Ciudad de México, octubre 9, 2024 12:46
Francisco Ortiz Pardo Opinión

EN AMORES CON LA MORENA / La vida en yoga

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Tarde llegó la luz a la cúspide del poder mundial. Pero el problema ha sido para la llamada “ciencia moderna” y sus “evidencias”, no para el yoga (una palabra que en esencia quiere decir “unión” y que se refiere a la interacción de los cuatro cuerpos: El físico, el emocional, el mental y el energético o espiritual.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Todo lo que se explica es relativo y no todo lo que existe puede ser explicado. Cualquiera que se adentre con convicción en la filosofía del yoga lo sabe. Y tal vez por eso sorprende que una disciplina que ha tenido constatables beneficios para el ser humano a lo largo de dos milenios, haya sido reconocida por la Organización de Naciones Unidas (ONU) hasta el año 2014.

Así como después de sufrir de coronavirus la humanidad debería revisar cómo es que sus hábitos y conductas (que tras una tregua de esperanza de cambio ya reaparecen en toda su magnitud anterior) han alterado y deformado el planeta, también debería abrirse el cuestionamiento a la ciencia occidental, que a un siglo de la llamada gripe española, la cantidad de recursos económicos, materiales y humanos de que ha dispuesto –y el peso de soberbia y vendimia de superioridad intelectual que conllevan– no han sido suficientes para frenar una desgracia que ya ha cobrado la muerte de más de 6.3 millones de personas en el mundo.

La propia ONU lo reconoce ahora, tácitamente y sin aceptar obviamente que en su seno se han convalidado estrategias fallidas para la salud mundial, ligadas a malas prácticas ambientales y no pocas veces protectoras de industrias como la farmacéutica o la de la carne, y además con manejos ambiguos, confusos, acerca de las fuentes alimenticias que no surgieron en occidente. Ni qué decir esa parte de la ciencia médica auspiciada por la OMS (de la ONU), que busca curar las enfermedades con medicamentos en vez de prevenirlas. “El mensaje del yoga para promover el bienestar físico y mental de la humanidad nunca ha sido más relevante”, dice la organización a propósito del Día Internacional del Yoga, que se celebra este martes 21 con la llegada del solsticio de verano.

Abunda la ONU: “Durante la pandemia se observó una tendencia creciente de personas de todo el mundo que adoptaron esta práctica para mantenerse saludables y rejuvenecidos y para luchar contra el aislamiento social y la depresión. Pero el yoga también desempeñó un papel importante en la atención psicosocial y la rehabilitación de los pacientes con COVID-19 para aliviar sus miedos y ansiedades”.

Y ahora resulta que sí, que “además del sufrimiento humano, la pandemia ha puesto de manifiesto varias vulnerabilidades clave de los modelos económicos y de desarrollo de países de todo el mundo”. La prosperidad futura –sostiene la ONU—“exige que los estados miembros reconstruyan de manera diferente a medida que se recuperan de la pandemia de COVID-19. La esencia del yoga es el equilibrio no solo dentro del cuerpo o entre la mente y el cuerpo, sino también el equilibrio en la relación humana con el mundo. El yoga enfatiza los valores de atención plena, moderación, disciplina y perseverancia. Cuando se aplica a comunidades y sociedades, el yoga ofrece un camino para una vida sostenible”.

Tarde llegó la luz a la cúspide del poder mundial. Pero el problema ha sido para la llamada “ciencia moderna” y sus “evidencias”, no para el yoga (una palabra que en esencia quiere decir “unión” y que se refiere a la interacción de los cuatro cuerpos: El físico, el emocional, el mental y el energético o espiritual). Hace casi ochenta años, uno de los grandes precursores del yoga en occidente, Paramahansa Yogananda (cuyo nombre quiere decir algo similar a “felicidad con la divinidad”) dio una amplia descripción de cómo esos conocimientos milenarios no se contraponen con los “descubrimientos” de la ciencia moderna (que muchas veces son en realidad mera confirmación y aceptación –a través de un “método”– de lo ya descubierto por los sabios de la antigüedad) y, más aún, con las diferentes religiones, que asombrosamente parecen tener un mismo pilar. De él personajes como Steve Jobs, el fundador de Apple, tomó Autobiografía de un yogui como su libro de vida, un volumen de más de 800 páginas que ha sido traducido a 50 idiomas y que el empresario leía por lo menos una vez al año. Jobs dispuso que en sepelio se entregara a cada asistente el ejemplar guardado en una caja color marrón. Un regalo bastante más modesto que una computadora Mac…

El yoga es una forma de vida, se ha dicho. Y personal. Para mí lo es, por lo menos en la intención. Una práctica que da flexibilidad en las posturas físicas proporciona flexibilidad de criterio y apertura de sentidos en la vida cotidiana. Contrario a la “evidencia” científica, que es cerrada e inobjetable hasta que otro paradigma la derriba, el yoga nos enseña que cada día somos diferentes y que con esa naturalidad hay que tomarlo, aceptarlo. Que un día una persona está triste y al siguiente alegre, que a veces el tobillo está entumido y luego ya no. El aprendizaje de ello nos permite poner en duda todo, aún lo que ya sentenció la racionalidad con la que nos formaron en nuestras escuelas y en nuestras familias. El propio Yogananda propuso la experiencia directa de la verdad en oposición a la fe ciega. ¿No eso lleva necesariamente a un mundo mejor?

Supe del yoga de una manera equivocada antes de que mi prima Julieta me lo descubriera para siempre. Un viaje a la India me ayudó a entenderlo desde la vida misma y enriqueció mis rutinas de posturas que ya practicaba en el Instituto de Yoga San José Insurgentes, un lugar de veras para la enseñanza y no de moda, que está por cumplir 54 años, ahora en la colonia Insurgentes Mixcoac (calle Empresa 91F). La gran revelación en India, donde surgió todo esto, fue que efectivamente se puede vivir bien con lo más sencillo y esencial y que las exquisiteces de la sociedad de consumo que tanto criticamos pero que tanto disfrutamos (y sobre todo que tanto presumimos) no dan sentido a la vida si no es en su parte del encuentro con uno mismo y con el otro. Así es la vida en yoga.

Es difícil suponer que hay evolución cuando vemos lo que está pasando. Pero la convicción puede ser tan fuerte como cuando escuché a un gurú decir que el mundo es mejor ahora por el solo hecho de que hay más gente practicando yoga.

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