Ciudad de México, abril 23, 2024 23:37
Revista Digital Noviembre 2021

Parque Arboledas / #YoSoydelaDelValle

Aquí y allá, muy pronto aparecen las caras de los viejos conocidos que igual salen a caminar, a trotar, a chismorrear o a pasear a sus perros sujetados con una correa que les llega al cuello. Vienen los saludos: “Qué tal”, “cómo estás”.

POR RODRIGO VERA

Casi siempre me da flojera levantarme temprano, dejar el calor de las cobijas para ponerme los pants, la sudadera y los tenis y salir al parque Arboledas, ese espacio cuadriculado que limitan las calles de Pestalozzi, Pilares, Matías Romero y Heriberto Frías, en plena colonia Del Valle. Pero el desgano y el frío de la mañana van desapareciendo conforme se trota alrededor del parque y la vista se llena del verdor de los árboles. La respiración se hace más profunda, lo mismo el aroma de los matorrales que va penetrando el cuerpo, sobre todo en las temporadas de lluvia cuando la humedad también brota del piso de grava de tezontle.

Doy una vuelta y otra, mientras veo al grupo de mujeres que toman sus clases de Zumba, bailando al ritmo de  acordes guapachosos que salen de una bocina colocada en el suelo, detengo la mirada en sus piernas cubiertas con ajustadas mallas de lycra (¡guau!); veo a jóvenes “echando su cascarita” en la cancha de futbol, golpeando a pelotazos los arcos de las porterías; otros juegan básquetbol y otros más practican boxeo bajo las instrucciones de Francisco “el coreanito” Mateos, un pugilista de ojillos rasgados y nariz aplastada…

Aquí y allá, muy pronto aparecen las caras de los viejos conocidos que igual salen a caminar, a trotar, a chismorrear o a pasear a sus perros sujetados con una correa que les llega al cuello. Vienen los saludos: “Qué tal”, “cómo estás”. Siempre me ha llamado la atención Malaquías, un fortachón de cráneo rapado, prieto, con abombados bíceps cubiertos de tatuajes y un vozarrón intimidante… pero a diario paseando a Milly, su perrita french poddle, de rizos blancos bien acicalados y un moño rosa en la cabeza. Nunca he visto tanto contraste.

–Esa perrita no te va. ¡Cómprate un gran danés!– le sugiero.

–No, ya me encariñé con Milly—me contesta el mamadísimo Malaquías.

Don Alberto, “el Capi”, es un piloto aviador de lentes oscuros que también ronda por el parque, alguna vez me dio su opinión sobre los accidentes aéreos de funcionarios gubernamentales que cimbraban a la opinión pública, como el de los secretarios de Gobernación Juan Camilo Mouriño y Francisco Blake, que para muchos fueron “atentados” meticulosamente planeados por sus enemigos.

“¡Nada de eso! Lo que pasa es que los políticos mexicanos son tan pendejos que obligan a volar a sus pilotos en condiciones muy riesgosas… ¡Y se matan! ¡Eso es todo! Yo por eso dejé de trabajar para ellos”, me dijo el experimentado capitán.

Camino de pronto con María Diego, una guionista de cine y televisión que va a desestresarse por las mañanas. Me paro a charlar con Pepe Reveles, un colega periodista que suele ir al área donde están los aparatos metálicos para hacer ejercicio. Platico con Héctor Farías, con Manolo Chávez, con Lourdes Oros… con otros amigos y amigas que ya hicimos del Arboledas nuestro centro de reunión, al grado de que a veces terminamos chismorreando en alguno de los cafés que circundan al parque. Regreso relajado a casa… Y no… nunca me he arrepentido de salir tan de mañana al parque.  

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