Ciudad de México, abril 25, 2024 05:41
ViveBJ Ciudad de México Opinión

Las reglas no sirven para nada

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

MARÍA LUISA RUBIO GONZÁLEZ

En su libro La imagen de la ciudad, el urbanista Kevin Lynch indaga sobre la percepción de los habitantes sobre sus ciudades. Describe la sensación de angustia que desencadena la situación de “sentirse perdido”, de no tener puntos de referencia que nos permitan saber dónde estamos y hacia dónde debemos caminar. Pareciera que esa problema lo hemos resuelto a través de la ubicación satelital, cómodamente instalada en nuestros teléfonos celulares.

Lo cierto es que la incertidumbre que significa “sentirnos perdidos” no es exclusiva de nuestra situación física en la ciudad. En una urbe como la Ciudad de México, es fácil enfrentarse a esa incertidumbre, por ejemplo, con el simple hecho de aproximarnos a un semáforo. La señal es clara: la luz roja para los autos y el semáforo peatonal en verde. ¿Tenemos la absoluta certeza de que los autos se detendrán, de que no habrá ciclistas circulando en sentido contrario, de que los peatones que cruzan desde la acera contraria me darán espacio para circular con seguridad?

Si la respuesta es sí, te pido encarecidamente, lector, lectora, que me digas en qué punto la Ciudad de México ha alcanzado el primer mundo. Mi respuesta es un no rotundo. Desencantado, angustiado, desesperado no. Porque ese grado de incertidumbre tiene sus costos.

En el libro citado, Lynch denomina “ciudades legibles” aquellas donde existen espacios bien delimitados y puntos de referencias claros, y describe sus ventajas: En una ciudad donde las personas tienen un alto grado de certidumbre sobre su ubicación y sus posibilidades de movilidad, los individuos pueden concentrar toda su capacidad en su propio desarrollo, en ser productivos, en el disfrute sensorial… es decir, en ser humanos.

Volviendo al ejemplo del semáforo ¿cuál sería el impacto en la experiencia individual de saber sin lugar a dudas que se cumplirán las reglas de circulación en ese cruce en específico? ¿y cuál sería en el desarrollo de la sociedad de saber sin lugar a dudas que se cumplirán en todos los cruceros de la Ciudad? Extrapolemos el ejemplo del semáforo a la certidumbre sobre el cumplimiento de las normas, de las reglas, de las leyes. ¿Qué tipo de sociedad seríamos?

Hace falta dar un paso atrás para comprender la necesidad de las normas: así como las ciudades legibles brindan un marco de certidumbre que contribuye al pleno desarrollo individual, la existencia y cumplimiento de las normas supone un marco de certidumbre para el ejercicio de las libertades individuales con responsabilidad hacia el resto de la sociedad. No es tan difícil ¿o sí lo es?.

Recurramos otra vez a un ejemplo específico y real: un grupo de niños a quienes se les da una pelota y una instrucción: pasar la pelota entre ellos. Después del segundo pase, empiezan las preguntas ¿se vale botar la pelota, se vale que solo la pasen entre dos y los demás solo observen, se vale cambiar de lugar, se vale no pasar la pelota?. Los niños intuyen la necesidad y la utilidad de contar con reglas claras. Parte del juego consiste en invitarlos a definir colectivamente las reglas y a observar qué pasa cuando se siguen y cuando no se siguen. La conclusión es bellísima: si las reglas se cumplen es más probable que el juego sea divertido para todos.[i]

Nuño no pasa la pelota. Mancera observa. Foto: Moisés Pablo/Cuartoscuro

Por supuesto, nuestra realidad cotidiana es más compleja, y además está aderezada con la creencia generalizada de que en México las leyes no existen, no sirven o no se cumplen. Y tengo para mí que actuar en esa lógica con cualquier motivación, ya sea por dolo o por sobrevivencia, no solo nos hace cínicos y pragmáticos, sino profundamente vulnerables. Pensemos en el juego descrito en el párrafo de arriba: el grupo de niños es nuestra sociedad; la pelota es el poder, o el dinero, o la seguridad, o lo que crea el lector importante para la sociedad; y llevando lejos la comparación, la diversión es nuestro bienestar.

Ahora díganme que las reglas no sirven para nada.

[i] Este juego es una de las actividades propuestas por el programa de la Ludoteca Cívica Infantil, del Instituto Electoral de la Ciudad de México.

Compartir

comentarios

Artículos relacionadas