Ciudad de México, junio 24, 2024 23:58
Gerardo Galarza Opinión Revista Digital Junio 2024

SALDOS Y NOVEDADES / El Zócalo es de todos

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

“Por ese rumbo, iban al Palacio de Bellas Artes, llamado el Teatro Blanquito por el inolvidable musicólogo José Antonio Alcaraz, por su cercana contraposición con el Teatro Blanquita (ineludible “fuente” periodística de espectáculos), cuadras adelante sobre lo que entonces era San Juan de Letrán (que Dios te guarde, Sergio Esquivel) y hoy es el tecnocrático Eje Central”.

POR GERARDO GALARZA

Para un chilango, como el escribidor, el Zócalo de la Ciudad de México (así, y no CDMX) es el centro histórico, político, económico, cultural y centro de festividades de todo el país.

Es necesario establecer que hace 50 años (ah, chingá), en 1974, cuando el escribidor llegó a la entonces México, Distrito Federal, el concepto un tanto despectivo “chilango” se aplicaba a los provincianos que llegábamos a vivir, por diversos motivos, a la capital de la República. Pero, el gentilicio de los nacidos en el Distrito Federal pues no era muy popular; el mejor de ellos era el de “capitalinos”, aun cuando los habitantes de las capitales estatales también se sentían con ese mismo derecho. Por fortuna a nadie se le ocurrió inventar los gentilicios “capitalino federal” y “capitalino estatal”.

En un mes patrio y pandémico. Foto: Francisco Ortiz Pardo

Hoy parece que el término “chilango” dejó, primero, de ser peyorativo, y, segundo, incluye a todos los habitantes de la Ciudad de México, nacidos o residentes en ella, quienes unos y otros lo llevan con orgullo. A nadie se lo ocurrió definirse como “defeño” o “ciumexica” o algo similar, porque simplemente ya hay mexicanos y mexiquenses… cosas de los gentilicios nacionales.

Foto: Francisco Ortiz pardo

Para un reportero, como el escribidor, lo que hoy se conoce como Centro Histórico de la Ciudad de México fue centro de trabajo natural por las diversas “fuentes” periodísticas que ahí se concentraban: Palacio Nacional -para las fuentes presidencial y económica y financiera (la sede principal de la Secretaría de Hacienda aún está en ese edificio virreinal)-, Palacio del Ayuntamiento (el Departamento del Distrito Federal , hoy Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México),  la Cámara de Diputados (en Donceles y Allende), el Senado (en Xicoténcatl, a un costado de lo que hoy es el Museo Nacional del Arte y frente al célebre teatro Fru Frú), el Banco Nacional de México (fuente económica y financiera), el Palacio de Bellas Artes (fuentes culturales), y más o menos a esa misma distancia, hacia el sur, ahí donde inicia 20 de Noviembre, la temible Dirección General de Policía y Tránsito en Tlaxcoaque (la fuente policiaca).

Hace 50 años, tampoco existía (al menos popularmente) el concepto de Centro Histórico. El Centro era simplemente el Centro y su centro era el Zócalo, con su Palacio Nacional, su Catedral, y su asta bandera en el centro de su plaza.

Además, claro está, el Centro era, como es, un espacio, comercial, económico, cultural, turístico, histórico.

Adornois el Día de Muertos alrededor del Zócalo. Foto: Francisco Ortiz Pardo

Todos los turistas, los nativos y los recién llegados iban al Centro, al Zócalo, a la Catedral, Palacio Nacional (al que podía entrar sin mucho problema), a Bellas Artes y a la imponente Torre Latinoamericana, tanto que con ella se hicieron chistes como aquel de un policía que le pregunta a un provinciano qué hace con la vista hacia arriba; el visitante le contesta que está contando los pisos del emblemático (así se dice ahora) edificio, y entonces el policía gandalla, como casi todos los policías de la Ciudad de México, le pregunta: ¿Cuántos lleva?, 42, responde el  provinciano; pues, añade el policía, cada piso cuesta un peso, así que voy a aceptar su cuenta y ya me debe 42 pesos…

Y sí, por ese rumbo, iban al Palacio de Bellas Artes, llamado el Teatro Blanquito por el inolvidable musicólogo José Antonio Alcaraz, por su cercana contraposición con el Teatro Blanquita (ineludible “fuente” periodística de espectáculos), cuadras adelante sobre lo que entonces era San Juan de Letrán (que Dios te guarde, Sergio Esquivel) y hoy es el tecnocrático Eje Central.

No está por demás decir que adelantito del Blanquita está la Plaza Garibaldi, su Tenampa, sus mariachis ambulantes, y otros templos de sana diversión y esparcimiento, generalmente con nombre en francés. A nadie le hacía daño gritar u oír: ¡Pelos, pelos, pelos!

Sin olvidar el paseo dominical y familiar por la Alameda Central con sus fuentes y sus esculturas.

San Juan de Letrán de noche y Niño Perdido, a las mismas horas, eran un hervidero de parroquianos dispuestos a gozar de bailes y espectáculos que hoy apenas si alcanzarían la mitad de una de las tres X con las que se clasifican las “actividades” bizarras, extravagantes o, digamos, eróticas.

Aspecto aérero del Centro Histórico hacia el oriente. Foto: Francisco Ortiz Pardo

Las calles aledañas, especializadas cada una o un conjunto de ellas, en venta de ropa, telas y todo tipo de géneros: vestidos de novia y de quinceañeras, trajes para burócratas, uniformes escolares, zapaterías; implementos médicos; loza, cubiertos y cristalería para las cocinas y comedores; librerías de nuevos y de viejos; tiendas especializadas en, por ejemplo, plumas Mont Blanc, cámaras fotográficas y de cualquier tipo de mercancía; merolicos que vendían pomadas y píldoras milagrosas para aquellos que despertaban con el aliento con sabor a centavo o con dolores en las articulaciones… que competían, ganando casi siempre, con los grandes almacenes que ya existían.

Además de hoteles todo de todo tipo, comenzando por el histórico y de caché Gran Hotel de la Ciudad de México, y también de vecindades que muchas veces eran refugio de perseguidos por la policía.


También la Plaza de Santo Domingo y sus escribientes de cartas a máquina de todo tipo, incluidas las románticas y las burocráticas, la impresión de tesis universitarias, sin olvidar la falsificación de documentos oficiales, especialmente de títulos profesionales, frente al antiguo Palacio de La Inquisición, recuerdo de otros tiempos.

En el mismo Centro otros impresionantes edificios como los palacios de Minería y el Postal, el de Correos o el Monte de Piedad, auxilio de la economías populares, siempre con “colas” en sus aceras ya fuera para quienes iban a empeñar su posesiones, quienes las iba a recuperar o, los más, aquellos iban a pagar el refrendo de lo empeñado para evitar perderlo.

Cómo olvidar Tepito con su tradición popular, cuna de boxeadores y también de la entonces imprescindible fayuca, donde fue posible obtener todos los productos extranjeros (televisores, aparatos de sonido, grabadoras, relojes, lo que fuera) cuya importación estaba prohibida o el costo de su importación legal era prohibitivo para la mayoría de los habitantes de la ciudad, que no pudo sobrevivir luego de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio (TLC).

La marea rosa. Foto: Francisco Ortiz Pardo

Todo cobijado por restaurantes (el original El Cardenal que todavía existe o el Orfeo Catalá o el Casino Español, el Café La Blanca y los de los chinos) loncherías, juguerías, torterías, taquerías de todas las especialidades establecidas o ambulantes como las de tacos sudados con sus siempre hules azules en las canastas y las bicicletas de sus vendedores.

Pero olvídese de esto y si quiere disfrutar de veras el Centro de la Ciudad de México, pues váyase a YouTube o Spotify y busque “México, Distrito Federal” del Chava Flores o, ya de perdis, “San Juan de Letrán” del ya citado Sergio Esquivel.

Se decía que cada uno habla de la feria según le fue en ella.

Y entonces, uno habla de su propia feria.

Y en feria del escribidor fue todo eso, pero esencialmente su recuerdo del Centro Histórico tiene que ver con su actividad periodística, el reporteo. Con frecuencia iba al Centro Histórico a “cubrir” manifestaciones, actos de protesta o festividades públicas: cómo olvidar las concertaciones populares convocadas en 1988 por Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel J. Clouthier en protesta por aquel fraude electoral; o las de conmemoración del 2 de Octubre, o también, porqué no, las marchas y manifestaciones oficiales de, por ejemplo, las de los 1º de mayo para agradecerle al Señor Presidente de la República el empleo y las presuntas conquistas laborales con acarreados de todo tipo y de las que se decía que habían asistido un millón de trabajadores, todos por supuesto obligados por sus respectivos sindicatos priistas o la celebración del Grito los 15 septiembre y el Desfile militar del día siguiente…

Por eso, el mayor recuerdo del Centro Histórico de la Ciudad de México, su zócalo, su plancha y su asta bandera monumental es el del espacio de todos lo mexicanos, capitalinos, chilangos y provincianos, de todas las tendencias y creencias para ejercer sus libertades, aunque siempre las autoridades de siempre hayan tratado de impedirlo sin éxito.

El Zócalo es de todos, se dice ahora, aunque cada ciudad y cada población del territorio nacional tengan su “zocalito” (en lenguaje de los chilangos que visitaban “la provincia” en Semana Santa o Navidad.

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