Ciudad de México, mayo 30, 2025 07:22
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Los amantes que no lo eran: desmitificando el abrazo eterno de Tlatelolco

No sabemos si se conocían, si se querían, si se detestaban, o si uno de ellos pidió que lo enterraran con el otro.

STAFF / LIBRE EN EL SUR

Ahí están, en la Plaza de las Tres Culturas, entre ruinas mexicas, muros coloniales y edificios de concreto armado, los supuestos “Amantes de Tlatelolco”. Tienen su propia ficha, su vitrina, su leyenda. Aparentemente, murieron abrazados como si fueran Romeo y Julieta de códice, envueltos en un amor que resistió al colapso del Imperio mexica. Una postal irresistible para turistas, poetas y tiktokers. Pero, en realidad… no eran amantes. Nunca lo fueron.

El hallazgo, sin duda conmovedor, ocurrió durante las excavaciones arqueológicas dirigidas por Eduardo Contreras y Jorge Angulo entre 1964 y 1968, en el llamado patio sur del conjunto arqueológico de Tlatelolco. En ese sitio, se recuperaron más de 150 entierros humanos. Uno de ellos, particularmente curioso, contenía los restos de dos personas: un hombre de unos 55 años y una mujer de aproximadamente 35. Ambos con un nivel de desgaste dental propio de su edad y con deformación craneal intencional, costumbre común en la élite prehispánica. Pero lo que más llamó la atención fue su disposición en la tumba: cara a cara, los esqueletos parecían estar entrelazados, como si se abrazaran.

Y entonces, ocurrió lo inevitable: nació el mito.

Desde los años setenta, comenzaron a circular versiones sobre los “amantes prehispánicos”, “los enamorados de Tlatelolco”, “la pareja trágica del siglo XV”. Versiones románticas y lacrimógenas que ignoraban, convenientemente, que el contexto arqueológico sugería otra cosa muy distinta. Porque si bien es cierto que los restos datan de aproximadamente 1473, víctimas de la guerra entre Axayácatl y Moquihuix. año en que Tlatelolco fue vencido por Tenochtitlan, también lo es que no hay evidencia científica que indique que murieron al mismo tiempo, mucho menos que se tratara de una pareja.

De hecho, estudios posteriores —como los compilados en publicaciones del INAH y en entrevistas con arqueólogos como Ángel González y Salvador Guilliem Arroyo— explican que la posición de los esqueletos pudo deberse a varios factores: desde el acomodo ritual hasta el reacomodo posterior provocado por el colapso de la tumba. Según un artículo de La Crónica de Hoy, el abrazo pudo ser efecto de la descomposición del cuerpo y la presión de la tierra, no de una intención amorosa. La muerte, como sabemos, no tiene siempre sentido del drama.

Por si fuera poco, en un reporte del INAH publicado en Diario de Campo, se señala que la interpretación museográfica del “abrazo eterno” no se sostiene arqueológicamente y responde más bien a una estrategia de divulgación emocional, de esas que hacen llorar al visitante, pero que no resisten ni una catafixia de rigor científico.

Eso sí, la ficha sigue ahí. “Los Amantes de Tlatelolco”, dice. Una postal para selfies. Una trampa para corazones crédulos. Una tergiversación —chistosa, si se quiere— de lo que realmente fueron: dos individuos sepultados juntos, tal vez por necesidad logística, por jerarquía, por alguna práctica cultural que aún se escapa del todo a nuestro entendimiento. No sabemos si se conocían, si se querían, si se detestaban, o si uno de ellos pidió que lo enterraran con el otro. Lo que sí sabemos es que su historia, como la de muchas otras tumbas prehispánicas, está marcada por un contexto social, político y militar: una época de guerras, de alianzas rotas, de conquistas internas.

No son los únicos esqueletos malinterpretados. Para ilustrar el contraste, pensemos en los Amantes de Valdaro, los esqueletos neolíticos descubiertos en Italia en 2007, enterrados cara a cara, brazos y piernas entrelazados. Ahí sí, los análisis osteológicos no hallaron signos de violencia, y la posición fue deliberada. Según Muy Interesante, se trataba de una ceremonia funeraria cuidadosamente preparada, una suerte de testamento amoroso del Neolítico. Pero incluso allí, los arqueólogos han sido prudentes con las conjeturas.

En Tlatelolco, en cambio, se optó por el efectismo. Y no es que esté mal tener algo de poesía en los museos. Pero al menos podríamos poner un asterisco: Nota del editor: esto no era una historia de amor, pero nos pareció bonito presentarla así.

Así que la próxima vez que pase por la Plaza de las Tres Culturas y se asome a la vitrina de los “Amantes”, hágalo con respeto, sí, pero también con espíritu crítico. Y si escucha a alguien decir “qué bonito murieron abrazados”, respóndale con calma: qué bonito mito, pero la ciencia cuenta otra historia.

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