Ciudad de México, abril 19, 2024 05:39
Ivonne Melgar Opinión Revista Digital Mayo 2023

Un oficio contra el olvido

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

‘Hoy tengo el privilegio de estar aquí, compartiendo pedazos de la memoria que somos y aspirando que, cuando el olvido nos alcance, el periodismo que fuimos siga aquí’.

POR IVONNE MELGAR

Uno de los orgullos de la Escuela Antonia Mendoza era su Periódico Mural, un espacio que sobre el pasillo derecho central mostraba cada mes acontecimientos nacionales o hacía remembranza de las efemérides patrias.

Participar en aquel amplio pliego de papel revolución, montado sobre un marco de madera, resultaba un privilegio para cada grupo escolar. “El próximo mes no toca”, anunciaba la señorita Antonieta Salazar, nuestra única maestra a lo largo de los seis años de la primaria.

He olvidado los contenidos precisos que incluimos en aquel muro escolar de supuestas noticias las veces que nos correspondió llenarlo. Pero siempre había oportunidad para algún poema de autores consagrados y recortes de los diarios salvadoreños.

En realidad, aquel Periódico Mural era más un collage monográfico de situaciones conocidas que tenía la virtud de hacernos voltear a todas las alumnas hacia sus apuntes, a la hora del recreo. Y, por supuesto, siempre se daba el momento, en el salón de clases, para que diéramos cuenta de su lectura.

Estábamos en tercero o cuarto año, acaso, cuando una tragedia sacudió a la comunidad escolar, acercando a muchas de nosotras, por primera vez, a la experiencia de un sepelio: la niña Margarita había muerto en un accidente de autobús, al asomar la cabeza que se topó con el poste de concreto.

Al menos eso fue lo que se relató aquella mañana en la que nos enfilamos al cementerio y la señora Ana María de Saravia, nuestra subdirectora, lloraba recordando a la pequeña víctima, una alumna que de manera recurrente era reprendida por su conducta y acreedora del castigo más temido, entonces rutinario y ahora, supongo, felizmente proscrito: quedarse una hora extra en el patio del plantel, de pie, mirando a la pared.

Con su muerte, supimos que vivía con su madrina porque la mamá se había ido para el otro lado, como solíamos referirnos a la migración económica a Estados Unidos y que ya en esos años era parte de la vida de los salvadoreños.

Ese mes, se anunció, el Periódico Mural correría a cargo de la subdirectora que de manera personal se encargó de convertirlo en un registro amoroso de quién había sido Margarita, a quien también se le organizó un acto luctuoso escolar para despedirla, una manera de hacernos cargo de aquel dolor colectivo. El homenaje incluyó un acróstico, foto de la niña y diría que un fragmento del poema de Rubén Darío alusivo al hermoso nombre de la difunta. De este detalle tengo dudas sinceras, como de tantos recuerdos que ahora se fusionan con sueños, deseos y recuentos que una endulza para que, en vez de ancla, el pasado sea siempre una invitación al vuelo.

Esa fue mi primera experiencia con el periodismo de la cotidianidad compartida y su registro escrito, la indispensable tarea de la memoria colectiva contra el olvido que siempre llega.

Con Lilia Monroy, César Romero, Hugo Rossel y Héctor Zamarrón, María Eugenia Ávila, Ernesto Osorio y Renato Ravelo (+), aprendimos a confeccionar un periódico comunitario.

Entendí que estaban los periódicos que eran referencia para todos los salvadoreños (La Prensa Gráfica, El Diario de Hoy y El Mundo) y el Periodico Mural de la primaria, así como los folletos universitarios y del magisterio organizado que mis padres llevaban a casa y que informaban de la rebeldía pre revolucionaria.

Cuando llegamos a México me deslumbró confirmar que cada esquina tenía su kiosco repleto de tantos matutinos, vespertinos y revistas. Y en medio de la conmovedora solidaridad que movilizó a miles de estudiantes, sindicalistas, maestros, académicos y políticos de diversos signos con la lucha social y guerrillera centroamericana, conocí el periodismo de lucha, materializado en las diversas publicaciones que circulaban entre universitarios y organizaciones. El Machete era de los emblemáticos.

Como aspirante al oficio periodístico, vocación que pronuncie en la secundaria técnica 17, en Coyoacán, disfrutaba cualquier impreso que con noticias del México politizado nos llegaban. Y cuando vino nuestra propia gesta, en la primera defensa de la universidad pública y gratuita, ante la reforma del rector Jorge Carpizo, siendo alumna de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, el día que estalló la huelga, en enero de 1987, en el reparto de tareas, la mía no fueron las guardias en las barricadas de los accesos a Ciudad Universitaria ni el comedor colectivo ni el boteo en las estaciones del Metro y avenidas importantes, donde los compañeros palpaban la simpatía de la gente con los muchachos que estaban de regreso.

Mi encargo -por la gracia divina de esta bendición que es vivir de contar lo que sucede- fue en el comité de prensa y propaganda del exitoso Consejo Estudiantil Universitario, el histórico CEU. Y fui ahí, palpando la emoción de la revuelta con causa, gozando el logro de una reivindicación, cuando el rector anunció que se suspendían las reformas para eliminar el pase automático y las cuotas simbólicas, que imaginamos el periódico estudiantil Conciencias Políticas, un proyecto que logramos concretar gracias al apoyo del STUNAM de Armando Quintero y que nos permitió relatar, cada quincena y durante más de un año, cómo se vivía el ceuísmo en los planteles y los preparativos hacia el Congreso Universitario. Con Lilia Monroy, César Romero, Hugo Rossel y Héctor Zamarrón, María Eugenia Ávila, Ernesto Osorio y Renato Ravelo (+), aprendimos a confeccionar un periódico comunitario.

Recuerdo la felicidad que me inundó un mediodía en la esquina de Avenida Hidalgo y División del Norte, donde estaba nuestro kiosco más cercano, cuando pagué mi ejemplar de La Jornada y en su contraportada vi que la entrega de ese día de la reportera – ya entonces subdirectora del diario- Carmen Lira: era la transcripción de una de mis crónicas sobre un enfrentamiento que se había dado entre activistas del CEU y grupos porriles en la Prepa 3.

La destacada periodista venía publicando una serie de reportajes sobre el movimiento universitario y en esa ocasión tuvo la generosidad de citar nuestro periódico Conciencias Políticas, dándonos el crédito correspondiente, un hecho que para aquel colectivo de estudiantes se convirtió en una especie de certificación ante la pelea que dábamos internamente en el CEU para que el nuestro no fuera un panfleto de propaganda sino un auténtico espacio de periodismo.

Hoy, gracias a Libre en el Sur, y a los queridos y admirados Pacos Ortiz Pinchetti y Ortiz Pardo, tengo el privilegio de estar aquí, compartiendo pedazos de la memoria que somos y aspirando que, cuando el olvido nos alcance, el periodismo que fuimos siga aquí.

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