Ciudad de México, noviembre 21, 2024 18:49
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Un millón de rayitas

Me ha llamado la atención que buena parte de los caricaturistas sean tan serios en persona. Hace varios años mi amigo Héctor Tenorio me dijo que eso también ocurría con los comediantes y que un día el Güiri Güiri explicó el tema como una catársis del dolor.

El caso de Rogelio Naranjo creo que era distinto. Tenía tal capacidad de decir las cosas a través de sus monigotes que a él simplemente no le hacía falta hablar. Lo llegué a tratar, así sin palabras, y su seriedad estrechaba aún más mi timidez, si no es que me espantaba. Pero también lo recuerdo muy amable.

Varias veces me tocó, allá en los principios de los noventas, recibir su cartón porque mi silla de trabajo se encontraba muy cerca de la de los diseñadores. Eso pasaba sobre todo cuando de momento no se encontraba por ahí El Chino, el ayudante de Vicente Leñero, y entonces yo me convertía en su primer lector.

Recuerdo que mis dedos acariciaban el pergamino como si se tratase de una joya. Para mí lo era: Me asombraba no solo su crítica a través de los dibujos, la más incisiva de todas. También –y sobre todo– la calidad de sus trazos. Era un artista. Y nunca fallaba en la entrega, semana a semana, número a número, año tras año.

Pensaba que en cada cartón se tardaba mil años porque los monos estaban diseñados como por un millón de rayitas. Con esa fineza se volvió un dolor de cabeza de los políticos en los tiempos más autoritarios, si bien –hay que decirlo– sus cartones en El Universal nunca fueron tan fuertes como los que se publicaban en Proceso, lo que no gustaba mucho en la revista.

La paulatina expansión de la crítica volvió a otros medios más influyentes que Proceso y en esa medida Naranjo dejó poco a poco de tener aquel impacto.Pero sin duda fue uno de los mejores caricaturistas de México, si no el que más. Lo recuerdo con aprecio.

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