven en la informalidad. La pensión de Bienestar alivia, pero no reemplaza un sistema integral. La diabetes y la hipertensión son la sombra que crece con la edad. El 20% sin cobertura médica sigue siendo un hueco insalvable. Y los cuidados invisibles cargan sobre las espaldas de mujeres que no reciben nada a cambio.
La vejez mexicana es, hoy, una combinación de resistencia y vulnerabilidad. Es el mercado ambulante donde todavía trabaja una abuela, es la cola de un centro de salud sin medicinas, es la transferencia bimestral que compra lo indispensable, es la cama donde un anciano espera que alguien lo ayude a ponerse de pie. El país tiene la oportunidad de construir un sistema que dignifique esa etapa de la vida, pero el tiempo corre. Porque el envejecimiento ya no es un futuro a discutir: es el presente que toca la puerta en cada hogar.

La curva demográfica se inclina hacia la vejez
El México que envejece se mide en números: en 2020 había 15.1 millones de personas de 60 años o más, equivalentes al 12% de la población nacional. Para 2023, la cifra ascendió a casi 19 millones, el 14.7% de todos los habitantes del país. En solo tres años, casi cuatro millones de mexicanos pasaron a formar parte del segmento de adultos mayores. Esta transición no es menor: México ha dejado de ser un país predominantemente joven y se encamina a convertirse en una sociedad donde la proporción de personas mayores rivaliza con la de los niños.
El Censo 2020 documentó que por cada 100 menores de 15 años había 48 personas de 60 años y más, y la tendencia apunta a que esa balanza se equilibrará en menos de dos décadas. La Ciudad de México concentra el índice de vejez más alto del país, con colonias donde la población mayor ya es dominante. En contraste, en estados como Oaxaca, Guerrero o Chiapas el envejecimiento ocurre sobre un terreno frágil: mayor proporción de adultos mayores sin afiliación a servicios de salud y con menos infraestructura social para sostenerlos.
Un dato contundente revela la dimensión del desafío: en 2023, el 49.4% de todas las personas con discapacidad en México eran adultos mayores. Es decir, casi la mitad de quienes requieren apoyos especiales para caminar, ver, escuchar o valerse por sí mismos, están en la franja de 60 años o más. Envejecer no es solamente acumular años; en México significa enfrentar carencias y, muchas veces, hacerlo con limitaciones físicas que demandan cuidados especializados que casi nunca existen en la oferta pública.

Entre la informalidad y la pensión
En la narrativa pública suele pensarse en la vejez como un retiro sereno, pero en México la realidad es otra: uno de cada tres adultos mayores sigue trabajando. No lo hacen por vocación de actividad ni por deseo de mantenerse ocupados, sino porque no pueden dejar de hacerlo. Según cifras del INEGI, el 33% de las personas de 60 años y más se mantienen en la Población Económicamente Activa. La mayoría lo hace en condiciones precarias: 49% trabaja por cuenta propia, 70% en la informalidad y 45% percibe hasta un salario mínimo. Apenas poco más de la mitad de los subordinados accede a prestaciones, lo que significa que millones de personas trabajan en la vejez sin seguridad social, sin ahorros para el retiro y con ingresos mínimos que apenas alcanzan para la subsistencia.

Frente a esa precariedad, la Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores ha significado un alivio parcial. En 2025, el programa dispersa 6,200 pesos bimestrales a 12.7 millones de beneficiarios de 65 años y más. Se trata del mayor programa social en términos de cobertura y presupuesto. Y sus efectos se reflejan: entre 2018 y 2022, la pobreza en mayores de 65 años bajó de 43.2% a 31.1%, y la pobreza extrema se redujo de 8.8% a 4.8%, según el CONEVAL. No obstante, la pensión es un piso mínimo, no una solución estructural. No sustituye las prestaciones laborales, ni garantiza atención médica, ni cubre las crecientes necesidades de cuidados. Es un ingreso que sostiene la despensa y ayuda a pagar medicinas, pero no resuelve la precariedad acumulada de toda una vida laboral marcada por la informalidad.

El dilema está a la vista: México tiene una población mayor cada vez más amplia, con una proporción significativa trabajando en condiciones sin derechos y con una pensión que funciona como contención, pero que no cambia de fondo las condiciones de desigualdad. El Estado ha apostado por transferencias monetarias, pero sigue sin articular un sistema integral de seguridad social que acompañe la vejez en sus múltiples dimensiones.
Salud, cuidados y soledad
Las enfermedades crónicas no transmisibles son el espejo más brutal del envejecimiento mexicano. La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) 2022 documenta que la prevalencia total de diabetes en adultos es de 18.3%, una cifra alarmante que crece de manera pronunciada a partir de los 60 años. En el caso de la hipertensión, el panorama es aún más preocupante: 47.8% de los adultos la padecen bajo el criterio internacional ACC/AHA. Tres de cada cinco no saben que son hipertensos y, de los diagnosticados y tratados, apenas un tercio logra tener la presión arterial bajo control. Es decir, millones de adultos mayores viven con enfermedades silenciosas que no son diagnosticadas o que no se controlan de manera efectiva.
La carga de estas enfermedades crónicas se combina con otro problema estructural: el acceso desigual a servicios de salud. El Censo 2020 mostró que 20% de los adultos mayores no tenía afiliación a ninguna institución de salud. En estados como Michoacán, Tabasco y Oaxaca, la proporción sin cobertura superaba el 25%. Eso significa que una de cada cinco personas de 60 años o más no tenía un lugar garantizado para recibir atención médica, justo en la etapa de la vida donde la necesidad es mayor.
A ello se suma la dimensión de los cuidados. La Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC) 2023 reveló que muchas personas de 75 años o más requieren ayuda cotidiana para bañarse, vestirse, preparar alimentos o simplemente movilizarse. La carga de esa asistencia recae casi siempre en mujeres de la familia, sin remuneración y sin apoyos formales. México no cuenta con un sistema nacional de cuidados que reconozca y atienda esta necesidad creciente. La consecuencia es que la vejez se vive, muchas veces, en soledad o en dependencia total de familiares igualmente precarizados.