Ohtani, un fenómeno: el hombre que borró 150 años de límites en el beisbol

Ohtani viendo cómo se voló la cerca. Foto: X / @LosDodgers
Nadie, ni siquiera Babe Ruth, había hecho algo igual
Con tres jonrones y diez ponches en una sola noche, Shohei Ohtani se consagra como el jugador más completo en la historia moderna de las Grandes Ligas.
STAFF / LIBRE EN EL SUR
Hay noches que parecen escritas por el destino, y la del 17 de octubre de 2025 en el Dodger Stadium fue una de ellas, cuando el equipo de Los Ángeles se coronó nuevamente campeon de la Liga Nacional y pasó, aún con el cetro del 2024, a la Serie Mundial de este otoño.
Shohei Ohtani, el hombre que no obedece las leyes del cuerpo ni las de la lógica, conectó tres jonrones y ponchó a diez bateadores en un solo partido de postemporada. El estadio se convirtió en un torbellino. La prensa estadounidense habló de “la mayor actuación individual en siglo y medio de béisbol”.
Y mientras las cámaras buscaban su rostro, Ohtani apenas sonreía. Se ajustó el guante, respiró hondo y volvió al montículo como si nada estuviera ocurriendo.
No hay gestos en él. No hay teatralidad. Su forma de asombrar al mundo es la discreción.
En esa serenidad hay algo profundamente japonés: el equilibrio entre la perfección y el silencio. Ohtani lanza una recta a 100 millas por hora con la misma expresión con que después envía la pelota a 440 pies de distancia.
Esa noche, el béisbol comprendió que ya no volvería a ser el mismo.
Nació en Ōshū, en la prefectura de Iwate, al norte de Japón, en una familia modesta donde la disciplina era la única religión. Desde niño quiso ser dos cosas a la vez: lanzador y bateador. Sus entrenadores intentaron convencerlo de que debía elegir. “Nadie puede hacerlo todo”, le decían. Pero él insistía.
Aquella terquedad, que a otros les habría costado una carrera, fue el comienzo de la suya. En Japón lo llamaban the next Babe Ruth, sin imaginar que algún día superaría la comparación.
Debutó en 2018 con los Angels de Los Ángeles, y pronto fue más que una promesa. En 2021 recibió un reconocimiento inédito del comisionado de la MLB por su “logro histórico”, y en 2023 firmó con los Dodgers un contrato de 700 millones de dólares, el más alto jamás otorgado a un atleta profesional.
Era el precio de lo imposible.
En la temporada 2025 bateó 55 jonrones, impulsó 102 carreras, robó 20 bases y mantuvo un promedio de .282. Al mismo tiempo, dominó desde el montículo. Es el primer jugador en la historia en alcanzar 50 jonrones y 50 robos de base en la misma campaña.
Su nombre ocupa ya la lista de quienes han ganado el MVP de la MLB en tres ocasiones, dos de ellas de forma unánime.
Pero lo que más impresiona no son las cifras, sino su naturalidad.
Cuando lo entrevistan, suele responder con frases mínimas: “Solo intento hacerlo bien”. No parece consciente de que está reescribiendo un siglo y medio de historia.
El jugador que volvió a unir el béisbol
Ver a Ohtani en acción es presenciar un juego dentro del juego. En el montículo, se transforma en un cirujano: estudia cada movimiento, mide cada milímetro, lanza con una economía de gestos que parece coreografía. Al bate, en cambio, se vuelve pura energía: giro perfecto de cadera, contacto limpio, pelota perdida en el firmamento.
En una época donde el béisbol se ha vuelto cálculo y estadística, él recupera la sensación del asombro. No hay máquina que explique cómo un mismo jugador puede dominar dos mundos opuestos.
Por eso, describirlo como “el nuevo Babe Ruth” se queda corto. Ruth fue el pionero, sí, pero abandonó el montículo cuando su cuerpo ya no resistía. Ohtani, en cambio, se mantiene vigente en ambas dimensiones, en un nivel que nadie ha alcanzado. Su talento no solo desafía la fisiología; reconcilia el béisbol consigo mismo, con ese tiempo en que los jugadores eran creadores totales, no piezas especializadas.
Su figura, además, ha trascendido el deporte.
En Japón, sus juegos se transmiten en la madrugada; millones de personas se levantan a verlo batear. En Estados Unidos, su camiseta número 17 es símbolo de pureza deportiva en un tiempo dominado por los contratos y los algoritmos.
Es una superestrella global, pero sin la arrogancia del estrellato. No presume, no se vende, no entra en polémicas. Su sencillez es parte del magnetismo: parece un monje en uniforme de los Dodgers.
Ohtani representa un raro equilibrio entre poder y humildad. Su disciplina lo mantiene intacto frente a la fama y el exceso. No hay tatuajes ni escándalos, no hay declaraciones estridentes. Solo trabajo y una sonrisa breve.
Y esa templanza, tan japonesa, ha conquistado al público más exigente del mundo: el de las Grandes Ligas.
Su impacto va más allá del marcador. Ohtani ha devuelto al béisbol su poesía. Ha hecho que los niños vuelvan a soñar con ser como él: lanzar y batear, dominarlo todo, sin dividir el talento.
En una era que separa, él une. En un juego que se volvió científico, él le devolvió el arte.
A sus 31 años, su carrera parece apenas comenzar. Aún puede ganar más títulos, romper más marcas, lograr lo que nadie ha conseguido: una Serie Mundial siendo protagonista absoluto en los dos lados del juego.
Pero incluso si no volviera a tocar una pelota, su legado ya está asegurado.
Shohei Ohtani es el recordatorio de que el ser humano todavía puede sorprender al mundo.
En 150 años de Grandes Ligas, nadie había reunido el brazo de un lanzador y el alma de un bateador en una misma respiración.
Él lo hizo. Y lo hizo con una elegancia que solo tienen los fenómenos: aquellos que llegan sin ruido, cambian las reglas y, al marcharse, dejan la sensación de que el juego —todo el juego— volvió a empezar.