Ciudad de México, noviembre 22, 2024 02:10
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Imprimen vecinos de la Delegación Benito Juárez su estilo para recibir a Francisco: ‘Yo quiero al Papa matarililirilón’ (CRÓNICA)

(Mariana Malagón y Francisco Ortiz Pardo)- A las 8:40 de la mañana del sábado 13 de febrero el termómetro marca cinco grados centígrados. Tejocotes, Fresas, Patricio Sánz, Adolfo Prieto, Amores, Nicolás San Juan, son calles emblemáticas de la colonia Del Valle que lucen prácticamente vacías, cerradas al tránsito vehicular. También San Francisco, que lleva el nombre del apóstol de los pobres, el mismo que ha adoptado el primer Papa latinoamericano de la historia, que en tan solo 12 minutos más cruzará justo por ahí.

La realidad engaña: en el camino para encontrar la ruta del obispo de Roma hacia el Zócalo de la Ciudad de México, aparece la vendedora de tamales, muy abrigada, y los policías federales, que sorprenden no sólo por su porte imponente con armas de alto poder sino también porque dan los buenos días. Pero no están los miles de fieles que uno imagina, dada la apoteósica bienvenida que dieron a Jorge Bergolio la noche anterior.

Por la calle Moras el sol naciente comienza a dibujar las sombras de los árboles sobre la banqueta y los pájaros permanecen acurrucados en sus ramas, posponiendo su canto matinal. El silencio permite escuchar con nitidez los sonidos humanos que poco a poco aumentan de volumen. No son coros de Iglesia ni cantos religiosos, sino el singular estilo que tienen los vecinos de las colonias Acacias, Actipan, Tlacoqueméctal y Del Valle para encontrarse con el Papa, integrantes de una comunidad muy católica pero cuya calidad de vida contrasta con las personas a las que Jorge Bergoglio verá en los próximos días en las marginalidades de Ecatepec, la zona indígena de Los Altos de Chiapas o las cárceles de Ciudad Juárez.

Acaso los mismos que se contaron entre los primeros en recibirlo en las calles de la Delegación Benito Juárez la noche del viernes 12, pocos minutos después de que su avión aterrizó en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. La espera había terminado. El primer Papa jesuita pasó por territorio juarense alrededor de las 21 horas. Los devotos llegaron desde cinco horas antes para apartar cada cual su sitio de medio metro apretado a las orillas del Circuito Interior, listos con su celular en la mano para poder captar el momento en el que el Sumo Pontífice pasaría frente a ellos.

Llegaron equipados de comida, chamarras, banquitos, sillas y hasta escaleras “para ganarle altura a la vista”, algunos con cámaras fotográficas; otros de plano treparon a los postes de luz. Un niño sobre los hombros de su padre preguntaba, alzando las mejillas y pelando los ojos: “¿Ya viene el Papa mamá?”. La mujer respondió: “Ya no tarda, viene en camino”. Mientras que los suertudos vecinos cuyas viviendas tienen vista a Río Mixcoac disfrutaban cómodamente la espera desde su balcón o ventana. Los vendedores no podían faltar: pequeñas banderas del Vaticano en 20 pesos o dos por 30. También “luces de colores”, de a 30.

Colocados estratégicamente en las esquinas o a mitad de la calle, en puentes peatonales para evitar su uso, elementos de las policías Federal, Auxiliar, Bancaria e Industrial, Militar y Marina, incluso algunos vestidos de civil, estuvieron presentes desde un día antes en la ruta por la que transitaría el líder católico, para que la visita papal transcurra sin percances. Aunque en las aceras de Río Mixcoac no se observaba una multitud de asistentes, la escena era diferente en la Avenida de los Insurgentes, donde se complicaba la caminata porque la amplia banqueta se volvía estrecha con el tumulto.

¡Ahí viene el Papa!, se escuchaba a tiempos, pero sólo eran falsas alarmas. En tanto, los fieles se encargaban de gritar porras dirigidas al Sumo Pontífice o cantar alabanzas. Era un ambiente festivo. El vuelo de los helicópteros y las luces roja y azul, fueron la señal: el Papa estaba cerca. ¡Ahora sí ahí viene!, ¡Ya viene el Papa! Los saludos, frases de cariño y agradecimiento se escuchaban conforme avanzaba el papamóvil: “¡Bienvenido, Francisco!, ¡Se ve, se siente, Francisco está presente!”, gritaban entusiastas.

Grupos de visitantes de otros estados de la República como Aguascalientes, Sonora o Puebla. Personas de la tercera edad con bastón o en silla de ruedas, estuvieron también allí. Las calles aledañas a la ruta se percibían vacías, algunas se convirtieron en estacionamientos. Las arterias cercanas a la Nunciatura Apostólica, en la colonia Guadalupe Inn permanecen bloqueadas: Era necesario vivir en la zona, dejar artículos sobre una bandeja y pasar por un detector de metales para lograr el acceso.

Tras el paso del Papa, los asistentes comenzaron a retirarse. “Cinco horas de espera valieron la pena”, expresó sonriente Laura, quien se trasladó desde Ecatepec. Pero frente al edificio cuya fachada ostenta el escudo Vaticano, ubicado en la calle Juan Pablo II, los fieles pedían “un poquito más”, que Francisco se asomara. Sólo el coro matizaba la exigencia: “¡Queremos ver al Papa, queremos ver al Papa!”. Y lo lograron. El Sumo Pontífice salió unos momentos y rezaron con él un Ave María. La felicidad de poder verlo “de cerquita” era evidente en jóvenes de la Universidad Anáhuac Sur, que lograron quitar la valla metálica. Tras 24 horas ininterrumpidas entre el viaje por avión, primero a Cuba y luego a México, y el recorrido pletórico, Francisco convenció a sus seguidores de retirarse para dejar dormir a los vecinos. Y a él, por supuesto.

A las 8:52 del sábado 13 de febrero, las orillas del Eje 8 Sur Popocatépetl están llenas de gente. Esta vez no hay banderas del Vaticano y los fieles no portan más que sus abrigos y gorros. Hay ojeras y también ilusión, sobre todo en los ojos de los adultos mayores. Los primeros llegaron a las 6 de la mañana. Una chica de unos 20 años lidera una de las porras con una nariz de payaso. Se le da la irreverencia, que en los tiempos del nuevo Papa no es más que la espontaneidad a la que el Pontífice anima: “Yo quiero al Papa matarililirilooon”. Los juarenses le ponen su propio estilo mientras los pájaros empiezan a cantar.

(En la foto: El Papa Francisco, a su paso por la esquina de Moras y Popocatépetl).

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