Ciudad de México, julio 26, 2024 18:24
Ciudad de México Cultura Francisco Ortiz Pardo Opinión

EN AMORES CON LA MORENA / Roma para quien le quede el saco

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POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Ante Roma, la nueva joya de la cinematografía mexicana, ganadora del León de Oro en la Muestra de Venecia, hay quienes apelan a la corresponsabilidad de todos en una situación que ha permanecido aquí, la de las trabajadoras domésticas, a las que por corrección política ya no se les puede llamar sirvientas aunque lo que hagan es servir a sus patrones.

Alguna vez también se les llamó criadas, y no era algo despectivo sino descriptivo: las mujeres que trabajaban en hogares de la clase media acomodada se criaban junto con la familia, pues además iniciaban sus labores muy chiquillas. La diferencia con respecto al resto de los integrantes de dichas familias, es que ellas no gozaban de los mismos derechos, algunos tan simples como sentarse frente al televisor para ver Ensalada de locos.

Ese es el tema que aborda Alfonso Cuarón en su película, cuyo nombre es el de uno de los barrios más emblemáticos y entrañables de Ciudad de México. Con ello rinde tributo a las mujeres que lo criaron y deja muy claro que él no las olvida, particularmente a Libo Rodríguez, a quien dedica la cinta.

Foto: Especial

Cuando el legendario director teatral mexicano Julio Castillo montó en el complejo cultural Del Bosque la obra De la Calle, una parte de la burguesía mexicana lo criticó por “exagerado”.  La realidad es que no se quería ver la realidad: la cloaca de la humanidad, aquí mismo. Roma de Cuarón –situada entre los años 1970 y 1971— no recurre a juicios morales y vale la pena protegerla de la crítica facilona. De lo que habla es de una realidad frente a la que hay indiferencia, como en tantas otras cosas.

Efectivamente, no todos somos indiferentes ni ello nos parece una realidad inevitable, funcionalista. No todos somos incapaces de darnos cuenta de que el problema es humano ni nos colocamos en “la izquierda” para darnos golpes de pecho por tal ceguera.

Los patrones de Cleo (Yalitzia Aparicio) –la protagonista de Roma— no son puestos siquiera como “malas personas” sino como gente que normaliza ciertos roles en la sociedad. Aunque Cleo es imprescindible para ellos hasta en lo emocional, nunca se cuestionan porqué ella es la que debe lavar la ropa, planchar, cocinar, tender las camas, servir la comida, llevar a los niños a la escuela…  y hasta ser la depositaria de la neurosis de la “señora de la casa” (Marina de Tavira). Es probable que incluso Cleo no haya sido “explotada”, pues eso es un concepto marxista que tiene que ver con las remuneraciones y el plusvalor, no con el gasto y los servicios domésticos. Hasta en la teoría social y económica las sirvientas han sido olvidadas.

Con sorprendente dirección de arte y su propia fotografía, Cuarón nos acerca a lugares entrañables del barrio, con sus merolicos y sus viejas salas de cine –Las Américas, el Metropolitan—, y los sonidos del camotero y el afilador. Por eso no hay nada más desafortunado que la disputa entre Netflix y los distribuidores con respecto a su exhibición, pues en la pantalla chica la película perderá al menos una cuarta parte de su valor, que es la excelsa mezcla de sonido.

Roma es un homenaje a una ciudad diversa y contradictoria, cinematográfica de por sí, con tradiciones e historias únicas. No me queda la menor duda que la cinta en blanco y negro evoca imágenes de la infancia del director, que ahí creció: el paso de los aviones por un cielo más azul que el actual, los mosaicos con que ahora vuelven a ser habilitados establecimientos “hípster” o “retro” de las colonias céntricas de la capital y hasta una revelación personal: la película Perdidos en el espacio como inspiración de Gravity, la obra con la que Cuarón ganó el Oscar.

Con la misma fineza y sin panfletarismos, Roma nos recuerda las tragedias de aquel México que acompañaban la tragedia de Cleo: El partido de Estado, la miseria urbana, la habilitación de cuerpos represores como Los Halcones de Luis Echeverrría… Todo a pesar de un “milagro mexicano” del que solo se beneficiaba una estrecha clase media (hoy sin duda es mucho más amplia) y otra aún más estrecha clase burguesa, que eran las que “contrataban” a las Cleos, nanas para sus hijos. Pues tampoco es cierto que todos lo olvidamos.

 

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