Ciudad de México, abril 24, 2024 22:28
Cultura

Serrat, el que se quedó sin voz, la recupera ante su público entregado en el Zócalo

Miles de seguidores de Joan Manuel Serrat, el cantautor catalán más español, se niegan a su petición de hacer a un lado la nostalgia bajo la llovizna

Se despide de los escenarios del mundo en magno concierto frente a la Catedral Metropolitana con sus canciones más emblemáticas y sin consignas políticas.

FRANCISCO ORTIZ PARDO

En el efecto de la imagen parece que un diminuto personaje al que Joaquín Sabina ha postulado como merecedor al premio Príncipe de Asturias al lado de Leonard Cohen, saluda mientras flota sobre un conjunto de paraguas con gotas que se van resbalando poco a poco, como su propia despedida de los principales escenarios del mundo que pisó por décadas, entre ellos el que a sus espaldas luce con la imponente y colonial Catedral Metropolitana de Ciudad de México.

La misma ciudad a la que Joan Manuel Serrat, tan catalán y tan español, llegó, exiliado del franquismo, en 1976. El celebrísimo cantautor, que había ido perdiendo la voz en los últimos años, la recuperó ante sus fieles seguidores, un público mayoritariamente de entre 40 y 60 años de edad, en pleno Zócalo capitalino y con la complascencia de Tláloc que, como él mismo le agradeció a la deidad precolombina, permitió que una llovizna no se convirtiera en aguacero y con ello pudiera corear la concurrencia sus más emblemáticas canciones, como Mediterráneo, Cantares y Penélope.

Los “serratianos”.

Por supuesto que en esta plancha no había 80 mil personas, como dijo el gobierno en ese afán por inflar las cifras de los eventos culturales y convertirlos en propaganda. Pero sí las suficientes para sacarle las lágrimas al nacido en Barcelona hace 78 años. Él mismo se encargó de dejar sellado el agradecimiento “escrito en música”, y abandonar todo panfletarismo político, en pleno debate por la militarización de la Guardia Nacional y cuando en España el rey Felipe había promulgado apenas un día antes la insólita Ley de Memoria Democrática, en la que se condena –al fin– la dictadura de Francisco Franco.

Sin alabanzas, sin politiquerías, con poesía. Ni siquiera la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo, recibió el tradicional agradecimiento de los que su gobierno contrata con el dinero público y por ello a quienes se debe agradecer es a los pobladores. Sin caricaturas ni palabras fáciles y correctas. La única alusión crítica la hizo en contra de la guerra y la devastación en el mundo, de la que se comenzó a hacer consciencia –recordó– “de a poco, muy de a poco”, allá en los inicios de los años setenta, cuando él aún era un artista en ciernes.

Joan Manuel Serrat con su guitarra.

Habría faltado que cantara Señora, pero seguro el argumento que sostuvo hace algunos años para no hacerlo dejó a la concurrencia con las ganas: Le incomoda, le pesa pues, que aquella señora a la que criticaba por no comprender al chaval de pelo largo ahora fuese él mismo ante las nuevas generaciones, a las que tal vez no comprendía. El hecho, eso sí, es que en este lugar no estaban los chamacos, sino los nostálgicos de aquellos años de los sueños revolucionarios, los del Baby boom y también los de la Generación X, que todavía buscábamos algo aunque no lo encontráramos.

Por más que él mismo advirtiera que debía hacerse a un lado la melancolía, que de aquí se veía el futuro, la lluvia y las canciones no lo permitieron: Palabras de amor, Tu nombre me sabe a hierba, Esos locos bajitos, Hoy puede ser un gran día, La fiesta. Imposible no ligar todo eso a los recuerdos… “Todo lo que empieza, tiene que acabar. La verdad es que, si por mi fuera, yo estaría cantando hasta la madrugada”, dijo dos horas después. “Por otra parte les digo que… todo lo que empieza, tiene que acabar”.

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