Déjame que te cuente
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De mano roja, me volví corazón globo cuando oí el título: “My mother”. ¡Regina había escrito sobre mí! Pero ella se escondía detrás de la tarima evitando mirarme a los ojos. No supe la razón hasta que comenzó a leer.
POR MARIANA LEÑERO
Después de haber vivido dos años en Miami, nos mudamos a Los Ángeles. Había que adaptarse de nuevo al lugar e iniciar amistades. A nuestra llegada las niñas tenían que ingresar inmediatamente a la escuela. No tuvimos tiempo de presentarnos con los profesores.
La primera actividad que les dio la bienvenida a mis hijas fue un concurso de ensayo. Los alumnos tenían que escribir acerca de ellos y su familia como para conocerse. El texto ganador sería mostrado en el periódico mural.
Regina se tomó muy en serio el encargo. Pasó días silenciosa pensando en el tema. Escribía párrafos, rompía hojas y las estrujaba tirándolas al suelo como escritor de película. Rechazaba mi ayuda. Tuve que mirarla desde atrás de la ventana donde la maternidad te coloca cuando los hijos van creciendo.
Un día al recogerla de la escuela salió gritando de emoción. Su escrito había ganado. No sólo sería mostrado en el periódico mural sino que lo leería frente a toda la escuela.
–Y por fin, ¿cuál fue el tema que elegiste? –pregunté.
–Es sorpresa –me dijo evasivamente.
A la siguiente semana hablaron de la escuela para recordarnos que era el día de la premiación. Nos parecía extraño que Regina no nos hubiera invitado. Sin preguntarle llegamos al auditorio. Regina se acercó rápidamente para pedirnos que nos fuéramos. Afirmaba que nuestra presencia la pondría nerviosa. Ricardo y yo nos negamos a tal solicitud. Era imposible que nos perdiéramos tamaño logro. Con cara afligida Regina se rindió ante nuestra negativa.
Entre bailecitos aburridos por aquí y cánticos desentonados por allá, llegó el momento de la entrega de los premios. Ricardo, con grabadora en mano y sudando de emoción, se mostraba listo para atrapar el recuerdo. Por mi parte, con mano hinchada de tanto aplaudir, la miraba orgullosa y dispuesta a escuchar el misterioso ensayo.
De mano roja, me volví corazón globo cuando oí el título: “My mother”. ¡Regina había escrito sobre mí! Pero ella se escondía detrás de la tarima evitando mirarme a los ojos. No supe la razón hasta que comenzó a leer.
En su ensayo describía mi llegada a Estados Unidos. Resonaban frases dramatizadas sobre lo difícil que había sido para mí estar aquí. Aun cuando fuera cierto, porque estoy segura que en un inicio Regina quería compartir lo que sensiblemente percibía, la forma en cómo lo había hecho no representaba mi circunstancia: Mi mamá trabajó muy duro para llegar a Estados Unidos. Sacrificó a su familia y a sus amigos. Sin conocer el idioma, sin trabajo y sin papeles, nos sacó adelante. Ricardo dejó de filmar y me miraba apenado disculpando a su hija.
La voz de Regina temblaba, sabía bien que en el texto había muchas mentiras y era exagerado. Poco a poco lo que leía se volvía susurro. Si no fuera por el tema estaría orgullosísima de ella y comenzaría a pensar que seguía los pasos de su abuelo.
Después de los aplausos, Regina no me miró a los ojos. Ricardo apenas se atrevió aplaudir mientras los demás lo hacían con entusiasmo. Una que otra mamá se limpiaba discretamente sus lágrimas. Al mismo tiempo la maestra, con cara conmovida, alargaba la mano para apuntar hacia mí y presentarme a la nueva comunidad. Todos me volteaban a ver y me invitaron a pararme para ser reconocida.
–Escuincla mentirosa–. Pensaba por mis adentros y sonreía como pendeja.
Entre aplauso y aplauso Ricardo pasó de la compasión al ataque de risa. Yo sufría mientras él lloraba. Mientras tanto Regina había desaparecido. Definitivamente el miedo a la regañada que le esperaba era mayor que la emoción de ganarse su premio y recibir el reconocimiento de todos aquellos que serían ahora nuestra nueva comunidad.