Ciudad de México, abril 19, 2024 14:30
Francisco Ortiz Pinchetti Opinión Revista Digital Febrero 2023

POR LA LIBRE / Mis viajes con Becky

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“Teníamos una predilección por los Pueblos Mágicos, desde que esa denominación apenas se estrenaba. Alguna vez hicimos una lista de los que habíamos conocido.  ¡Y contamos 76!”  

POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI

                     A la memoria de Rebeca Castro Villalobos, en su primer aniversario.

Aparte de mí, Becky tuvo dos amores: sus muñecos y los viajes. De los primeros hubo evidencia plena en la colección de Snoopys que reunió a través de los años y que colmaban repisas y muebles en “el cuarto de los niños”, aparte de Beto y Enrique,  el perro Aurelio y un sinnúmero de peluches más. De los viajes, están llenos mis recuerdos.

A ella le encantaba viajar. Y yo, un pata de perro irremediable. Formamos una pareja de felices trotamundos. A pesar de que ella vivía en su Guanajuato querido  y yo en la capirucha chilanga,  aprovechábamos cualquier oportunidad para encontrarnos  en cualquiera de nuestras dos ciudades o en algún lugar intermedio, para emprender juntos un viaje. A veces, muchas veces, de un fin de semana. O en ocasiones especiales: su cumpleaños era fecha apartada. Le gustaba que nos refugiáramos en alguna cabaña con chimenea, enclavada en la sierra. O frente a un lago, como en Zirahuén.  Aparte, claro de nuestro viaje anual.

Compartimos travesías, paisajes, emociones, comidas, sustos, atardeceres, bancos de neblina, acantilados, monumentos, alegrías, playas, olores, trasbordadores, contratiempos, asombros, amigos, noches, serranías, plazas, ríos, malestares, vestigios, estrellas, risas, congojas, gastos, leyendas, gentes, aventuras,  callejones, ponchaduras, esperas…

Teníamos una predilección por los Pueblos Mágicos, desde que esa denominación apenas se estrenaba. Alguna vez hicimos una lista de los que habíamos conocido.  ¡Y contamos 76!  Desde Aculco, en el Estado de México, hasta Izamal, en Yucatán; Calvillo en Aguascalientes, Cuetzálan en la sierra de Puebla, Todos Santos en Baja California  Sur , Huamantla en Tlaxcala, San Cristóbal de las Casas en Chiapas, Tequila en Jalisco, Jalpan de Serra en la sierra Gorda queretana, Creel en la Tarahumara chihuahuense.

Como viajeros frecuentes –que lo fuimos durante los 26 años de nuestra relación-, congeniábamos divinamente. Rebeca se adaptaba a cualquier circunstancia y era una magnifica compañera de aventuras, siempre imaginativa y valerosa. Fantástica diría yo. Periodista al fin, escudriñaba lugares e historias, misterios. Lo disfrutaba todo, siempre con sus ocurrencias y su buen humor.

Compartimos travesías, paisajes, emociones, comidas, sustos, atardeceres, bancos de neblina, acantilados, monumentos, alegrías, playas, olores, trasbordadores, contratiempos, asombros, amigos, noches, serranías, plazas, ríos, malestares, vestigios, estrellas, risas, congojas, gastos, leyendas, gentes, aventuras,  callejones, ponchaduras, esperas y hasta una noche en vela en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, varados  tras perder nuestro vuelo a Roma, un patriótico –e insólito– 15 de septiembre… 

Visitamos, varias veces, ciudades hermosas como Zacatecas, San Luis Potosí, Guadalajara y nuestro Querétaro consentido. Fuimos hasta La Paz y Loreto y viajamos en el Chepe de Chihuahua a Los Mochis e hicimos un recorrido por la península de Yucatán, desde Campeche a Mérida y luego a Cancún, Tulum, Isla Mujeres…

Aunque Puerto Vallarta nos gustó siempre, más como población que como playa, Becky tenía predilección por Puerto Escondido, donde llegábamos al hotel de Inés, frente al mar.  Pocos atardeceres como los de Mazatlán. O amaneceres como el de Veracruz, el tres veces puerto de nuestros amores.

Tres veces viajamos a Europa. La primera fue básicamente a España y Portugal, que recorrimos con un auto rentado: Pamplona, Bilbao, Santander, Santiago de Compostela, Oporto (con sus fados bajo el puente, junto al Duero),  Lisboa, Sevilla, Granada,  Linares, Toledo… ¡Y Madrid! De ahí fuimos a París, en tren, para descubrir por primera vez la ciudad que nos enamoró.

Nuestro segundo viaje fue a Italia. La península toda, desde Nápoles hasta Milán: Roma la Eterna, Florencia, Venecia, Pisa, Padua, Bérgamo (que nos fascinó)… para rematar en París y pasar una tarde inolvidable con queso, jamón y vino tinto en el Jardín de las Tullirías.

La tercera incursión juntos por el Viejo Continente fue apenas en 2021, cuando visitamos en Belgrado al hermano mayor de Rebeca, José Humberto, que junto con su esposa Mayela nos hospedaron y llenaron de atenciones. De ahí viajamos a Praga, Viena y Budapest, ciudad  esta última que nos ganó para siempre: he descrito en otro texto reciente nuestra fascinación ante la vista nocturna de la ciudad partida por el Río Danubio, que nos hizo llorar de emoción… y de amor.

También viajamos a ciudades latinoamericanas, además de Cuba, la que visitamos dos veces con un compás de 20 años. Fuimos a Buenos Aires y tomamos clases de tango para intentar luego bailar en un cabaret clásico de la capital argentina, a la que Becky llevó por cierto una foto de su abuela Catalina que siempre quiso conocer esa ciudad hermosa. En Colombia, estuvimos en Bogotá, viajamos a Barranquilla y Santa Marta  y llegamos entre mariposas amarillas hasta Aracataca, el pueblo donde nació Gabriel García Marques y que en su novela cumbre se convirtió en Macondo. Y, mención aparte, Cartagena de Indias, una de las ciudades más bellas que conocimos. En Perú encontramos un Lima sorprendente y trepamos hasta Machu Pichu, ese portento.  Tal vez por inesperado, Guatemala nos ganó con sus encantos naturales, su comida, sus artesanías, sus monumentos arqueológicos… y su gente.

De su fascinación por los viajes, Rebeca  escribió este hermoso párrafo al inicio de su texto Vivir viajando, publicado en su columna semanal en Libre en el Sur el 16 de septiembre de 2020:

Me gusta dormir como un lirón, de jalón y sin despertar, hasta que mis ojos se abran pausadamente y vea un lindo y soleado amanecer. También me gustan los sueños, pero ésos que causan sensación de   bienestar. He de decir, sin embargo, que en mi caso no tengo que dormir para soñar. Soy de las personas que siempre están imaginando,         fantaseando, recreando situaciones y lugares. Y  en la mayoría de los casos, esos “sueños” no se quedan solamente en imaginaciones, sino que se han vuelto realidad. Se trata de mis viajes…

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