Ciudad de México, mayo 17, 2024 00:58
Mariana Leñero Opinión Revista Digital Mayo 2024

San Pedro de los Pinos: guardián de recuerdos

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“Para Carballido la propuesta era ‘espectacular’. –Te metes en Carballido esquina con Leñero-. Una barbaridad, arremetió mi padre rechazando inmediatamente la idea de cambiar el nombre de las calles”.

POR MARIANA LEÑERO

Escondidos por los rincones de San Pedro de los Pinos, se encuentran muchos de los recuerdos de mi niñez y juventud.  Ahora que vivo fuera y cuando voy de visita, salen de sus escondites y me invitan a pasar tiempo con ellos.  Estos recuerdos son los que me colocan en mi origen. Se visten de Estela, de Isabel, de Eugenia, de Cele, de mi madre, de mi padre.  Se prolongan en mis hijas y mis sobrinas. En mis cuñados y amigos cercanos que se unen a estos amores inamovibles con extensiones que se estiran a donde quiera que vaya.  Mis recuerdos se originaron aquí:  entre el Parque Pombo y el Parque Miraflores. Habitan en mi casa y si salen a pasear por la colonia, en la noche los aguarda mi madre, que los cuida amorosamente.

A estos recuerdos les gusta  jugar, comer, llorar, escribir,  pensar y bailar conmigo.  No descansan, y revuelven las capas asentadas en mi corazón mientras me voy haciendo mayor.  Aparecen como olor a tortilla de nixtamal o de bolillo calientito saliendo del horno de la panadería del Parque Pombo. Van al mercado, a la tintorería, a la sastrería, a la ferretería o a la papelería. Otras veces caminan en silencio por las calles llenas de vida y ruido, mojando con nostalgia mis ojos secos. Se persignan serios frente a la iglesia donde se casaron mis abuelos y al mismo tiempo cometen pecados y dicen mentiras.  

Es fácil verlos aprender a andar en bicicleta, amarrarse sus patines, brincar al resorte, pintar con gis las banquetas para jugar al “avión” y tocar timbres para salir corriendo. Mis recuerdos se suben a la pirámide de cemento del Parque Miraflores con las amigas a  esperar que pase la vida. Corren presurosos para empujarse alto en los columpios-canasta como se empujan los sueños cuando eres niño.  Si algunas veces se sienten mal, van a la farmacia a consultar al doctor, perdón, al señor Ramírez;  y  a veces se desvían para comprar una paleta helada que les entibie el corazón.

Se aburren en el catecismo, comen barbacoa los domingos, compran jugo de naranja en la calle o eligen algún dulcecito en la tiendita de la esquina. En el mercado se les olvidan sus dolores porque se mezclan con los colores de la fruta y los olores del pescado y el pollo fresco.

Mis recuerdos pasean a sus perros, hablan con el vecino, con el cartero, con Lidia la del mercado o con Alejandro el carnicero a quien un día le pedí casarse conmigo.

A veces me detienen lo suficiente para querer quedarme ahí: sonriendo, suspirando y evitando sentir el vacío de lo que ya no está.  Sin embargo, los recuerdos no conocen la muerte, solo la vida. No conocen tiempo y eligen sin aspavientos cualquier edad. Mezclan etapas carentes de límites. No están tristes, nos les falta nada, no se detienen en el presente y ni siquiera creen que existe el futuro.

Estos recuerdos que me aseguran tener vida propia, tienen también secretos que no conozco porque forman parte de los secretos de mis antepasados. En 1925, cuando mis abuelos llegaron aquí, los recuerdos nacieron entre terracería, pinos y vacas; se fueron acomodando entre las paredes de mi casa. Se reproducen sin parar con los que forman mis hijas y mis sobrinas. Los recuerdos que nacieron en San Pedro son territoriales. Si en algún momento intentas hacer cambios, ponen resistencia.  Quizás por eso existen aún calles, casas y espacios que mantienen su alma de origen, aunque posiblemente esto no dure por siempre.  Por ejemplo, quisieron cambiar el nombre del Parque Miraflores por el del escritor Emilio Carballido. Inclusive colocaron una escultura de una rosa, en su honor. Sin embargo, la tradición resultó más fuerte que el reconocimiento, o quizás la idea fue demasiado tonta o los vecinos incultos o conservadores, porque nadie adoptó el nombre propuesto y al poco tiempo recobró el original.

También, Kena Moreno, una de las que fue delegadas de la Benito Juárez, sugirió cambiar el nombre de Avenida 2 (donde nosotros vivimos) por el nombre de mi papá y la Calle 9 por el nombre de Carballido. Para Carballido, como nos contó mi padre, la propuesta era “espectacular”. –Te metes en Carballido esquina con Leñero-. Una barbaridad, arremetió mi padre rechazando inmediatamente la idea.

Lo único que cambió fue el nombre de los famosos tacos de barbacoa que todos los domingos se colocan en esa esquina.  Ahora se llaman Tacos Emilio.  Los dueños, una familia muy grande, agradecieron así el apoyo que el escritor les brindó cuando amenazaron sacarlos de ahí. 

  Y como los recuerdos son fuertes y poderosos hay que reconocer que es difícil alejarse de ellos.  Muchos de los que viven aquí lo han hecho por muchos años y por generaciones. San Pedro tiene una fuerza y un espíritu que estoy segura es alimentado por sus recuerdos. Todos los que nos vamos regresamos con cualquier pretexto.

Mi padre cumplió su ciclo de vida en San Pedro de los Pinos como escenario. Se crió, se enamoró, lloró, estudió, escribió, formó una familia y murió aquí. Sus recuerdos no se fueron con él y aun cuando a veces ha sido necesario meterlos en cajas, regalarlos, donarlos o esconderlos para no provocar lágrimas, continúan jugando y chismeando entre ellos. 

Con raíces fuertes y  con sólido tronco, San Pedro es mi árbol genealógico. Un árbol tan basto como sus olores, colores, sabores  y los recuerdos que cuida y resguarda. Por eso, siempre le estaré agradecida.

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