Ciudad de México, mayo 3, 2024 16:55
Revista Digital Agosto 2022

SALDOS Y NOVEDADES / Los amigos

Sí, canta Serrat, mis amigos (sin importar sexo o género) “son unos malhechores/Convictos de atrapar sueños al vuelo/Que aplauden cuando el sol se trepa al cielo/Y me abren su corazón como las flores”. Buenas personas, pues.

Todos son mis amigos, que no compartimos necesariamente la querencia por un equipo deportivo ni por una corriente política, pero que eso nos vale absolutamente madre y no nos impide brindar por nuestra salud y la del prójimo, que significa el próximo, el cercano. Hermanos de alma…”

POR GERARDO GALARZA

Cuando era niño, y de eso hace ya varias décadas,  nuestros padres, familiares y los viejos –en ese tiempo no existían los adultos mayores ni los miembros de la tercera edad, lo siento-,  decían con toda solemnidad y también con certeza que a los verdaderos amigos se les podría contar con los dedos de las manos y sobrarían dedos, y que un verdadero amigo era un tesoro que había que cuidar; que a los verdaderos amigos se le conoce en la cama y en la cárcel, y otros lugares comunes cuya repetición los convierte en verdad, cuasi científica.

No están ustedes para saberlo ni yo para contarlo, pero el 2022, por lo menos en su primer semestre, no ha sido para mí un feliz año, como me lo desearon y deseé la Noche Vieja pasada y el primer día del Año Nuevo.

Pero sigo vivo.

Entonces, debo confesar que la vida o lo que llamamos vida ha sido muy generosa conmigo -lo he dicho ya muchas veces y los diré muchas más después de comprobarlo- en eso de ponerme a tiro de piedra a aquellos que habrían de ser mis amigos y compañeros de trabajo, con quienes compartí alegrías y tristezas; corajes y berrinches; gritos de felicidad, celebración, abrazos, y de enojo, fracasos y mentadas de madre; aquellos con los que salía en la madrugadas de una Redacción y juraba que nunca me volverían a ver (¡pinches güeyes, que se creen!) y horas después los estaba buscando, a gritos, donde estuvieran.

También mi mujer y mis hijas -esencialmente mis mejores amigas- lo soportaron todo. Nunca se quejaron de nada. Aguantaron mis ausencias y hasta algunos o muchos olvidos a la hora de ir a recogerlas a la escuela o,- lo mismo que todos-  dejarlas plantadas para celebrar un aniversario.

Hoy sé que los amigos de mis hijas temían llamarlas telefónicamente por las mañanas, porque les contestaba un enojado papá, que tenía un extensión telefónica en su buró para contestar los más rápido posible, ante cualquier emergencia periodística. Ellas y ellos son parte de esos amigos.

Pero, Sonia Elizabet, Claudia Beatriz y Diana Paulina me sufrieron sin el gozo de una primicia periodística. Las asumieron en silencio… para que yo no despertara y descansara. ¡Siiissshhh!, es lo que entre sueños oía. Sé Sonia Elizabet, reportera ella, lo gozó en silencio y no podía explicárselos a sus hijas. Ella también me recomendó renunciar a una Redacción de la que salía a los dos o tres de la mañana y antes de las seis ya me estaban llamando para que les dijera que hacer. No fue, en realidad, una recomendación; casi fue un ultimátum: o ellos o yo. Y ella era reportera, pero también me amaba. “Te vas a morir” o algo así me dijo. Le hice caso y hoy escribo.

Mis hijas tuvieron la necesidad de explicar a sus amigos y compañeros que su padre dormía en horarios diferentes a los de los suyos, porque era periodista y se queda “al cierre”, y que no estaba enojado porque les llamaran… (Bueno, sí, un poco;  pero sobre todo porque quienes eran esos desvergozados que creían que podían llamarles a mis hijas, así como así, a cualquier hora y sobre todo cuando yo no estaba. No, pues no, ¿cómo? Creo que ese era motivo para sentirme encabronado, pero, bueno, no se podía reconocerlo ni mucho menos decirlo).

Y ellas tres conocieron y conocen bien a mis amigos y compañeros de trabajo. Nunca negaron una llamada telefónica, cuando ellos llamaban. Y los conocen bien, bola de malhechores…

Estoy seguro de que no ha sido fácil ser amigo mío. Y mis amigos se han mantenido al pie del cañón, como se decía hasta algunos años y más cuando ellos han hecho sus propias vidas.

De mi niñez y de mi juventud temprana conservo amigos que son diplomáticos de carrera -dos exactamente- y otros -muchos-, que han sido y son “mojados”, de esos que envían remesas para salvar a la desastrosa economía del país; abogados y médicos; arquitectos y hasta algunos rectores universitarios; trabajadores por su cuenta y otros desempleados también… luego muchos periodistas, entre ellas las amigas de mi mujer.

Todos son mis amigos, que no compartimos necesariamente la querencia por un equipo deportivo ni por una corriente política, pero que eso nos vale absolutamente madre y no nos impide brindar por nuestra salud y la del prójimo, que significa el próximo, el cercano. Hermanos de alma.

Sí, estoy seguro de venir de un mundo raro y sigo viviendo en él.

Aquí es este mismo espacio he confesado mi admiración por Joan Manuel Serrat. Todos conocen sus grandes éxitos, su hit parade o como se diga. Pero entre sus cientos de canciones hay uno que yo no puedo evitar al revisar su discografía y que se llama “Las malas compañías”, porque ahí canta la vida de sus amigos y que refleja también la vida de los míos.

Lo cuento sin ambages: Dios, la vida, el destino, la circunstancias o las coincidencias han sido muy generosas conmigo. Contrario a la recomendación de mis mayores y mis viejos, a mí faltan dedos de manos, pies y muchas manos más para contar a mis amigos.

De eso me di cuenta cuando los necesité: en los seis meses recientes, cuando acudieron a mí cuando los he necesitado, cuando los esperaba. Han estado conmigo.

Y vaya que son muy disímbolos, como los describe la canción de Serrat: atorrantes, impúdicos, bebedores, irrespuetosos de las buenas costumbres y de la corrección política; sinvergüenzas, pues, que se pasan la consignas por el forro y apuestan sin dinero para pagar; otros a quienes echan a patadas de las fiestas y muchos con los que he orinado –“miado”, diría Vicente Leñero, habitante en su momento de la hoy alcaldía Benito Juárez–  desde una banqueta, no tan a la media noche, y en otros lados del país y del mundo (no muchos, por cierto, pero sí) por el simple gusto de ver quién la llegaba más lejos.

Sí, canta Serrat, mis amigos (sin importar sexo o género) “son unos malhechores/Convictos de atrapar sueños al vuelo/Que aplauden cuando el sol se trepa al cielo/Y me abren su corazón como las flores”. Buenas personas, pues.

Y ésto sólo se sabe en las malas, cuando la vida tiende a ponerse pesada, porque, ya ni modo, te toca… cuando te has vuelto viejo, aunque te quieran llamar adulto mayor o miembro de la tercera edad, y además llegas huérfano total.

Y los amigos ahí están, sin que los llames; aparecen cuando menos los esperas y algunos casi como fantasmas.

¿Cómo puedo pagarles que me quieran? , preguntaría mi paisano José Alfredo. Ellos, todos, rechazarán el agradecimiento y alguno que otro me destinará algún insulto impublicable. De todos modos: muchas gracias. Es necesario decirlo.

Joaquín Sabina, uno de los atorrantes de la canción serratiana, según creo, recomienda que a los amigos no se les juzga, simplemente se les quiere. Y con ellos ellos brindamos por la victoria, el empate o el fracaso.

Nuevamente, ustedes disculparán.

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