De la felicidad enigmática

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La felicidad es indudablemente subjetiva, placentera, efímera, indispensable y alcanzable
POR ALEJANDRO ORDORICA
¿Quién no ha apostado, una y otra vez, a ganar la felicidad en la Lotería de la Vida? Esa fuerza interior que nos impulsa a transitar hacia un estado de ánimo o sensación tan disfrutable, gozosa, aunque momentánea y casi indefinible.
A propósito, la memoria me remite a una clase de filosofía en mis días universitarios, cuando nuestro profesor nos pidió a cada uno de los integrantes del grupo, dar ejemplos sobre lo que considerábamos significaba la felicidad.
Las respuestas que dimos fueron abrumadoras en cantidad y claramente disímbolas: Algunas aludían a experiencias gratificantes en la niñez, a la vida familiar, en tanto otras a la salud, los logros de cada quien, la posesión de bienes materiales o bien vivencias en las inmediaciones de la emoción y la espiritualidad.
Me atrapan algunas que ahora las proceso con ternura y humor, como aquel compañero de clase confesando que los días más felices de su vida se remitían a apagar las velitas en su pastel de cumpleaños, y sobre todo a sus tres deseos previos: conseguir una novia guapa, estrenar un auto último modelo… y aprobar los exámenes.
Habíamos recibido antes de aquel ejercicio de reflexión personal, nociones y enseñanzas de filósofos célebres, lo mismo de la antigüedad que de la época contemporánea, quedándome claro, que el concepto de la felicidad mostraba tantas excepciones como pensadores y escuelas filosóficas se propusieron definirlo. Ya desde los griegos, se advertían las diferencias que guardaban entre sí, pues por ejemplo, mientras que Aristóteles sostenía que es el fin último del ser y sólo posible mediante la práctica de la virtud, el equilibrio y el justo medio, Epicuro trataba de convencernos de que el placer es el mejor camino para alcanzarla, desplazando al dolor. Por igual, filósofos de épocas subsiguientes difirieron, ya Schopenhauer, en el entendido de que la felicidad es algo fugaz, ilusorio, y requiere de lucha, voluntad y conciencia, que Nietzsche con su consabida negación a buscarla, y que en definitiva depende de cada persona; o Sartre, quien la resume en ”Querer lo que uno hace, y no hacer lo que uno quiere”.
Qué decir de las propias religiones y su particular visión, bien sea el cristianismo, de naturaleza teísta, y su prédica de que sólo a través del amor a Dios y al prójimo, puede uno acceder a la felicidad; o en otra, no teísta, cómo es el budismo, que recomienda la liberación de las pasiones, los apegos, los deseos mundanos y el dolor, para conseguirla.
Con los años, nos enteraríamos de que así como hay un medidor para conocer el grado de crecimiento de una economía, o Producto Interno Bruto, se instauraría otro para dimensionar que tan feliz es un pueblo, o Producto Interno de la Felicidad, por lo que abro aquí un paréntesis pensando en nuestro México, que en mi opinión no podría sentir tanta felicidad en los días actuales, dada la elevada pobreza existente junto a déficits tan escandalosos, en cuanto a seguridad, salud, educación, autoritarismo gubernamental, corrupción devaluación democrática, asesinatos a periodistas, libertades acotadas o la destrucción persistente de instituciones que tanto nos servían, entre otras calamidades que padecemos
Pero de regreso al intercambio de opiniones en el aula, que situo en las postrimerías de los años 60, me atrapan algunas que ahora las proceso con ternura y humor, como aquel compañero de clase confesando que los días más felices de su vida se remitían a apagar las velitas en su pastel de cumpleaños, y sobre todo a sus tres deseos previos: conseguir una novia guapa, estrenar un auto último modelo… y aprobar los exámenes; o una alumna, asegurando que obtendría la felicidad de casarse bien, no tener hijos rebeldes, y una familia no tan disfuncional; y alguien más que memorizo a empujones, conformándose pícaramente con llegar a ser un político para tener todo de todo. Cuando tocó mi turno, dije palabras más palabras menos, que me era difícil definir a cabalidad lo que es la felicidad, pero que por fortuna disponíamos de un gran abanico proveniente de la sabiduría ancestral, y que en buena parte todas eran válidas y elegibles, además de suponer que lo importante residía en saber lo que nos hace felices y ser capaces de procurarla, distinguirla, sentirla… En fin, que en las respuestas como se dice en el refranero popular, había de chile, de dulce, y de manteca.
Al término de nuestras exposiciones, el maestro, con sumo conocimiento e irreprochable lucidez, nos centró y aportó una síntesis brillante: La felicidad es indudablemente subjetiva, placentera, efímera, indispensable y alcanzable.
Como Colofón, al salir de clases, quise imaginar que había alguna coincidencia entre lo que expuse y dijo el maestro, y eso me hizo sentir feliz, aunque fuera tan sólo por un instante