Ciudad de México, diciembre 3, 2024 11:16
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Enrique Rébsamen: La calle de los tres famosos

Artistas de la actuación, el canto y el toreo, Pedro Infante, Sara García y Silverio Pérez, coincidieron en una época y un mismo espacio… en la colonia Narvarte Poniente

POR RODRIGO VERA

¡Qué tiempos aquellos! En los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado eran vecinos cercanísimos tres grandes personajes de esa época: el cantante y actor Pedro Infante, la actriz Sara García y el torero Silverio Pérez. Vivían a pocos pasos, en la calle Enrique Rébsamen, casi esquina con Concepción Beistegui, en la colonia Narvarte de la ciudad de México.  

En algunas declaraciones, solía quejarse Sara García de que, cuando llegaba a compartir filmaciones con Pedro Infante –recuérdese que juntos actuaron en la película Los tres García, una joya de la comedia ranchera–, ella acostumbraba salir puntual de su domicilio rumbo a los estudios cinematográficos, pero al pasar por la casa de su vecino el ídolo sinaloense, lo encontraba en la calle lavando su automóvil, muy despreocupado, silbe y silbe, sin importarle el retraso que podría provocar en la filmación.  

Sara García vivía en Enrique Rébsamen número 929, en una casa de portón rojo y barda tapizada de enredaderas que aún se conserva. Lo mismo se mantiene en pie la casa que habitó Pedro Infante, de color azul plumbago y estilo colonial californiano, marcada con el número 728 de esa misma calle.

De por medio, a ambas casas solo las divide la calle Concepción Beistegui, en un frondoso tramo de altas jacarandas que crecen a sus dos costados y cuyas copas se entrelazan en lo alto, conformando un techo de intensísimos colores morados.    

Sara García y Pedro Infante. Foto: Especial

Cuentan los viejos vecinos –ya muy pocos— que algunos 10 de mayo, día de las madres, Pedro Infante se apostaba frente a la casa de Sara García para llevarle “Las mañanitas”, ya que ella solía interpretar el papel de “madre” o de “abuela” en aquella época dorada del cine mexicano. 

Dicharachero, vestido de charro y montado a caballo, el cantante entonaba en la calle algunas de sus famosas melodías, frente a la barda tupida de enredaderas de la actriz. Salían los vecinos para participar en el jolgorio, muy entusiasmados de oír y de ver cantar tan de cerca al mismísimo Pedro Infante. Ni más ni menos. Podían saludarlo y platicar con él. Todo un privilegio.    

¿Y Silverio Pérez? Bueno, el afamado “faraón de Texcoco” habitaba una casa de color blanco que justo quedaba en el cruce que hacen las calles Enrique Rébsamen y Concepción Beistegui. En ese punto, en las tardes en que el matador se vestía de luces y tomaba el vehículo para dirigirse al ruedo, se congregaban aficionados taurinos para darle ánimo y desearle suerte.           

–¡Suerte matador!— le gritaban.

Pedro Infante y Silverio Pérez. Foto: Especial

En ese tiempo, se acrecentaba aún más la fama de Silverio debido a un pasodoble que entonces le compuso Agustín Lara, donde le llamaba “maestro del trincherazo”, “tormento de las mujeres” y otros elogios que lo subían por los cielos, un pasodoble que, por cierto, ya se convirtió en todo un clásico de la música taurina, imprescindible en cualquier festejo. 

En una ocasión entré en la casa que fue de Silverio. En mi calidad de reportero fui a entrevistar a su hija, doña Silvia Pérez, con motivo de uno de los constantes amagos por desaparecer la fiesta brava. De pronto, muy amable, doña Silvia me condujo a un despacho decorado con muebles de madera labrada. Una ventana que daba a Concepción Beistegui iluminaba la estancia

“Este era el despacho de mi padre. Se mantiene tal cual. Son los mismos muebles que él uso”, me dijo.

Luego, con el dedo índice apuntando hacia el tapete que cubría el piso, agregó:

“Los días en que mi padre iba a torear, entraba a este despacho y se la pasaba tumbado sobre el tapete, boca arriba y con los brazos abiertos, en silencio, lleno de miedo. Después salía rumbo a la plaza de toros. Ahí ya se le veía decidido”.

Al escuchar esta anécdota, de inmediato recordé el documental Torero, sobre el matador Luis Procuna, dirigido por el cineasta Carlos Velo a fines de los cincuenta. Más allá de ser una película sobre Procuna, es ante todo sobre el miedo… sobre el miedo que tienen los toreros antes de salir al ruedo… como el que tumbaba en el piso al gran Silverio.

Su casa es la única que demolieron. Ya no existe, a diferencia de la de Pedro Infante y la de Sara García. En su lugar se levantó un edificio de departamentos de cuatro pisos, forrado con grises adoquines. Aquí y allá brotan nuevos edificios. Y van desapareciendo las casas estilo californiano que había en la zona, cuando Pedro cantaba en la calle y Silverio salía vestido de luces, en medio de la gente que se les arremolinaba. ¡Qué tiempos aquellos!

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