La fortuna de la diversidad
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Foto: Isaac Esquive / Cuartoscuro
Teníamos que entender a Adam Smith y a David Ricardo para poder leer a Marx y en clase había siempre un espacio para la discusión plural.
POR ARANTXA COLCHERO
Entrar a la UNAM era como un sueño. Aunque disfruté plenamente mi educación anterior, al final de la preparatoria ya anhelaba compartir el espacio con una gran diversidad de alumnos y profesores, en una universidad pública, más cerca de la realidad social y cultural del país. Sentía que ahí se concretaría mi independencia de vida y de pensamiento, que entraría a un mundo de conocimiento sin límites, que se abrirían espacios para hablar y hacer política, para luchar por la justicia social. Apasionada y muy idealista, como tenía que ser.
Se combinaba mi entusiasmo académico con la posibilidad de participar en el movimiento estudiantil que luchaba por defender el carácter público de la universidad frente a la propuesta de reforma del rector Jorge Carpizo. Aunque hoy me parece mucho más complejo el tema de cómo lo veía a los 20 años, participar en el movimiento, de forma marginal, lejos de liderazgos, me enriqueció y me dejó muchas lecciones. En el movimiento convivía una diversidad de actores que en el fondo luchaban por causas distintas, lo que explica en parte las escisiones y los radicalismos que diez años más tarde se salieron de control y afectaron a la universidad.
Fuera de los temas políticos, fue justo la diversidad lo que me cautivó. En mi generación convivíamos hijos de profesionistas, académicos, maestros, albañiles, obreros, pequeños y medianos comerciantes. No estaban los más ricos, tampoco los más pobres. Algunos recorrían trechos largos para llegar porque vivían en Ciudad Neza, Cuatitlán Izcalli o Tlanepantla.
Escuchábamos a los Doors, a Janice Joplin, al Tri y a Caifanes, bailábamos salsa, cumbias y rock and roll, leíamos a Foucault y a Octavio Paz y no nos perdíamos la muestra de cine y mucho menos los espacios para hablar de la película.
Tenía un compañero de clase, Javier, que se despertaba a las cuatro de la mañana para llegar a clase de siete. Los dos llegábamos antes de la hora y aprovechábamos para comentar el texto de economía política que tocaba. Mi amigo era brillante y repasábamos apasionadamente lo que habíamos leído. Se nos abría el mundo con cada párrafo, con cada idea que compartíamos. Javier era muy delgadito y muy buena persona. Lamentablemente, su abuelo, al que quería mucho murió y muy pronto a él se le desencadenó un problema de salud mental que no lo dejó terminar. Sentía que lo vigilaban, que lo perseguían todo el tiempo y por más que intenté acompañarlo y convencerlo de que no pasaba nada, un día ya no volvió.
En uno de los semestres nos tocó que dos brillantes maestros de economía política dieran la materia en grupos separados. No podíamos perdernos a ninguno de los dos, así que les pedimos que juntaran el grupo. Lo solicitamos con tanto convencimiento que accedieron y fue de las mejores clases que he tomado. Cada uno tenía su visión propia pero los textos los leíamos y analizábamos sin prejuicios. Teníamos que entender a Adam Smith y a David Ricardo para poder leer a Marx y en clase había siempre un espacio para la discusión plural.
Fuimos muy afortunados de tener excelentes profesores, aunque no todos eran así de comprometidos y profesionales. Nos pesaba mucho cuando alguno no tenía la calidad esperada porque contrastaba. Tanto que a un profesor de matemáticas que tenía un nivel muy bajo y faltaba mucho, lo impugnamos.
Muchos años después, varios amigos de la generación nos reencontramos en un café en el centro. La sensación fue muy particular. Sentimos que el tiempo no había pasado, que éramos en esencia los mismos, aunque cada quién había tomado rumbos muy diferentes. Esos cinco años de convivencia nos marcaron, crecimos juntos, como jóvenes adultos, sin muchos compromisos que ataran nuestra libertad para descubrir y sorprendernos.
Aunque no se me quitó lo apasionada e idealista, sí añoro esos tiempos en los que las actividades más diversas tenían siempre su espacio. Esa capacidad de vivir y absorberlo todo se topa hoy con los límites de la especialización, de las responsabilidades, de la movilidad. Pero no dejo de buscarlos para seguir dándole sentido a la vida.