Ciudad de México, noviembre 23, 2024 03:52
Francisco Ortiz Pardo Opinión

EN AMORES CON LA MORENA / El rock ha muerto… ¡viva el rock!

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Con las recientes presentaciones de Rosalía y Los Fabulosos Cadillacs en el Centro Histórico de esta capital parece haberse desatado la euforia sobre una falsa expresión de la brecha generacional. ¡Ay, las redes!

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Al poner en el buscador de Google la palabra “reggaetón” lo primero que aparece es el video de la canción de J Balvin que lleva el mismo nombre. Desde hace cuatro años ha acumulado 255 millones de vistas y en su parte más profunda –es un decir— el artista colombiano canta: “Ya tú sabes quiénes son. Me resalto del montón. Dios bendiga el reggaetón, amén. Hasta abajo, así soy yo Yankee pa’ esta me inspiró. Bajo fuerte como ron. Falda con mi pantalón”.

Innegable es para cualquiera que esta letra es una de las mayores influencias entre los seguidores de ese género, al que sus defensores buscan redimir con sus contenidos supuestamente libertarios. Me gusta discutirlo, no lo niego, y aprendo de quienes me dan argumentos que buscan matizar de alguna forma, y de muy buena fe, el hedor que me provoca esa música (no quiero llamarla sonsonete) al escucharla. Pero es que no es solo una cosa de gusto, eso qué importa; es que para mí lo que arriba he citado es el reflejo de un mundo donde los jóvenes se rinden antes del intento.

Parte de los padres de familia, claro, suelen defender la propia carencia de la que ineludiblemente han formado parte, y como que les pesa que los que vienen nos reprochen haber dejado el mundo como está. Hay quienes sostienen en cambio, y comparto con ellos, que ante los múltiples infortunios posteriores al desencanto producido por el quiebre de los sueños de 1968, e incendiados de plano en la “década perdida”, a nuestra generación X le dio por buscar respuestas, mucho más cerca del explosivo “¿Cómo se siente?” de Bob Dylan que de las “faldas con mi pantalón”. Tal vez por algo el de Dulutuh, Minesota ganó el Premio Nobel de Literatura y tal vez por lo mismo el rock se ha dejado acompañar por él, a su pesar, por cierto.

Otro lugar común es atribuirle a los reguetoneros el mérito de la conquista de libertades sexuales que venían ocurriendo cuando menos desde veinte años atrás (y no estoy incluyendo al movimiento hippie, muy anterior). Claro: Como no existió Freddie Mercury, ahora resulta que practicamos el conservadurismo del que antes fuimos víctimas por parte de nuestros padres. Que aquel soñador de pelo largo que fue Serrat se ha vuelto un renegado que, curiosamente, continúa escuchando Matador o Persiana Americana o Pies descalzos de la mismísima Shakira antes de su claudicación, cuando recibía elogios hasta de Gabriel García Márquez.

Lo anterior viene a cuento porque con las recientes presentaciones de Rosalía y Los Fabulosos Cadillacs en el Centro Histórico de esta capital parece haberse desatado la euforia sobre una falsa expresión de la brecha generacional. ¡Ay, las redes! Ni siquiera la comparación vale la pena, a pesar de que la cantautora española es probadamente talentosa, lo cual también es recurrentemente usado para justificar el mercantilismo musical y el consiguiente consumismo. La chica nos regala joyitas como esta:

Llevo coco con canela
Perfumada, escapemos si es que quieres
Vengo en moto, soy una mami
Y si hay un día, hoy es ese día

Para ser y cambiar, o no ser y disfrazar
Your angel, you’re my vamp tonight.

No me preocupa más el asunto que como espejo sociológico de un momento. Que tales frases, en pocho, repercutan en la mentalidad de los chicos como algo libertario cuando ni siquiera se plantean una duda. Frente a ello, surge una falsedad que va creciendo a pesar de todas las muestras que la contradicen: “El rock ha muerto”.

Por supuesto que Claudia Sheinbaum miente para hacer propaganda cuando dice que la asistencia al concierto de los Cadillacs el sábado 3 de junio superó a Paul Mac Cartney o a Roger Waters para convertirse en un récord. Pero aquí lo que más importa es la parte cualitativa: niños y niñas, jóvenes y antiguos, incluidos todos esos “conservadores” que militaron en los sueños del pelo largo, retacaron la plancha frente a la Catedral Metropolitana y superaron por mucho en cantidad la de cualquier tecno banda o artista reguetonero. Si el tiempo se hubiera detenido muchos años, como quería Saúl Hernández, Caifanes no sería hoy mismo una banda aclamada por los más jóvenes en varios países. ¿Cuántas canciones de los reguetoneros seguirán siendo coreadas dentro de tres décadas?

Desde Dylan y antes, porque ya algo había sido Elvis Presley, el rock fue un grito de rebeldía que con el tiempo acompañó a los movimientos sociales. No siempre igual, claro. Pero aún con la Movida española en los ochenta, cuando algunas letras no pretendían mucho más que aderezar el triunfo de la libertad tras décadas del franquismo, la creatividad explotó en el idioma de Cervantes. En la bioserie sobre Fito Páez, el argentino se indigna porque el líder de una banda española no se da cuenta del momento en que llegaron los noventa y con ello la vuelta del espíritu de los hippies para deleitarse con los frutos negados en el pasado. “Es muy hippie”, había dicho Charly García de su propio pupilo. En México, el “rock en tu idioma” fue en sí mismo una disrupción, cuando tradicionalmente la televisión comercial había fabricado artistas que reproducían en español los éxitos de cantantes ingleses o gringos. Para la juventud, la palabra en la música fue empoderamiento, lo aparecido de lo perdido de aquel Festival de Avandaro pero además corregido y aumentado.

El mítico Leonard Cohen, quien junto con Dylan fue la mayor influencia en los contenidos letrísticos de los más destcados símbolos de la historia del rock, entre ellos The Beatles, Pink Floyd y The Rolling Stones, dijo entre muchas otras cosas hermosas, al recibir en 2011 el Premio Príncipe de Asturias por parte del gobierno español:

“Ustedes saben de mi profunda conexión y confraternización con el poeta Federico García Lorca. Puedo decir que cuando era joven, un adolescente, y buscaba una voz en mí, estudié a los poetas ingleses y conocí bien su obra y copié sus estilos, pero no encontraba mi voz. Solamente cuando leí, aunque traducidas, las obras de Federico García Lorca, comprendí que tenía una voz. No es que haya copiado su voz, yo no me atrevería a hacer eso. Pero me dio permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz, es decir, para ubicar el yo, un yo que no está del todo terminado, que lucha por su propia existencia. Y conforme me iba haciendo mayor comprendí que con esa voz venían enseñanzas. ¿Qué enseñanzas eran esas? Nunca lamentarnos gratuitamente. Y si uno quiere expresar la grande e inevitable derrota que nos espera a todos, tiene que hacerlo dentro de los límites estrictos de la dignidad y de la belleza”.

Esas son las expresiones libertarias a las que hoy se trata como “las de los viejitos”.

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