DAR LA VUELTA / Buen provecho
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Un buen taco y... ¡provecho! Foto: Especial
“Los aztecas no deseaban buen provecho, pero los españoles sí. Somos hombres del maíz, pero también del buen provecho”.
POR ABEL VICENCIO ÁLVAREZ
De las cosas que más me gustan de mi querida Ciudad de México son ciertas costumbres comedidas de nosotros los chilangos. Seguramente se comparten en otras localidades, pero en conjunto estas costumbres nos distinguen, y a veces, nos explican. A mí me pasa que después de algún tiempo fuera, escuchar que alguien dice “provecho” en un restorán, me hace sentirme ya en casa.
Desde el extinto Chateau de la Palma, hasta la taquería Los Güeros, todos nos deseamos provecho a todos, todo el tiempo: una sinfonía de la buena digestión.
Estando en cualquier puesto de tacos de Calzada de Tlalpan, el comensal que acaba de pagar su consumo se dirige con buena voz a los otros clientes cercanos y que nunca había visto en su vida, y les desea “provecho” mientras se retira, al momento que se escucha un apagado coro de “Gracias…”.
¿En cuantas mesas de cuántas casas la palabra “provecho” no es una especie de bendición ecuménica a la comida justo antes de comenzar?
En los restoranes o cantinas como “Los cuates” de la glorieta SCOP, donde hay que ir pidiendo permiso para poder salir, se reparten “provechos” junto con “conpermisos” a conocidos y desconocidos a lo largo del salón.
Cuando el lugar es más pequeño, -por ejemplo, el angosto zaguán donde desde hace décadas se degustan los tacos de canasta de Don Quique en Av. Coyoacán- la forzada intimidad que obliga deglutir a centímetros del conciudadano crea una especie de tensión entre éstos, que se disipa completamente al exhalar un “provecho”, al retirarse.
Y en general, si alguien se encuentra con alguien que está comiendo, -digamos en la Fonda Margarita- el saludo obligado -aún antes de “buenos días, tardes, noches”- es “provecho” o “buen provecho”.
Y todos estos “provechos” son agradecidos con el mismo entusiasmo: no importando que tengamos medio taco de buche en el ídem: “Gsahshias!!”. “¡Gracias, Gracias” contestamos siempre esos “provechos” mientras inclinamos levemente la cabeza, ¡y miramos a los ojos al totalmente desconocido provechante con una leve sonrisa! Cuánta amabilidad.
“A mí me emocionan estos buenos deseos tan sinceros y entusiastas de que los alimentos que acabamos de consumir o estamos consumiendo, nos caigan a todos bien al estómago, y encima resulten provechosos o nutricios”.
A mí me emocionan estos buenos deseos tan sinceros y entusiastas de que los alimentos que acabamos de consumir o estamos consumiendo, nos caigan a ambos -a todos- bien al estómago, y encima resulten provechosos o nutricios.
¿Cuál será el origen de esta bonita costumbre? Sería una asignatura historiográfica interesante, pero ahorita prefiero simplemente elucubrar: Tal vez viene de cuando el hombre comenzó a ser social, empezó a especializarse y a compartir su comida, y hubo de advertir me imagino, que si algo les caía mal, digamos del mamut asado de la cena, pues les haría daño a todos en la cueva, por lo que se desarrolló por la vía de la selección natural evolutiva ese divertido pero asqueroso instinto que tenemos de vomitar en grupo cuando alguien toma la iniciativa. El beneficio era claro: la supervivencia.
En contraposición, expresar el deseo de que el mamut de la comida, que fue cazado el mes pasado, no vaya a matar a nuestros compañeros de caverna y en cambio nos proporcione los nutrientes indispensables para desarrollar la inteligencia y finalmente inventar la agricultura, sería sin duda el primer elemento significante y abstracto en la comunicación social humana. ¡De alguna forma el “buen provecho” fue garante de nuestra existencia como raza inteligente!
Ya de ahí, a las exquisiteces de la civilización occidental, con su barrocó y su rococó, pues simplemente agregaron florituras a estos instintos básicos de buena digestión para convertirse en costumbres, que habrían seguido evolucionando, hasta convertirse en “modales” o “buenas maneras” y llegaron al nuevo mundo para conquistar los intestinos americanos. Los aztecas no deseaban buen provecho, pero los españoles sí.
Somos hombres del maíz, pero también del buen provecho.
¡Provechito!