Ciudad de México, noviembre 23, 2024 17:22
Opinión Francisco Ortiz Pardo

EN AMORES CON LA MORENA / El Callejón de la ambición

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Engaño, estafa, codicia, venganza, envidia, chantaje, seducción, burla, humillación… qué más da. Tremendo “giro” da la vida al final.  

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Por mucho tiempo pensé que yo no sufría de pesadillas porque no soñaba con monstruos. Aunque un día reparé en que había crecido y poco a poco fui comprendiendo que los monstruos se escondían detrás de las angustias de la vida, en este torbellino de presiones contra la posibilidad de ser uno a sus tremendas anchuras. El problema es que, aunque nos empeñemos en escupirlos reaparecen por la inevitable interacción con el mundo exterior: Se aparecen reales de día.

Los budistas sostienen que necesitamos del reconocimiento del otro para acercarnos al estado de felicidad.  Pero muchas veces ese afán lleva al apego que debemos soslayar si queremos ser libres y desarrollar lo que ellos llaman el amor incondicional. Mientras más intentamos desmemoriar a la persona que busca hacernos daño, más se aparece no con un rostro y cuerpo deformados, sino en una realidad deformada.

De eso trata El callejón de las almas perdidas (2021), del director mexicano hollywoodense Guillermo del Toro, acaso la obra de mayor rango filosófico, que labra en actores de primera categoría la verdadera identidad monstruosa del ser humano. Cuando veo el filme –basado en la novela de William Lindsay Gresham, que se quitó la vida a los 55 años de edad, y donde se perfilan personajes de circo, tan seductores como siniestros— pienso en el lugar en el que estamos, ahora mismo, aunque la película arranque en 1941. Tantas veces me he preguntado cómo es posible que, a pesar de toda la exposición mediática, del riesgo y de la resonancia, políticos o hijos de políticos aparezcan presumiendo sus lujos en redes sociales, que tarde o temprano terminarán publicando Reforma o Loret o Animal Político o Libre en el Sur. ¿De qué está hecha tal ambición que una vez que se llegó a tener, no basta con tenerlo? Del Toro lo define en la imposibilidad de “llenar el hueco” y la obsesión de llenarlo toda la vida, tras las miserias y secretos de cada quién.

Engaño, estafa, codicia, venganza, envidia, seducción, burla, humillación… qué más da. Tremendo “giro” da la vida al final.  

Así que el cineasta vino a descubrirnos, por fin, las intrínsecas características del monstruo, que es el que vive “creando” monstruos falsos, el que los decreta y el que los construye. Cuando el doctor Frankenstein se asomó al asunto, la metáfora quedó lejos del entendimiento cabal. Esta vez la crudeza se impuso entre tonalidades menos fantasmagóricas y más lúgubres. Y los más “salvajes” son los más inocentes.

Es la ambición la fuente de tales deformaciones, la misma que destruye familias por herencias que países enteros por la corrupción de sus políticos. Y cuando acaba… no acaba. Aunque lo adviertan las cartas del tarot, aunque se le dé al individuo la posibilidad de cambiar su propio destino, el susodicho se subirá al yate y luego Reforma publicará la foto. Lo que sigue no es solo un tema de impunidad. Es la imposibilidad de transformarnos como humanidad. Los mismos ambiciosos utilizaran el tema del abuso y de la ambición de otros para obtener sus propios beneficios aplastando las dignidades de otros más. Mentirán diciendo que los otros son los mentirosos. Desde el malecón de la autocomplacencia, pondrán frases bonitas acerca de los más desposeídos.

Tras el triunfo de Los Olvidados en Cannes, Luis Buñuel explicó sus motivaciones: Durante los tres años que estuve sin trabajar, pude recorrer de un extremo a otro la ciudad de México y la miseria de muchos de sus habitantes me impresionó. Decidí centrar Los olvidados sobre la vida de los niños abandonados y para documentarme consulté pacientemente los archivos de un reformatorio. Esto es, mi historia se basó en hechos reales. Traté de denunciar la triste condición de los humildes sin embellecerlos, porque odio la dulcificación del carácter de los pobres. Los olvidados es, quizá, mi film preferido.

Después de ganar el Oscar con La forma del agua, Del Toro ha superado su propia pregunta: ¿quién es más monstruo, el monstruo o el ser humano? Ahora pone a los frágiles que han caído en las garras seductoras del ambicioso sin más rímel que el de la artista de la feria; frente a ellos hay un bebé en formol, en un frasco sin demagogias. Recuerda que el poder siempre se revierte en forma de tragedia, pero no se acaba. Al siguiente poderoso le ocurrirá lo mismo, y así. El Hombre Araña no los salva, aunque sea más taquillero. Mientras tanto, los muertos van quedando apilados en los carretes de la historia de la humanidad. Hay llamas a todo el rededor. Y los salvadores fracasan una y otra vez… siempre a la hora del creme brulee.

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