Ciudad de México, noviembre 22, 2024 00:09
Opinión Francisco Ortiz Pinchetti

POR LA LIBRE BJ / La Veiga

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI

Ya son pocos los juarenses que aún recuerdan uno de los establecimientos que fueron emblemáticos de la delegación Benito Juárez allá por los años sesentas, setentas y ochentas del siglo pasado. Me refiero a la panadería La Veiga y su cafeteria y restaurante, ubicados en plena avenida Insurgentes Sur 1275, entre Empresa y Annibale Carracci, en la colonia Extremadura Insurgentes.

Hoy, en el predio que ocupara esa famosa negociación se dan los últimos toques a una torre corporativa de más de 20 pisos recién construida, lo que marca el fin de la fisonomía urbana que definió a nuestra demarcación en las postrimerías del siglo pasado.

Foto: Especial.

 

Durante más de cuatro décadas, La Veiga –que debe su nombre a una comunidad de Galicia, en España– fue un ícono indiscutible de la actual demarcación juarense. Sitio de reunión sobre todo de vecinos de las colonias Del Valle, Extremadura Insurgentes e Insurgentes Mixcoac, así como de estudiantes universitarios e intelectuales, incluidos líderes estudiantiles que en los agitados días de 1968, hace medio siglo,  fraguaron sus estrategias en torno a esas mesas con cubierta de melanina color crema.

Empezó como una acreditada panadería y pastelería, inaugurada en diciembre de 1954, pero obtuvo su fama mayor por el restaurante adjunto, una suerte de cafetería al estilo español de las que aún hay algunas en el centro de la ciudad, como el café La Blanca. Justo enfrente, sobre Insurgentes, estaba otro negocio emblemático de la época y de la colonia Del Valle, la Tintorería Francesa, en el predio que hoy ocupa una unidad de la cadena Sanbon’s.

La Veiga era referencia y sitio de encuentro, escenario de animadas tertulias y meriendas familiares, olorosa a café, que ofrecía una carta de platillos limitada, pero de muy buen gusto y de mejor precio, como los inolvidable molletes, la milanesa con papas o la pechuga parmesana servida con una ración de espagueti con salsa de tomate, sin faltar por supuesto una gran variedad de biscochos elaborados en la panadería de al lado y por lo tanto siempre frescos y crujientes. Los domingos había paella y muchos taurinos concurrían a comerla antes de marchar con bota al hombro a la vecina Monumental Plaza México de la Ciudad de los Deportes.

En la cafetería primero, y luego en la terraza-bar,  solíamos reunirnos cotidianamente los reporteros del semanario Proceso, fundado en 1976, cuya redacción se ubica hasta la fecha  relativamente cerca de ahí, en la calle de Fresas 13 de la colonia Tlacoquemécatl del Valle.

La panadería fue por cierto pionera en la modernización del sector, ya que fue la primera de funcionar con autoservicio, con lo cual sus propietarios fusionaron de hecho dos grandes tendencias de la panificación en aquella época, a mediados de los años cincuenta del siglo pasado: la mecanización y el autoservicio, con capacidad para producir entre ocho mil y diez mil piezas por día. La Veiga pertenecía a la sociedad San Nicolás S, de RF.L., cuyos socios principales, los tres de origen español, eran Carlos Fernández, Ángel Uría y Ramón González.

Tal vez algunos juarenses mayores recuerden con nostalgia aquellos años de La Veiga, tanto la panadería como el restaurante, y guarden en su memoria momentos gratos vividos en ese gran salón –al que luego se incorporó una terraza que daba a Insurgentes y en la cual se daba también servicio de bar– donde el ir y venir de los meseros de impecable filipina blanca, como el siempre atento Pedrito, completaban el ambiente marcado por el rumor de los cubiertos y las pláticas que a menudo derivaban en acaloradas discusiones. Ambos negocios cerraron sus puertas a principios de los noventa, cuando el predio fue adquirido por los promotores de una plaza comercial en la que según el acuerdo  habría un nuevo local de La Veiga; pero… ¡nunca se construyó! Válgame.

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