Ciudad de México, noviembre 23, 2024 07:15
Francisco Ortiz Pardo Opinión

EN AMORES CON LA MORENA / De tín-marín… en el IMSS

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Que imagine el lector con la siguiente historia la distancia que hay entre Dinamarca y nosotros.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

El mero día 24 de diciembre último, la joven de 19 años tiene que suspender la salida prevista de la ciudad para festejar con su familia cercana la llegada de la Nochebuena. Amaneció con un dolor insoportable en la pierna izquierda que unas horas más tarde ya lleva el nombre de trombosis aguda. Como tratamiento y para evitarse una intervención que se tendría que repetir a los 10 años con un pronóstico reservado, requiere desde entonces y de manera indefinida el uso de anticoagulantes, cuyo costo supera los tres mil pesos mensuales, algo que es muy difícil de solventar para su familia pero que es indispensable para que el coágulo alojado en su vena no genere una complicación fatal.

Como es estudiante universitaria que cuenta con ese derecho, en abril pasado la chica tramita su alta en el Seguro Social (IMSS), el instituto al que el gobierno federal ha tomado como modelo para emprender lo que llama una “transformación” del sistema de salud en México, con tufo de cinismo cuando ya fracasó el Insabi, cosa inventada por las ocurrencias y las demogogias de quien dice que todo pasado fue peor.       

Pues bien. De acuerdo con el lugar donde vive la chica le es asignada la clínica 163, ubicada en Calzada de las Bombas, en la alcaldía Coyoacán de esta ciudad de México. Sabiendo que es habitual que haya filas largas para esos trámites, opta por faltar a sus clases para llegar temprano. Luego de un ir y venir por tres oficinas para el papeleo, le piden que elija un consultorio al azar, del uno al 12. Sí: ¡Como en la feria! Entonces ella nombra el número tres. Pero le piden que diga otro porque el médico del tres se dedica ahora a la atención de enfermos del coronavirus…

En el momento que escribo esta historia el presidente Andrés Manuel López Obrador ha perfeccionado su puntada, en medio del descarado ocultamiento de datos sobre la cifra real de muertos de Covid en México al declarar por terminada este día la emergencia. El sistema de salud pública auspiciado por su gobierno, al que netamente le resta poco más de un año, será no como el de Dinamarca, sino mejor. Hallo en la red un reporte serio, accesible y nutrido en datos, del portal de la empresa española Elsevier, dedicada “al análisis de información global que asiste a instituciones y profesionales en el progreso de la ciencia y los cuidados avanzados en materia de salud”. Por supuesto que por la extensión de esta columna estoy obligado a sintetizarlo. Evito mayores comentarios para que sea el propio lector el que imagine la distancia que hay entre Dinamarca y nosotros.

El sistema de salud en Dinamarca es pública y su financiación principalmente también, por lo que procede de impuestos de los ciudadanos y presupuestos estatales. Se destina alrededor del 11% del PIB al gasto exclusivamente sanitario. La esperanza de vida media en aquel país es de 80.6 años. Los servicios prestados al ciudadano son gratuitos con excepción de la farmacia (los pacientes pagan el costo total de los medicamentos hasta llegar a un umbral, pasando luego a pagar una tasa decreciente de copago hasta alcanzar un segundo umbral, a partir del cual los costos están totalmente cubiertos. Todo ello incluye también a personas que se encuentren temporalmente en el país; las personas que no estén registradas (residentes, inmigrantes indocumentados o visitantes extracomunitarios no cubiertos), pueden acceder al uso de los servicios de salud, pero asumiendo el costo de ellos.

En más de un 99% de la población, el paciente tiene asignado un médico especialista en atención Primaria (AP) específico y el paciente tiene derecho a la asistencia médica gratuita del mismo y de otros especialistas médicos, siempre que cuente con una derivación previa del médico de AP. Este sistema es gratuito para el paciente, solo debe identificarse a través de su tarjeta sanitaria. El 1% restante de la población utiliza un seguro privado.

La carrera de Medicina tiene una duración de seis años, y después se ha de realizar un examen global teórico-práctico. A continuación, se cursa un año de educación básica (seis meses en un centro de AP y el resto en las urgencias hospitalarias) y después cinco años más de la especialidad escogida: 12 años en total. El estado financia todos los años de estudio y además otorga una remuneración a todos los estudiantes según las calificaciones obtenidas. Se le otorga a cada médico de familia una remuneración cada dos años destinada a su formación: material médico, libros, cursos, congresos, entre otros. Nada a ciegas: Deberá cumplir con los requisitos exigidos por el comité evaluador.

La AP no está centralizada (como se pretende cada vez más en México), de tal forma que los médicos son autónomos, se encargan de la organización, administración y gestión de los centros (contratos y salarios de personal, así como de otros gastos). Para ello el médico ha de comprar la propiedad y obtener un número de licencia, de forma que posteriormente tiene derecho a venderlas de manera independiente por lo que esta transacción ocurre sin la interferencia de las autoridades públicas. Cada centro de salud al ser autogestionado puede escoger qué tipo de historia clínica informática utiliza, siempre y cuando permita la interconexión con hospitales y con el sistema WebReq de análisis clínicos (para enviar y recibir respuesta). La mayoría cuenta con micrófono para dictado de resúmenes, peticiones y otros, además de auriculares para recepción de llamadas. Estos sistemas funcionan además con la receta electrónica, lo que permite que el paciente luego de la consulta se dirija a la farmacia de su elección y presentando su tarjeta sanitaria se le dispense el medicamento. Es normal en meses de verano que los pacientes se encuentren en otras regiones y llamen por teléfono solicitando su medicación crónica, la que al ser generada le permitirá obtenerla en cualquier farmacia a nivel nacional.

Las consultas de AP están abiertas de lunes a viernes en horario de 8 a 16 horas. La jornada laboral comienza con las consultas telefónicas. El paciente llama a la clínica y según el motivo de consulta es atendido por los diferentes profesionales. Normalmente los motivos de consulta telefónica son para realización de recetas, entrega de resultados de pruebas o continuidad de tratamiento que se ha comenzado. Si el médico lo considera, puede citar al paciente de forma presencial. Al final de la jornada laboral se realizan las visitas domiciliarias, en caso de que sean precisas. El médico se traslada con su vehículo propio hacia el lugar de residencia del paciente y después recibe remuneración por el sistema nacional sanitario acorde al lugar de desplazamiento (a mayor distancia, mayor remuneración). El médico se encarga también de contestar las consultas vías email o revisar la correspondencia que llega desde el hospital o los servicios públicos.

Los ingresos de los médicos de AP son variables, según la cantidad de pacientes que ven mensualmente. La remuneración es mixta, donde el estado paga un 30% de sueldo fijo a los médicos para que los ciudadanos tengan un servicio mínimo cubierto y luego paga un 70% por servicio brindado (acto médico, realización de pruebas). Además, ellos reciben retribuciones por aquellos pacientes que no presentan necesidad existencial, es decir, se establece un pago por los pacientes sanos que no acuden a consulta, ya que se considera que el médico está cumpliendo con su labor al mantener la salud de estos. En promedio, el médico de AP puede generar unos ingresos de 60.000 coronas danesas al mes (unos 8.000 euros), esto en muchos casos es superior a los médicos especialistas hospitalarios y tiene el sentido de incentivar a la especialización en AP.

Elija un consultorio al azar, del uno al 12, le piden a la enferma.

Suficiente, pienso, amén de que caigamos en depresión al volver con nuestra historia.

En nuestra propia AP del Seguro Social, la chica de 19 años se ha decidido finalmente por el consultorio 10. ¿Estás segura? –la increpan—. Pues sí (qué más puede decir). “Conste que no hay cambios”.  En otras palabras: No se vale la catafixia.  Le piden ir al día siguiente por su carnet, a partir de las dos de la tarde, pues su turno es el vespertino por tratarse de una estudiante. Pero al llegar se le informa que las enfermeras salieron a comer, por lo que tiene que esperar dos horas para recibir la papeleta. Al formarse en el consultorio 10 para solicitar la cita le informan que en ese consultorio… ¡no hay médico! Un consultorio del que la paciente se podrá cambiar hasta un año después.

La encargada lo subraya en la hoja de citas, remarcado con plumón rosa. Así que la chica deberá ir al día siguiente a hacer “la unifila” y poder ser atendida en horarios “intercalados”. Pierde sus clases de la tarde. Entrega al médico en turno su expediente para que quede integrada la información completa y acto seguido se le indica que deberá realizarase unos estudios clínicos para que más adelante acuda a una nueva cita con el médico familiar. Los análisis son programados para dos meses y medio después, o sea a principios de julio próximo, y luego habrá que volver hacer la “unifila” de cuatro horas para que así le asignen en un tiempo hasta ahora indefinido el médico especialista que determinará si merece el medicamento o no. Todo es como una rifa, cosa de suerte.

Ella escribe en un papel, para ella, para los suyos, como ficha de una pieza artística: “El flujo de la sangre se ha obstruido; toma caminos alternaos al bloqueo, se expande su fuerza sin detenerse. Busca alcanzar al corazón que espera el tiempo idóndeo para sanar. El trayecto descrito de toda una vida tiene una pausa. Tengo un miedo atrapado en la ingle que encierra mis anhelos. Mis pasos son el recordatorio de la diferencia”.

La chica tendrá su medicamento –¡al fin!— ocho, nueve, diez meses después; tal vez un año después, de que fue diagnosticada de algo que la podría dejar sin caminar. Eso, si es que no falta la medicina a la mera hora… ¡Y láaastima, Margaritaaa!

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