Ciudad de México, octubre 13, 2024 02:26
Opinión Mariana Leñero

Experiencias que no se olvidan

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Regina abría los ojos sin creerlo, me miraba extrañada. Le había mentido.  Esos animalejos no solo parecían venir cargadas de rabia, sino que aparecían  como plaga. 

POR MARIANA LEÑERO

Me tomé muy en serio eso de ser mamá y terapeuta.  Con dos hijas en brazos, una de 1 año y la otra de 2, debía de poner en práctica los conceptos teóricos que me habían enseñado en la universidad.  Por ejemplo: la importancia de que los niños vivan experiencias positivas para que el aprendizaje sea significativo.  Por eso, todos los domingos, antes de irnos a la cama, elegíamos un tema para hacer actividades durante toda la semana y prepararnos para el proyecto final. El mercado, La alcancía, cochinito, El hospital, El lavado de autos…  En esa semana elegimos el tema: “Las ardillitas del Parque de los Viveros”.  

Durante los primeros días,  de lo único que se hablaba en casa era de las ardillas. Leímos cuentos, iluminamos ardillitas en hojas de papel,  les pegamos cereal en sus lindas colitas; hasta hicimos unas con calcetines viejos y ojos de botón y las bautizamos con nombres que hoy no recuerdo. 

Llegó el día. Con maleta disfrazada de pañalera, canasta  y mantel de cuadritos estilo caperucita roja, platitos de plástico y unos sándwiches preparados por nosotras,  nos dispusimos a partir.  Regina llevaba bolsitas ziploc con diferentes variedades de alimentos: zanahorias cortaditas, nueces y cacahuates. Llevaba la videograbadora. Un tabique negro enorme y pesado, pero había que registrar la experiencia y el aprendizaje significativo.

 Llegamos al parque, nos dirigimos a una de sus zonas más apartadas para estar a “nuestro aire”. Apenas podía con todo.  Colocamos el mantelito de cuadritos y la  canastita en el pasto, o lo que quedaba de pasto.  Regina esperaba con impaciencia que empezáramos  y Sofía se mostraba inquieta porque tenía sueño.

 Ahí estábamos las tres paraditas esperando. El plan era que mientras se iba acercando cada ardillita elegiríamos uno de los nombres que teníamos ya en una lista.  Por un momento me preocupé de que no quisieran venir hacia nosotros por estar asustadas.

 Sofi se movía enfadada en mis brazos. La bajé con cuidado. Apenas estaba aprendiendo a caminar y la senté porque necesitaba grabar el momento. Emocionada Regina abrió la primera bolsa.

–Adillitas, adillitas.  Gritaba con su voz emocionada.

Pero antes de sacar la primera zanahoria aparecieron, como aliens hambrientos unas ratas con cola que decían llamarse ardillas. Regina abría los ojos sin creerlo, me miraba extrañada. Le había mentido.  Esos animalejos no solo parecían venir cargadas de rabia, sino que aparecían  como plaga.  Despavorida tomé a Sofia por la cabeza, por el vestido, por el brazo,  no lo sé. Se había cagado, no sé si de miedo o necesidad.  

Feroces  nos acorralaron. Regina se aferraba aterrorizada a mi pierna.  Yo sentía el pellizco de su manita en mi pantorrilla pero me sacudía el pie porque me imaginaba que eran los dientes encajados de esos animalejos en mi pantorrilla.  Salimos corriendo a recoger el picnic. Unas cuantas se quedaron devorando las zanahorias regadas por todo el camino. 

 –¡Auxilio!  gritaba, pero nadie oía.  Estábamos en los más lejos del parque.

Por supuesto ya no había tiempo de recoger nada.  Dejé aventada la canastita con el mantelito de cuadritos, los sandwichitos y los platitos, todo.

–Que se lo coman las pinches ratas con cola. Pensé.

Corríamos a la salida. Regina venía agarrada de mi pantorrilla sin que los pies le llegaran al piso; Sofía cagada en mis brazos. Con la cámara tabique golpeándome la pierna y la maleta disfrazada de pañalera, llegamos al carro. 

La experiencia nos dejó marcadas. El proyecto había sido todo un fracaso, pero no puedo negar que el aprendizaje fue significativo. Quedamos traumadas y siempre será una experiencia que no se olvida.

 

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