VIVE BJ /¿Un solo juego y en penaltis?
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MARIA LUISA RUBIO GONZÁLEZ
Las campañas electorales están en su última semana y esta edición en particular ha dado mucha tela de donde cortar. Han salido a relucir todos los trapos sucios posibles, verificados y no, y entre tanto ruido, mezclada la información y la propaganda, es difícil distinguir los hechos y las opiniones.
Empecemos por revisar un hecho: muchas personas que se acercan al periodo electoral lo hacen con la mira puesta en la elección presidencial, como si el destino del país fuera a decidirse, valga la metáfora futbolera, en un solo juego y en penaltis. Solo en el caso de la Ciudad de México, en esta elección confluyen la elección federal (Presidencia de la República y renovación del Congreso de la Unión: senadurías y diputaciones), y la elección local (jefatura de gobierno, alcaldías y diputaciones locales). Como tener torneos simultáneos de varias ligas.
Lejos están los días del presidente superpoderoso, y el derecho de petición como única posibilidad de acceder a ese poder percibido como total. Aunque es cierto que en la ciudad de México hace menos de dos décadas que elegimos a nuestros representantes, estamos lejos de vivir la democracia local como una relación entre representados y representantes, y más cerca de concebirla en un tono palaciego, donde hay que ganarse, y mantener, el favor del monarca. Esa es mi opinión.
Un hecho es que a lo largo y ancho del país está normalizada la corrupción electoral. La iniciativa Democracia sin Pobreza ha mapeado los reportes de reparto de dinero, cosas o tarjetas, a cambio del voto, y también la coerción a través de la inscripción en programas sociales y de ayuda, o la amenaza de quitarlos. Basta echar un ojo al mapa para comprobar lo extendido de esta práctica que nos parece normal, y que mina de manera importante la confianza en la democracia representativa, sus leyes e instituciones.
En mi opinión, podemos simplificar los efectos de la corrupción electoral con un dicho: El que paga para llegar, llega para pagar. Cuantos recursos se destinen para ganar el voto, tantos intereses se deben cuidar para pagar los favores, o para asegurarlos en futuras candidaturas. Mientras más candidaturas al hilo tenga el personaje o grupo político en cuestión, tantos más intereses tiene que cuidar.
Como todos los recursos son finitos (pensemos como recursos no solo en dinero, sino en permisos, licencias, concesiones, actos de gobierno y hasta en omisiones), el pago de favores y cultivo de intereses se va notando en la eficiencia de los gobiernos para cumplir su razón de ser: el servicio público, la garantía de los derechos de las personas. La garantía de sus derechos, lector, lectora; de los míos.
¿En dónde están puestos los recursos de su gobierno? Es más fácil mirarlo en la liga más cercana, la local: ¿En dónde estuvieron puestos los recursos de su gobierno local? ¿A quién atendió su delegado, su delegada? Como ciudadano de a pie ¿tuvo usted acceso a su gobierno local (delegado/a y gabinete) de manera periódica en audiencia pública? ¿fue pública su agenda? Si su respuesta es no, ¿quién sí tuvo acceso?
En los últimos tres años, ¿cuánto invirtió su gobierno local en la mejora de los servicios que presta?, ¿qué recursos empleó para coordinarse con otros niveles de gobierno en la garantía de su seguridad, de su salud, de su empleo, de la calidad de su educación o las de sus hijos? ¿Cuáles en su acceso a la cultura? En época no electoral ¿dónde estuvo la atención de su gobierno local?
Las elecciones no son, no tiene que ser, un juego a penaltis. Esa es mi opinión. Es posible construir la democracia, sin corrupción, desde lo más cercano, en la liga local que está por iniciar: las alcaldías y sus concejos. Eso es un hecho.