EL ÁLBUM / Nuestras amadas mascotas
En el México rural de los siglos XIX y XX sus habitantes convivían con aquellos que conocemos como animales de granja.
ADRIÁN CASASOLA
Los animales y el ser humano han estado ligados desde tiempos inmemoriales. A nivel de supervivencia, como primer vínculo entre ellos, al cazar para alimentarse. Con el paso de los siglos, comenzaron una relación simbiótica a través de un largo proceso de domesticación que terminó por el control de la reproducción de los animales para un provecho específico. Sin buscar más lejos, la relación entre el perro y el hombre comenzó miles de años atrás, cuando el lobo comenzó a acercarse al hombre…y lo demás es historia.
Dentro de todas las culturas antiguas y evidentemente en el México prehispánico se atribuyó a los animales cualidades y poderes únicos, al grado de personificarlos en sus uniformes de batalla (como el caballero águila o el guerrero jaguar), realizar “cruzas míticas” entre éstos (Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, es un evidente ejemplo) y construir templos y altares en su honor.
Los españoles trajeron a nuestro continente los animales de carga, entre los que se incluyó el caballo, que se convirtió con el transcurrir de los años en un compañero inseparable de los mexicanos. Si nos detenemos a estudiar acerca de las guerras dentro de nuestro país, desde la independencia, el conflicto con Estados Unidos en 1847, las batallas en Puebla de 1862 y obviamente la Revolución Mexicana, la presencia de este animal fue crucial en todos los sentidos.
Esta relación soldado-caballo es un vínculo impresionante de amistad y confianza mutua. Lo que conocemos como una raza única, el caballo azteca, tiene cualidades que resultaron de la mezcla de tres especies. Es ese mismo animal que hoy es protagonista principal en el único deporte nacional: la charrería.
El México rural de los siglos XIX y XX, en donde abundaban desde grandes latifundios y haciendas hasta pequeñas parcelas, sus habitantes convivían con aquellos que conocemos como animales de granja. Hasta la fecha visitamos algún rancho, confiamos en ser despertados por el gallo y cuidados y protegidos por los perros guardianes que ladran ante cualquier situación fuera de lo común. Tal vez podamos tener la fortuna de ordeñar a una vaca y pasear a caballo, mula o burro a través de estos bellos lugares.
Actualmente, en una ciudad como en la que vivimos, ya sea en casa o departamento, nos las ingeniamos para acomodar a uno o más perros y sacarlos a pasear a un parque cercano, o bien comprar rascadores y casitas para nuestros gatos, que están más cómodos sin salir de casa. Lo importante es disfrutar de nuestras mascotas y, como dicen por ahí, “tratar de convertirse en la persona que mi perro cree que soy”.
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