Ciudad de México, octubre 9, 2024 07:06
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El olvidado tesoro juarense

El santuario parroquial de Nuestra Señora de La Piedad, ubicado en la hoy calzada Obrero Mundial, es uno de esos tesoros arquitectónicos, artísticos e históricos que tiene la delegación Benito Juárez y que pocas veces son reconocidos por sus propios habitantes. Se trata de una portentosa construcción neogótica levantada entre 1944 y 1957 en terrenos de lo que fue una comunidad mexica de no más de 500 pobladores situada a orillas del lago de Texcoco y más tarde conocido durante la Colonia como pueblo de La Piedad. El templo actual sustituyó al antiguo y bellísimo santuario barroco –con sus ocho altares churriguerescos cubiertos de oro– que estuvo en funciones desde 1652 hasta 1915 en lo que hoy es el cruce de Obrero Mundial y avenida Cuauhtémoc y donde los misioneros dominicos asentaron uno de sus primeros conventos.

El mayor tesoro que uno y otro templos han guardado a través de 450 años es una pintura anónima de Nuestra Señora de la Piedad con su hijo muerto en el regazo. Esa obra, un oleo de dos metros ocho centímetros de altura por un metro setenta y ocho centímetros de ancho tiene una historia conmovedora. La imagen fue traída a México desde Roma por el fraile dominico Cristóbal de Ortega, en 1595. La Piedad venía sólo en boceto. El buque en que embarcó el religioso atravesó el Atlántico sin novedad, pero ya en el Gofo de México, cerca de Veracruz, se desató una tempestad… Las carabelas que acompañaban a la de Fray Cristóbal se estrellaron en San Juan de Ulúa y sucumbieron a la furia del mar. La nave del dominico, en cambio, perdió el mástil, el timón y las jarcias, pero se mantuvo a flote durante tres semanas, encomendados sus tripulantes a Cristo y a la Virgen de La Piedad. Finalmente, el 21 de noviembre de 1590 desembarcaron en el puerto. Cuenta la leyenda que ya en el convento de Santo Domingo, al desenredar la tela de la Virgen bocetada en Roma, la vieron concluida, “con un rostro dulce y hermoso” y un vestido “de una suavidad impresa por una mano maestra…”. La milagrosa pintura fue colocada el 12 de marzo de 1595 en una ermita levantada por fray Juan González en un paraje que desde entonces se llamaría La Piedad, a una legua de distancia de la ciudad de México, hacia el Sur. Ese mismo día se instalaron ahí los tres primeros misioneros dominicos.

Cuando el lago se fue desecando, el pueblo de La Piedad sobrevivió a orillas de un río que a la postre llevaría también su propio nombre y que fue motivo de no pocas calamidades para sus habitantes, pues era frecuente que sus aguas desbordadas inundaran grandes extensiones, como ocurrió en 1604. El poblado estaba comunicado con la capital virreinal a través de un sendero que a principios del siglo XVII se convirtió en calzada, la Calzada de la Piedad, un hermoso paseo según las crónicas. El santuario y su tesoro adquirieron celebridad en toda Nueva España y fue así que se decidió la construcción de un nuevo templo en 1652, resguardado por los dominicos recoletos hasta 1858 cuando su orden fue suprimida. El paso de los años, las inundaciones, las convulsiones revolucionarias y la humedad de los veneros subterráneos minaron poco a poco la estructura del templo, hasta que fue inminente su derrumbe. Entonces, en 1915, se decidió trasladar la imagen milagrosa a un galerón adjunto que funcionó como santuario durante varias décadas, hasta que en 1937 la llegada de un nuevo párroco, Darío Pedral, daría otro vuelco al histórico recinto. A instancias del cura los pobladores se organizaron para recabar fondos para la construcción de un nuevo, portentoso santuario, justo en la esquina de Obrero Mundial y Rebsamen. La construcción, encomendada al arquitecto Enrique Langescheidt, duró 13 años. El templo fue consagrado el 24 de marzo de 1955, pero la obra concluyó hasta 1957. El pintor Pedro Medina, “El Charro”, realizó en su empinado techo interior un insólito mural de 900 metros cuadrados y 39 metros de altura, que concluyó y firmó en 1988 y que hoy provoca una única, sobrecogedora emoción.

Poco, casi nada queda del pueblo originario de La Piedad, devorado por la modernidad de la colonia Narvarte, exterminado… sin piedad. El río fue entubado y convertido en el Viaducto Miguel Alemán. Una cuantas casas de las calles Pestalozzi, Pitágoras, Heriberto Frías, Rebsamen o la propia Obrero Mundial están en pie desde los años treinta del siglo pasado. En el vértice de la calzada con el río La Piedad, donde había un puente, fue construido un estadio de beisbol, el legendario Parque Delta. Más tarde, en terrenos frontales adquiridos por el IMSS en 1955 se construyó el Parque Deportivo del Seguro Social, sede de la Liga Mexicana de beisbol por más de 40 años. Hoy está ahí el centro comercial “Parque Delta”. Lo que fue el antiguo Santuario barroco que albergó por tres siglos a la sagrada imagen, así como el adyacente convento dominico, fueron usados como cuartel primero y luego como cárcel, antes de ser dinamitados en 1942, para edificar ahí lo que sería por varias décadas la Octava delegación de Policía, en avenida Cuauhtémoc y Obrero Mundial…

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