Manacar, el templo de las aspiraciones
Establecido en una de las esquinas más estratégicas de la Ciudad, dada la enorme cantidad de gente que por ahí transita diariamente, este nuevo centro comercial pone productos de las élites ante los ojos de los pobres.
Por Francisco Ortiz Pardo
No es que sea demasiado grande con sus seis pisos y sus 72 locales, ni siquiera impactante su diseño a pesar de ser la obra póstuma de Teodoro González de León, uno de los más importantes arquitectos que ha tenido nuestro país.
La plaza comercial de la Torre Manacar, recién inaugurada, marca una ruta idílica de consumo y derroche a quienes no pueden acceder a los productos y marcas que ahí se ofrecen: la aspiración social de decenas de miles de oficinistas que cruzan a diario por esa estratégica esquina de las avenidas Insurgentes Sur y Río Mixcoac.
Efectivamente, en este centro comercial no se venden cosas para personas de la clase media común, pero sí lo que sus miembros se untan en la memoria cada vez que ven una serie de televisión o leen lo que sus amigos del feis dicen comer o dicen ponerse.
La entrada es desconcertante: “el paraíso de la moda”, que es la tienda H&M, anuncia que abrirá sus puertas hasta el 10 de agosto. Pero la frustración pronto es remediada porque justo enfrente los godines, que así se dicen entre ellos –hoy es chic— y por eso deja de ser una expresión clasista, pueden deleitar sus papilas olfativas con un pan de Maison Kayser (París). Accesible, de acuerdo con el contexto: Un sándwich y un mufin por 100 pesos. Pero mire usted, es que estos productos usan “mantequilla francesa de Normandie” (sic para no perder el estilo).
En el Manacar no se deja lo estelar para el final. Apenas haya superado el potencial consumidor el estruendoso y caótico entorno provocado por la obra del doble túnel de Mixcoac, podrá deslumbrarse con los aparadores tipo vienés en que se ofrecen los diamantes de Bizarro (no se asuste, hay brillantitos, modestos, desde seis mil pesos… ¿o no lo merece su prometida?).
De un momento a otro, aparecerá el mundo a sus pies, y más económico que viajar a Nueva York, Londres o Milán: Scapinno, Sunglass Hut, Sephora (que es una tiendota de cosméticos nice, según se descubre, para andar “sin miedo a lucir radiante”).
En el piso 2, al que se llega por unas escaleras eléctricas que tienen expuestos sus engranajes y cadenas, muy retro, uno se da cuenta que hay onda temática porque Intimísimo (un negocio de lencería italiana) está pegadito aVicky Form. Por ahí está United Colors of Benetton para colorear la aburrida rutina del metrobús y el MP3 del celular, los chismes de oficina, las miradas lascivas del pretendiente y los desencuentros con el jefe. Y Tommy Hilifiger abre sus puertas a todos, como para que ya le paren a ese rumor de que el afamado modista es racista.
La ropa deportiva está más arriba, y se llama Innova Sport. Ahí puede comprar, por ejemplo, unos zapatos tenis Gel-Kayano 24 por 3,299 pesos. Los vale, pues según lo que se explica en internet, el modelo “está diseñado con las tecnologías más innovadoras para darle confort a tus pies en cada kilómetro”.
¿Fast food? ¡Claro que no! Aquí el concepto es más “europeo”, de caché y de chef. De sommeliers. Hay un simpático lugar –Cassava roots, se llama— establecimiento preocupado por la salud de los clientes y que por eso ofrece ¡té con tapioca! Eso sí: Para que no se diga que todo es elitista, está la Cervecería de Barrio… con precios de Polanco.
Si una hamburguesería se llama The Counter, debe ser un lugar extraordinario. Bueno, y también está El Japonez. Y el Torino. Ya para los gustos más ordinarios el Chilis, que por cierto un martes a las 18:15 horas está lleno y lo demás vacío.
Este centro comercial es como un cilindro y las escaleras se conjugan en forma de caracol. El techo es traslúcido y permite ver toda la dimensión de la imponente torre de 22 pisos. En la planta baja hay una fuente de tres chorritos.
En el cielo está el cine, pero como es Cinemex Premium el precio de un boleto es de 121 pesos (el salario mínimo es de 80 pesos diarios). Vaya el miércoles y no se queje, pues.
Y es que aquel entrañable Cine Manacar, inaugurado en 1965 con la versión en Cinerama de La conquista del oeste (1962, Hathaway, Ford y Marshall), es cosa de nostálgicos que no comprenden las nuevas formas de consumo. Aunque si lo pensamos bien, tal vez en este sitio resurja algo de lo que el crítico Gustavo García recordó en Milenio, el 25 de junio del 2011:
“(El Manacar) cumplía con las funciones de cine de lujo, cine de barrio y piedra límite; más al sur de la ciudad ya no había nada hasta Cuernavaca. No extrañé que sus películas convocaran a los fufurufos del Pedregal y a los arrabaleros de Olivar del Conde o los mediopelo de San Pedro de los Pinos y Mixcoac”.