Ciudad de México, mayo 1, 2024 21:14
Historia Reporte especial Revista Digital Junio 2023

La fatalidad del automóvil

Históricamente las muertes por enfermedades han disminuido en esta ciudad, mientras las sucedidas por accidentes automovilísticos se han incrementado.

POR NADIA MENÉNDEZ DI PARDO

De acuerdo con fuentes médicas, periodísticas e históricas, existe un constante incremento de muertes, lesiones, traumatismos e incapacidades producto de accidentes automovilísticos, que implican además pérdidas económicas y consecuencias sociales y emocionales. Según Daniel Cano, líder de proyectos de seguridad vial del Instituto de Recursos Mundiales, tan solo en el 2022 se presentaron 40 accidentes viales cada día en México, un 28% ciento más en comparación con el 2021, lo que lo convirtió en el año más crítico.

Los accidentes de tráfico y los atropellamientos como problema grave, iniciaron a finales del siglo XIX en la ciudad de México con la llegada del automóvil. Su aparición se remonta a los últimos años del Porfiriato, es decir al último cuarto del siglo XIX. Durante ese periodo llegaron a México, los llamados’ fordsitos’ así como otros modelos más lujosos. El primero de estos llegó a México en 1895, nombrado como “el coche del diablo”. Según algunos historiadores eran llamados así por el ruido que emitían, por el olor a gasolina, y la población no comprendía su funcionamiento. De tal manera que al final del régimen de Porfirio Díaz, en 1910, la capital contaba con 200,000 automóviles, importados en su totalidad.  

En la Revolución Mexicana varios procesos redujeron la ampliación del parque automotor, pero a mediados de la década de 1920 comenzó a recuperarse, y no sólo debido al incremento de importaciones. De acuerdo con Vicencio Miranda, en 1925 se instalan las líneas de montaje de la empresa automovilista Ford; y en 1935 llegó la compañía General Motors. Más aún, en 1938 inicia operaciones Automex que posteriormente se convertirá en Chrysler. Todas estas empresas centraron su actividad en el montaje de vehículos destinados al mercado local.

Durante el período de 1940 a 1960, la Ciudad de México experimentó un crecimiento acelerado en la industria automotriz y un aumento significativo en el número de vehículos en circulación. Esto, a su vez, condujo a un incremento en los accidentes automovilísticos en la ciudad. La falta de infraestructura vial adecuada y el aumento en la densidad de tráfico contribuyeron a la ocurrencia de accidentes. Las calles y avenidas capitalinas no estaban diseñadas para manejar el creciente número de vehículos, lo que resultó en congestión y situaciones de tránsito peligrosas.

Tráfico en la Avenida 5 de Mayo. Foto: Osuna / La Ciudad de México en el Tiempo

Así que este continuo incremento del parque automotor  generó la citada “epidemia” de accidentes, que  se  observa especialmente en las reacciones médicas y de la población, registradas en la prensa y en las revistas médicas de las décadas de 1950, 1960 y 1970. En un artículo llamado con el título “Lluvia trágica”, publicado en 1958 en Cuadernos americanos por el médico Manuel Martínez Báez, se explicó que la constante multiplicación de automóviles es acompañada por el continuo incremento de accidentes. Cada año la cifra de accidentes mortales causados por los automóviles es mayor que la del año anterior. Lo que contrasta fuertemente con el constante descenso de la mortalidad por enfermedades infectocontagiosas. Pese a ello, escribió Martínez Báez, “a nadie se le ocurre que la resolución de este problema se encuentre en disminuir la producción de coches de motor”.

En 1966, en otro artículo de una revista médica, Antonio González Ochoa sostuvo que entre 1930 Y 1964 se redujo en México en general y en el D.F en particular, la mortalidad y morbilidad por varias enfermedades transmisibles, como la viruela, el tifo, la tifoidea, la poliomielitis, la tosferina y el paludismo. Y que en cambio habían aumentado los incapacitados y los muertos por accidentes. El autor expresó que hacer el comparativo de las muertes epidemiológica y los accidentes de tránsito tienen como fin el educar a los habitantes y obtener su cooperación para prevenir y reducir el número de víctimas y defunciones. El médico presentó el caso de la calzada Ignacio Zaragoza, en la que entre 1959 Y 1964 murieron por accidentes de tránsito 279 personas, mientras que en toda la ciudad fallecieron 4,937 personas.

En 1961 el médico Alfonso Millán hizo un planteamiento sobre la salud mental de los mexicanos, señalando que el número de enfermos mentales y neuróticos en México crecía y asoció esta situación a varios factores, principalmente el alcoholismo y los homicidios, pero hizo énfasis en “que la muerte por homicidios se agrava por la muerte violenta a causa de accidentes de tránsito”.

De los materiales médicos surge que es necesario describir las causas, así como las consecuencias de los accidentes de tránsito presentando datos del conductor y de los atropellados: género, edad, ocupación, nivel educativo… También se necesita establecer lugar y hora del accidente, y especialmente las consecuencias en términos de mortalidad, discapacidad, morbilidad tanto de conductores como de atropellados; es decir quiénes son los que resultaron lesionados y muertos. Es básico establecer las acciones médicas y no médicas. Los accidentes más comunes incluían colisiones entre vehículos, atropellamientos de peatones y choques contra estructuras fijas. Las lesiones y las muertes relacionadas con estos accidentes eran frecuentes y la seguridad vial no era una prioridad tan destacada.

Fue en las décadas mencionadas cuando los médicos dieron mayor difusión al incremento de las consecuencias negativas generadas por los accidentes producidos por el transporte automotor, dejando a su paso pérdidas emocionales, económicas, traumatismos tanto físicos como mentales e incapacidades. Ellos  denunciaron la falta de medidas preventivas o, por lo menos, el incumplimiento de las mismas. Como si el tiempo no hubiera pasado, hoy los accidentes son, todavía, una de las principales causas de mortalidad en México y su capital.

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