Ciudad de México, mayo 2, 2024 02:56
Opinión Gerardo Galarza Revista Digital Junio 2022

SALDOS Y NOVEDADES / Una mala compañía

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Serrat respondió a todo. Creí y creo que estaba feliz, bueno, al menos contento. Dos veces entraron miembros de su equipo. La segunda ya con la ropa que iba utilizar en el concierto. Nada dijeron; ellos ojearon su reloj, Serrat no traía, y quiero imaginar que les dirigió una mirada de “no jodáis”.

POR GERARDO GALARZA

El jueves 19 de mayo, Joan Manuel Serrat dio su último concierto en la Ciudad de México, parte de su gira “El vicio de cantar”, que significa su retiro de los escenarios, pero no de la vida, según ha explicado.

No es fácil subirse a un escenario por más de dos horas de frente a un público cariñoso, pero también expectante y exigente, cuando se tienen 78 años, y no se está seguro si las piernas responderán al apasionamiento del alma y al alborotamiento del cuerpo, de acuerdo con una de sus propias canciones.

El cantautor catalán ha visitado México desde 1969 y aquí vivió exiliado entre 1975 y 1976 y realiazó una gira por el país a bordo de una camioneta llamada “La Gordita”.

El escribidor debe confesar que es fanático de Serrat de los finales de los años sesenta y que por él conoció a los poetas Antonio Machado y después a Miguel Hernández.

Desde 1980, el escribidor asistió a cuanto concierto (en el viejo y el nuevo Auditorio Nacional, en Palacio de las Bellas Artes y hasta Ciudad Universitaria) que Serrat ofreció en la Ciudad de México, acompañado, literalmente de la mano de la reportera Sonia Morales. Por alguna extraña razón se nos escapó el concierto “El gusto es nuestro”, que Serrat, Ana Belén, Miguel Ríos y Victor Manuel ofrecieron el viernes 7 de noviembre de 1997 en la Plaza México, en la colonia Nochebuena, a un lado de la Nápoles, en la hoy alcaldía Benito Juárez donde circula nuestro Libre en el Sur.

Una cosa lleva a la otra. Y entonces este texto se vuelve un poco personal y hay que advertirlo a quienes no gusten de textos personales para que dejen de leerlo.Impulsado, casi arrastrado por la reportera Morales, el escribidor realizó una entrevista muy rocambolezca con Joan Manuel Serrat, que por supuesto publicó en la revista Proceso de entonces, donde ambos trabajabamos, en la calle de Fresas de la Colonia del Valle.

 Joan Manuel Serrat era, es, un referente para mi generación. Mis amigos de secundaria y prepa a fines de los años sesenta y principios de los setentas deshicimos de mano en mano el libro de poemas de Antonio Machado de una edición popular de Salvat. “Antología poética” se llamaba. Costaba apenas siete pesos, pero para nosotros eran una fortuna, que no era nada frente a su contenido.

Serrat se fue. Foto: Édgar Negrete / Cuartoscuro

 En 1983, con la edición del disco “Cada loco con su tema”, Serrat vino a México como lo hacía siempre. Sonia Morales era la reportera de asuntos culturales y espectáculos de la revista y me invitó a la conferencia de prensa. Me dijo: “Solicítale una entrevista. Tú lo conoces mejor que yo”. Te corresponde a ti, dije. “No, lo harías mejor tú”, respondió generosa y exijente, casi terca, como era.  En fin, el cantautor aceptó la entrevista, pero a él y a mí nos citaron en sitios diferentes. Cuando pude localizarlo, me dijo que era imposible abrirme un nuevo espacio, pero que en dos años regresaría y haríamos la entrevista.

 Sí, cómo no.

En 1985, regresó con su disco “El sur también existe” con letras del escritor y poeta uruguayo Mario Benedetti. La historia fue la misma; Sonia chinga y jode y, otra vez, me llevó a rastras a la conferencia de prensa y me amenazó: “Allá tú si no le recuerdas que tiene un compromiso contigo desde hace dos años”. Otra reportera, Raquel Peguero, mi amiga y amigísima de Sonia, dijo que me la iba a ganar. Seguramente eran cómplices. Y sí, Raquel hizo su entrevista y de inmediato la publicó en El Día, donde entonces trabajaba. Nuestra revista aparecía los lunes.

Empujado por Sonia, pude interceptar al cantautor en un pasillo luego de esa conferencia. Le recordé la cita y dijo que sí que se acordaba y que la iba a cumplir. Búscame el domingo, antes del concierto, el último de esa gira y el último que habría de celebrase en el viejo Auditorio Nacional.

La cita fue a las cinco de tarde del domingo 1 de diciembre, en su camerino. Me acompañaron el fotógrafo Juan Miranda y Sonia Morales, en calidad de chaperona y de testigo estatua. (Nunca terminaré de agradecerle su apoyo, sus exigencias y sus regaños a lo largo de mi vida, personal y profesional).

Serrat respondió a todo. Creí y creo que estaba feliz, bueno, al menos contento. Dos veces entraron miembros de su equipo. La segunda ya con la ropa que iba utilizar en el concierto. Nada dijeron; ellos ojearon su reloj, Serrat no traía, y quiero imaginar que les dirigió una mirada de “no jodáis”. Ya se comenzaba a oír el rumor del público que comenzaba a llenar, como dirían los clásicos, el embudo de Paseo de la Reforma. El presionado resulté ser yo e hice lo que ningún reportero debe hacer nunca: con mucha estupidez dije algo así como: “yo encantado, pero usted debe cantar y ya es la hora de su concierto…” No me tomó mucho en cuenta. Sí, se levantó y cogió el gancho donde colgaba la camisa que utilizaría. Nos pusimos de pie cuando soltó:

-¿Y el viejo, cómo está?

-…

-Sí, Julio (Scherer García, director de Proceso).

-Bien, bien. Ahí dando lata.

-Dile que siga dando lata. Salúdalo-, dicho con una sonrisa. Y añadió: Ya vieron el concierto.

-Sí, respondimos -y no era falso.

-Si quieren pueden quedarse.

Nos quedamos y por una vez estuvimos en la primera fila de un concierto de Joan Manuel Serrat.

No soy un reportero que guarde fotografías de sus personajes y sus cuberturas. Las guardadas a lo largo de más de 40 años no suman ni cinco, pero sí hay una más pequeña que una postal, enmarcada y colgada de la pared contra la computadora donde escribo. Es, como debe de ser, de Juanito Miranda. Una fotografía de los espejos de artistas de los camerinos del viejo Auditorio Nacional, de aquellos con focos a su alrededor, y en el reflejo aparecen los perfiles de Joan Manuel Serrat, Sonia Morales y mi espalda, afortunadamente.

Desde 1979, nunca dejé de asistir a ningún concierto que Serrat dio en la Ciudad de México, acompañado siempre, absolutamente siempre, por Sonia, a veces de su mano, a veces de espaldas, pero juntos siempre.

Hace tres meses hablamos de ir a la Ciudad de México al concierto de despedida de Serrat. Lo dimos por hecho. En marzo se atravesó la pinche muerte, que no nos ha vencido.

Y entonces, dudé. Sonia me hubiese obligado a ir al concierto. Dudé. Supe que a medio concierto Sonia ya no estaría para convertirse, olvidándose de sí misma, en una grupie adolescente que con manos con bocinas exigiría que cantara “Esos locos bajitos” (del disco “En tránsito” de 1981). Y luego me preguntaría como si yo tuviera la respuesta: ¿Tú crees que la cante?

No, yo solo no podía ir, porque además: ¿quién me iba a tomar de la mano cuando comenzará a llorar?

Y no fui, como no fuimos por razones que no recuerdo al de “El gusto es nuestro” de 1997 en la Plaza México, ahí mismo donde años después vi a Serrat y a Joaquín Sabina en los burladeros del callejón viendo torear a ese genio del toreo que es José Tomás, ahí en el mismo ruedo donde Sonia una tarde se enamoró de Pablo Hermoso de Mendoza, en la delegación hoy alcaldía de Benito Juárez, que no era nuestra pero nos acogió en todas nuestras correrías, que por cierto fueron muchas, pero no estoy aquí para contarlas y, muchos menos, ustedes para saberlo.

Como ustedes saben, sé que Serrat es el autor de la que dicen mejor canción (“Mediterráneo”) en español en los 50 años más recientes, según la revista The Rolling Stones, pero “Un mundo raro” de José Alfredo Jiménez le compite y hasta el Serrat la tuvo en su repertorio. A mi gustan todas, las de Serrat, José Alfredo, Sabina, Juan Gabriel, Manzanero, et. al. Bendita música.

Pero, me quedó con “Las malas companías” del mismo disco de “En tránsito” (1981), porque mis amigos, Sonia lo sabe y lo supo, han sido unos sinvergüenzas a los que echan a patadas de las fiestas y también se mean a la mitad de la calle… en plena Colonia del Valle. Nadie me lo cuenta.

Y ahora me voy beber. ¡A la salud de Serrat, pero sobre todo de Sonia!  Y también a llorar. Ustedes disculparán.

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