Ciudad de México, abril 19, 2024 19:55
Opinión Dinorah Pizano Osorio

La solidaridad como única alternativa

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Si como dice Fernando Savater “la solidaridad convierte a una muchedumbre en sociedad” entonces la única alternativa para lograr sortear este evento que puede tener en jaque a las capacidades institucionales, es erigirnos como lideresas y líderes comunitarios reales, pro activos; con disposición a generar procesos efectivos de cohesión social.

POR DINORAH PIZANO

Es para mí un gusto poder dirigirles mi primera columna en el nuevo portal de Libre en el Sur, a cuya directiva agradezco profundamente la oportunidad de poder compartir con ustedes.

Como todas y todos sabrán el pasado lunes 1o de junio, se dio por terminada la Jornada Nacional de Sana Distancia por el Ejecutivo Federal a pesar de no haberse compactado la famosa curva de contagios, y de no haber dejado atrás lo más complejo de la pandemia del Covid-19. La razón obedeció, sobre todo, a la necesidad de reactivar la economía y buscar que las más de 12.5 millones de personas, que según la ETOE (Encuesta Teléfonica de Ocupación y Empleo), levantada por el INEGI, que salieron de la población económicamente activa y que se encuentran suspendidas temporalmente de sus ocupaciones, sin ingresos, ni garantía de retorno, puedan ser capaces de retomar alguna actividad productiva de forma emergente.

Es precisamente lo nos está sucediendo como comunidad global, lo que vuelve fundamental analizar a fondo el concepto de solidaridad, y la corresponsabilidad que nos exige, para solventar la crisis que vivimos. A diferencia de la libertad o igualdad, la reflexión sobre solidaridad ha sido menoscabada. Más aún, ha sido banalizada por el discurso político a pesar de que resulta imposible emprender la defensa de un Estado social y democrático, así como de los derechos humanos, sin recurrir a este concepto.

En su obra “Justicia y Solidaridad” Jürguen Habermas expresa: “Como parte constitutiva de una moral universalista, la solidaridad pierde ciertamente su sentido puramente particular, limitado a las relaciones internas de un grupo etnocéntricamente cerrado respecto de otros grupos —aquel carácter de obligada disposición al sacrificio en favor de un sistema colectivo de autoafirmación, que siempre resuena en las formas premodemas de la solidaridad.”

Si partimos de que la solidaridad tiene como objetivo conceptual la abolición del sufrimiento y la humillación del otro, entonces nuestra obligación intrínseca como comunidad, es garantizar bienestar y derechos fundamentales, a tod@s sus miembros. No sólo como “compensación social”, sino a sabiendas que la proporción de su bienestar, será la proporción del bienestar de todas y todos como conciudadanos, y de la sociedad en su conjunto.

Sigue diciendo Habermas: “En una situación de amenaza concreta hablar de solidaridad universal con todos, es entonces justamente una traición al otro y al mismo tiempo a la idea de solidaridad.

Porque esta idea tiene su lugar originario allí donde los singulares, que como singulares son indefensos, se unen para romper la superpotencia de una amenaza y para superarla.”

Frente a lo que estamos viviendo, la solidaridad no sólo ha cobrado una dimensión social; ha logrado crear una conciencia colectiva donde las personas solidarias luchan activamente contra las injusticias sociales tales como el hambre, la violencia, la desigualdad, la discriminación y la pobreza, entre muchas otras.

Si como todos sabemos, la situación que enfrentaremos de inmediato nos sumirá en una vorágine de inseguridad, falta de certidumbre, precariedad económica y social, circunstancia en la que previsiblemente el Estado se verá rebasado, la única salida viable será voltearnos a ver entre unos y otras.

Porque no será posible recuperar al menos en el corto plazo, todos los empleos que fueron perdidos. Todos los pequeños negocios de oficios y servicios que cerraron sus puertas. Todos los emprendimientos que fueron a la quiebra. Todas las empresas que diminuyeron definitivamente su planta laboral, o los grandes consorcios que decidieron dejar de invertir el país, en búsqueda de una mayor estabilidad global. Tampoco podrán recuperar sus hogares los cientos de miles de personas que los perdieron por no poder pagar el alquiler, la hipoteca o no lograron solventar sus préstamos.

No regresarán a la escuela miles de niñas y niños por razones económicas. Tampoco podrán reponerse de inmediato las miles de familias que perdieron a su sostén económico principal.

Por todo lo anterior, debemos hacernos cargo de nuestra responsabilidad como personas humanas y atender, en la medida de lo posible, las necesidades de las y los otros. Es primordial hacernos cargo de que en aras de promover un criterio de vida basado en la solidaridad, las barrearas que nos dividían (al menos en el imaginario) ya no existen.

El virus mató y sigue matando a pobres y a ricos, a personas con grandes familias o sin ellas. Sigue haciendo presa de las personas más reconocidas, así como de las anónimas. Ha ido en pos de quienes viven en zonas residenciales o en poblados depauperados. No con esto pretendo parecer naive, porque evidentemente la adversidad se ensaña más con la miseria que con la abundancia. Es imposible negar la existencia de las desigualdades estructurales que históricamente han generado brechas en materia de salud, vivienda, educación, economía y cuidados, pero mi intención aquí, es referirme a que de vez en vez, una pandemia de esta magnitud recuerda a l@s que ya lo olvidaron, que como personas, todas y todos somos iguales.

Si como dice Fernando Savater “la solidaridad convierte a una muchedumbre en sociedad” entonces la única alternativa para lograr sortear este evento que puede tener en jaque a las capacidades institucionales, es erigirnos como lideresas y líderes comunitarios reales, pro activos; con disposición a generar procesos efectivos de cohesión social.

Por ello la urgencia de emitir mensajes de aliento en las redes sociales que contradigan a los que afirman que no saldremos con vida de esto. Donar alimentos a las familias depauperadas o al personal sanitario que día con día se juega la vida para cuidarnos. Ofrecer servicios profesionales en forma gratuita. Colaborar con organizaciones no gubernamentales que protegen a niños y niñas que como siempre, resultan el sector más vulnerable. Construir redes de apoyo para contener la terrible violencia de género que se vive nuestro país y que se acrecentó durante el periodo de la cuarentena.

Ser cómplices de las personas jóvenes que siempre ofrecen apoyo a quiénes lo necesitan en lo peores momentos. Establecer modelos organizativos con mujeres como las históricas pilares de dinámicas económicas, políticas, culturales y sociales, entre otras muchas acciones.

El fortalecimiento de las redes de apoyo afianzados por las y los solidarios, serán la clave para la recuperación del Covid-19 y tales esfuerzos, aunados a los estructurales que busquen atacar con éxito la notoria desigualdad de nuestro México, serán la única salida posible a lo que enfrentamos.

Es momento de demostrar que nos interesa lo que le pasa al otr@. Ya no nos es posible seguir viviendo en una casa de cristal, ajen@s a lo que sucede afuera. Es tiempo de salir y abrazar a todas y todos aquellos que no pudimos abrazar, con acciones solidarias, con empatía y con humanidad.

*Dinorah Pizano es Consultora en Políticas Públicas. Es Especialista en Derechos Humanos por la Universidad Castilla La Mancha de España y doctorante en Filosofía del Derecho, por la Universidad Anáhuac Sur. Ex Diputada Local y vecina de la alcaldía Benito Juárez.

Compartir

comentarios

Artículos relacionadas