Ciudad de México, noviembre 23, 2024 18:14
Francisco Ortiz Pinchetti Opinión

POR LA LIBRE/ Ricardo Monreal: el deslinde

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El líder de la mayoría de Morena en el Senado, marginado por AMLO de la lista de “corcholatas”,  se contrastó con su jefe y anunció hace unos días su pretensión de ser “el Presidente de la Reconciliación Nacional”…

POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI

Ricardo Monreal Ávila es un político singular. Tengo una buena impresión de él desde que en 1998 lo entrevisté en Zacatecas para el semanario  Proceso, durante su campaña por la gubernatura por el PRD. Me parece un tipo audaz, inteligente y, a pesar de sus contradicciones,  que no son pocas, un político finalmente congruente. Y experimentado como pocos.

Además de gobernador de su estado entre 1998 y 2004, ha sido tres veces diputado federal, tres veces Senador de la República, además de jefe delegacional de Cuauhtémoc, en CDMX.  Militó en el PRI por más de 20 años, entre 1975 y 1998, cuando brincó al PRD para ser candidato a la gubernatura.  Fue luego elemento fundamental en al movimiento que derivó en la creación de Morena, uno de los hombres más cercanos a Andrés Manuel López Obrador, de cuya segunda campaña presidencial, en 2012, fue coordinador. Y cuando el tabasqueño ganó la Presidencia de la República en 2018, impulsó al zacatecano como coordinador de la mayoría de su partido en la Cámara de Senadores.

Como tal ha cumplido su papel para procesar las iniciativas que son del interés del Mandatario. Su lealtad no parece estar en duda; pero en repetidas ocasiones ha mostrado que eso no significa incondicionalidad. Monreal Ávila ha diferido públicamente de posiciones del Presidente, lo cual evidentemente no es precisamente del agrado del huésped de Palacio Nacional.

Por razones naturales, lógicas, el ex gobernador de Zacatecas ha estado desde un principio entre los aspirantes a suceder a López Obrador. Sin embargo, quizá por sus manifestaciones de relativa  independencia, Monreal Ávila no fue considerado en una primera lista de seis “corcholatas” que el líder y dueño de Morena dio a conocer hace justamente un año, en un insólito adelanto de los tiempos políticos. 

Tampoco fue incluido por Andrés Manuel en posteriores, sucesivas menciones sobre sus  posibles sucesores. Y menos en la reducción final, hace un par de semanas, cuando limitó a tres nombres la nómina de tapados: la jefa de gobierno capitalina, Claudia Sheinbaum Pardo; el canciller Marcelo Ebrard Casaubón y ahora también el secretario de Gobernación, el tabasqueño Adán Augusto López Hernández.

No obstante el haber sido reiteradamente marginado, el líder de los senadores morenistas, de 62 años de edad,  no ha claudicado en ningún momento de contender por la candidatura presidencial de su todavía Partido. Reiteradamente ha dicho que busca la nominación por méritos propios y porque siente estar seguro de obtener el triunfo electoral en 2024.

Naturalmente, su terca posición –ante la indiferencia manifiesta de López Obrador– ha dado pie a toda clase de especulaciones sobre las verdaderas intenciones del zacatecano. Apenas el domingo pasado, sin embargo, insistió en sus pretensiones durante una suerte de auto destape efectuado en la placita de toros del restaurante Arroyo, en Tlalpan.

Se tiró al ruedo.

Y ahí insistió en su intención de apuntarse formalmente como candidato de Morena en cuanto el partido expida la convocatoria correspondiente; pero, ojo, hizo a la vez un planteamiento que lo pone técnicamente fuera de la contienda interna.

Sabedor por supuesto de que la decisión no será tomada por “las bases” sino por el mismísimo Presidente López Obrador, vía dedo vil,  aseguró por primera vez que no participará en el proceso de elección del candidato si se insiste en el método de encuestas, el cual ya fue oficializado por la dirigencia de la organización y cuenta con el visto bueno del propio Andrés Manuel.

“Lo digo desde ahora, para que no haya dudas: si insisten en una encuesta elaborada, cantada, organizada por el partido, no tiene sentido participar, porque va a ganar quien quieren que gane”, dijo en el mitin que formalmente fue anunciado como reunión privada con operadores y seguidores de su causa, un evento interno pues.

Y abundó, rotundo: “No nos vamos a prestar a ninguna farsa, porque no va a ser democrático y nosotros creemos en la democracia”.

No obstante, político curtido e inteligente que es, aclaró:

“No me voy a confrontar con el presidente López Obrador, nunca; no me voy a pelear con la historia, no me voy a confrontar con la historia, pero voy a defender en lo que pienso y en lo que creo y vamos a ir hasta el final del camino, a recorrerlo, por el bien del país”.

Es claro que su condición de que la designación del candidato no sea a través de una o varias encuestas, lo que ya ha sido aprobado por el Partido, lo pone fuera. Y claro que lo sabe. Su advertencia fue lo que los medios destacaron como “la nota” de su evento y desairaron en cambio el aspecto que a mí me parece fundamental: el deslinde del senador rebelde de su jefe. De entrada, puso como tema de su campaña el antídoto de la posición del Presidente, empeñado en la confrontación permanente entre los mexicanos: la reconciliación.

¡Sopas!

“Quiero ser Presidente de la reconciliación nacional, el Presidente que atenúe los efectos de la confrontación”, dijo entre la algarabía y los coros de sus seguidores. “Quiero ser el que concilie a los sectores, porque creo que podemos llegar al mismo puerto, al mismo destino, con acuerdos, consensos”.

Al buen entendedor, pocas palabras. Me parece que esto le complica enormemente a Andrés Manuel el tema de su sucesión. Válgame.

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