Ciudad de México, diciembre 5, 2024 22:16
Viajes Opinión

Oda a Thomason II.- ‘Todo lo que sube tiene que bajar’

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

POR ALBERTO CASTRO LEIVA

Voz del narrador: Tomaré prestada una línea y decir, “todo lo que sube, tiene que bajar”.

Y aquí fue donde empezó el verano.

Gracias a sus licencias falsas de conducir, editadas en el laboratorio de computación de la escuela, firmadas y laminadas, Thomason y su grupo de compañeros sin vacaciones disfrutaban de la noche. Sentados en el Cairo Sofitel, en un restaurante-bar llamado Los Amigos. Aquí fue donde impulsó la idea de escalar la pirámide. Y no se refería a cualquier pirámide. “¡Tiene que ser la grande!”. La que le ha dado dolores de cabeza a los antropólogos egipcios, y los que vendrán…

Abordo  del taxi, sobornó al hombre para que los llevara lo más cerca posible de la meseta de Giza. El grupo fue dejado dentro de la zona de confort del conductor. Desde este punto en adelante sería una peregrinación de varios minutos, callejones sin luz, llenos de arena, como para recordarles el misterio, que es El Cairo.

Habiendo conquistado el terreno, utilizando la sombra de la noche como escudo, en diez minutos el grupo se encontró frente a la gran bestia. Se movían rápido y habían logrado ser detectados. En media hora, en medio de la luz de la luna, triunfantes, alcanzaron la cima del mundo.

La cima de la pirámide es plana. Como si le faltara una pieza. Los estudiantes comenzaron a explorar las esquinas de la superficie. Era curioso ver su resistencia, husmeando y mirando el graffiti de escaladores del pasado, algunos, incluso, incluyen generaciones de familias, fechas.

Pasaron unas horas. El amanecer, un recuerdo lejano, con frio y picaduras de mosquito, el grupo decidió dar por terminada la noche; pero en su mente, sabe que volverá.

El descenso, fue mucho más rápido de lo anticipado. La policía militar, que seguían con sus asuntos, sabía muy bien que el grupo que había logrado sortear a su centinela, tenía que volver a bajar. Era solo cuestión de tiempo, inevitable. A estas alturas, otro hombre se había unido a sus filas. Muy pronto, los dos se encontrarían, como si sus destinos hubieran sido sellados en jeroglíficos, y pasaría a la historia, como el más grande tratado de su joven vida.

De vuelta en suelo firme, el hombre compacto salió de las sombras: “¿Qué quieren?”, dijo, “Pueden ir a la cárcel o …”, Thomason lo interrumpió, “o puedo darte mi tarjeta de crédito y esta noche nos dejas escalar la pirámide de nuevo, y te pagaremos”, seguido de “baksheesh, baksheesh!”, originalmente una palabra persa, que es una forma de soborno.

Para su sorpresa, el hombre compacto no dudó en aceptar el plástico. Se había llegado a un acuerdo. Thomason regresaría esa misma noche a escalar la pirámide, como si tuviera el permiso explícito de los dioses.

Suspiro de alivio. El grupo se marchó.

Quizás la altura de la pirámide había afectado su brújula, porque  varios minutos después, de la nada también, apareció un anciano de barba blanca vestido con la túnica contemporánea, emboscó al grupo. El hombre no tenía una sonrisa: firmemente apuntaba su rifle de asalto, probablemente un AK-47 de la era soviética.

Mientras que el grupo permaneció inmóvil, sorprendido, sin miedo, Thomason exclamó: “Baksheesh, baksheesh”, “bukra, bukra sadiq”, como si fuera una palabra en clave, diciéndole al hombre de barba blanca que “mañana, mañana, pagaremos nuestras deudas amigo”.

Y así fue. El hombre de barba blanca bajó su arma y permitió que el grupo continuara su marcha. ¿Qué otras sorpresas les aguardaban? Sobre todo, que todavía era necesario encontrar un medio de transporte y volver a la normalidad…

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