Ciudad de México, mayo 3, 2024 13:02
Francisco Ortiz Pardo Opinión

EN AMORES CON LA MORENA / Joaquín Sabina traslúcido

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

La intromisión del director de ‘Sinténdolo mucho’, el documental sobre los últimos 13 años de Joaquín Sabina, llega hasta la bañera. Pero en esta columna se cuentan otras cosas.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Con una risita pícara jalando aire adentro, el indómito sobreviviente Joaquín Martínez Sabina señala la foto en que aparece con el dictador Fidel Castro y que tiene colgada en un muro de su departamento de dos pisos en la calle Relatores, frente a la Plaza Tirso de Molina. Hace tiempo que su alejamiento de la Revolución Cubana se tornó irremediable, como le pasó desde 1992 a su amigo Pablito Milanés, que murió más cerca de él, en Madrid, el lunes 21.

En contraposición a ese sueño revolucionario, Sabina ya deslizaba una declaratoria de fracaso en la canción Postal de La Habana, que apareció en 1996 y que habla de una sociedad inmersa en su rica cultura pero también en el desencanto. “Y en el desván del alma de la gente, dormía Silvio soñando con serpientes…”  

Durante la conferencia de prensa para presentar un documental sobre parte de su vida, particularmente el último trecho de 13 años, Sabina refrendó su postura de rechazo, apenas el 16 de noviembre, a los gobiernos latinoamericanos llamados de izquierda. “De todas las revoluciones del siglo XX, todas fracasaron estrepitosamente; la única que avanza en el siglo XXI es el feminismo y el LGBT”, soltó. “La deriva de la izquierda latinoamericana me rompe el corazón justamente por haber sido tan de izquierdas. Ahora ya no lo soy porque tengo ojos y oídos, y cabeza, para ver lo que está pasando; y es muy triste lo que está pasando”.

Su rebeldía se forjó en la lucha contra el fascismo español pero curiosamente se le he pasado la mano, que de tan libre le gusta provocar a los antifranquistas que lo critican porque usa bombín en el escenario –símbolo para ellos de los tiempos en que “los nacionales habían rapado a la seña Cibeles”— o que sea taurino.  

Mi recuerdo de aquel dicho de Sabina viene aparejado de otro más cercano, cuando en el Colegio Madrid debimos librar una batalla contra los prejuicios de la Sociedad de Padres de Familia que censuraron un mural efímero de mi compañero de generación en la preparatoria, Damián Ortega, hoy afamado artista contemporáneo cotizado en dólares de Nueva York. La obra estaba dividida en varios cuadros que representaban el encuentro entre España y México. En uno de ellos, por ejemplo, aparecía el general Lázaro Cárdenas del Río, que dio asilo a los españoles de la República. Pero en otro cuadro estaba la Virgen de Guadalupe, que a los padres, entre los que había todavía muchos ortodoxos, les recordaba el franquismo. Nunca entendieron que no hay símbolo más poderoso del sincretismo cultural en México, de su identidad, que la Guadalupana. El artista en ciernes tuvo que cambiar la imagen por la de la diosa azteca Tonantzin. Nos privamos de la verdad por parte de quienes fueron herederos de la lucha por la libertad y la diversidad.

Por aquel tiempo (1987) sonaba Juana la loca, la rola en directo desde un teatro de Madrid que nos descubrió la estación radiofónica Rock 101 justo cuando este personaje “con aspecto de faquir”, según describió Luis Eduardo Aute, decidió no encaramarse más en el tráiler del canto nuevo y volverse un Dylan en español fusionando los requintos de guitarra eléctrica con letra de la barriada y el amor “desde otro lugar”. De ahí Sabina se convirtió en todo un fenómeno en nuestro país sin vender una sola copia porque no estaban sus discos a la venta. Él mismo festejaría que fueron las grabaciones en casetes de persona a persona las que provocaron el sorprende lleno y un “portazo” en el viejo Auditorio Nacional, en su primer concierto. Más tarde mexicanizó buena parte de su repertorio bajo la influencia etílica de José Alfredo Jiménez –de quien tomó con inigualable maestría la cursilería, que se permite en la canción más no en la poesía, según las propias palabras de Sabina– y decretó que su patria es el idioma. Él mismo duda ahora que pueda escribir “la canción más hermosa del mundo”, pues a estas alturas –dice— ya ve lejos superar Y sin embargo, Yo me bajo en Atocha o Peces de ciudad.  

Lo que aparece allí es un Sabina transparente, paradójica y evidentemente a propósito por el humo de cigarrillos que sale serpentiniendao de su boca una y otra vez, y que opaca las tomas cercanas entre las confesiones

Pero desde la incorrección política Sabina siempre parece tener a la mano el triunfo cultural, además de sobrevivir a las caídas en el escenario: Puso los pelos de punta de quienes insinuaron que se había convertido en traidor por invitar al entonces príncipe Felipe de Asturias y a su novia Letizia a cenar a su propio palacete de Lavapiés, este retacado de libros y objetos curiosos, muy cerca del centro de Madrid. Fue a petición de ella, que quería conocer a su ídolo, y se lo pidió a Felipe. “Yo invito a mi casa a quien me venga en gana”, respondió él por no dar cuentas a nadie. Lo que no se imaginaron los acelerados detractores es que Sabina puso aquella noche en la mesa un mantel con los colores de la República Española y que, ya de madrugada, sacó a bailar a la futura princesa y reina a bailar un vals y que soltó a Felipe: “Oye Felipe, saca a bailar a mi novia que le está dando un enorme ataque de cuernos!”

No es lo que se cuenta sin embargo en Sinténdolo mucho, que dirigió Fernando León de Aranoa, un privilegiado que pudo entrar a los recovecos íntimos del cantautor. La película que ahora mismo está en cartelera para quien se apure a verla y no se condene al streaming. No digo mucho más: lo que aparece allí es un Sabina transparente, paradójica y evidentemente a propósito por el humo de cigarrillos que sale serpentiniendao de su boca una y otra vez, y que opaca las tomas cercanas entre las confesiones. La intromisión llega hasta la bañera, donde se ve, a través de un vidrio traslúcido en un hotel de Ciudad de México, a un Sabina enjabonándose el cabello y el sobaco.

Hay imágenes inéditas entreveradas con una muy larga entrevista que le hace el propio director, como las de su amigo José Tomás en Aguascalientes presagiando la tragedia y poniendo al espectador tan cerca como se planta el mítico matador ante los pitones de un toro de lidia. “Soy ateo pero también soy semanosantero”, dijo Joaquín Sabina en un homenaje que le hicieron en su tierra andaluza natal, la conservadora Úbeda; “amo a los animales y me gustan los toros”.

El tema homónimo del documental fue compuesto junto con su heredero musical, el muy talentoso y conmovedor Leiva, quien ha sustituido en la producción de los discos de Sabina al memorable Panchito Varona, hoy recientemente declarado fuera de lugar en la amistad de 40 años y también de la nueva gira del que a nadie lo gobierna, que por supuesto pasará por México el año entrante. “Si el corazón no cuadra con la realidad, quemo mis naves sintiéndolo mucho”, dice la canción, que en realidad es todo en Joaquín.

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