EN AMORES CON LA MORENA / Explotadores del Metro
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Fotos: Francisco Ortiz Pardo
Se trata de una explotación solapada por el Metro y su director, Guillermo Calderón, ese mismo que hace eco de las versiones de sabotajes para complacer a su jefa.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Ella debe tener unos setenta años. No oculta las canas largas que se revelan entre otros cabellos oscuros. Camina con parsimonia, cojea, mientras el peso de la cubeta con agua que carga de la mano derecha compite con el propio sobrepeso de su cuerpo. Este reportero-columnista, que no confía en una autoridad que ve en el lanzamiento de una lata de cerveza a la vías del tren un hecho de sabotaje, le ofrece de antemano el anonimato a la viejita, empleada de limpieza de la fatídica Línea 12, esa misma que fue reabierta en su tramo subterráneo apenas el domingo 15.
Aunque es mi trabajo, no me siento a gusto ni en libertad para tomar las fotografías necesarias ante los elementos de la Guardia Nacional, sea lo que menos parece es que estén en guardia. Tres de ellos cotorrean en el andén de la estación Eje Central. En el trayecto que por ahora está funcionamiento con nueve estaciones desde Mixcoac a Atlatilco, siete de ellas ubicadas en la alcaldía Benito Juárez, solo se observan mujeres vigilantes en la terminal. En cambio, es más común ver mujeres que hombres en las labores del aseo, que van y vienen con cunetas, trapeadores y trapos por pasillos y andenes, sin tregua, para mantener limpísimas las estaciones, lo que contrasta con la mugre pegada al exterior de los vagones, y en los cristales. Parece que no les pasaron ni el paño en los 20 meses que la Línea se mantuvo cerrada.
Me trepo en el convoy dedicado con todo y placa a Mario Molina, nuestro Nobel de Química ya fallecido, el mismo científico (ese sí) que advirtió tempranamente –y que fue ignorado tanto por la autoridad sanitaria federal como por el propio presidente de la República– sobre la existencia de aerosoles en el contagio del Covid-19, lo que implicaba poner más empeño en el uso de cubrebocas que en la propaganda de la “sana distancia”.
La mujer que nos da su testimonio lleva diez años trabajando en esta Línea 12. No le valen esa antigüedad. No cuenta, como ninguno de sus compañeros, con seguridad social ni apoyo médico alguno. Contratada bajo reglas no transparentadas por una empresa de outsourcing, a la que paga el Sistema de Transporte Colectivo, cobra un salario mínimo mensual, sin vacaciones ni la posibilidad de ahorro. Su horario es de 7 de la mañana a 3 de la tarde, pero la realidad es que debe estar a las 5:30 en los altos de la estación Atlatilco, a esperar a que un “cabo” de la empresa le dé “la entrada”. El tal cabo puede llegar prácticamente a la hora que le dé la gana, incluso a las 7:30, mientras que estos trabajadores de la limpieza, muchos de ellos adultos mayores, tienen que permanecer en pie porque no hay sillas.
Se trata de una explotación solapada por el Metro y su director, Guillermo Calderón Aguilera, ese mismo que hace eco de las versiones de sabotajes para complacer a su jefa, Claudia Sheinbaum, tras el fatal accidente en la Línea 3 –un choque de trenes– en el que perdió la vida una joven de 18 años y más de un centenar de usuarios resultaron heridos. Este gobierno de “izquierda”.
Nuestra testigo siguió trabajando en la Línea 12 aún cerrada, en la terminal de Mixcoac. “Ya ve que de cualquier forma se hace hollín”, explica. Durante el tiempo que se mantuvo en rehabilitación este tramo subterráneo, un compañero suyo con el que hizo cierta amistad, murió repentinamente. “Empezó con un dolor de estómago, nada más. Luego supimos que falleció y no pasó nada”, cuenta torciendo los labios hacia abajo. “Esa fue una lección”. No logré entender para quién era la lección…
El tal cabo puede llegar prácticamente a la hora que le dé la gana, incluso a las 7:30, mientras que estos trabajadores de la limpieza, muchos de ellos adultos mayores, tienen que permanecer en pie hasta dos horas porque no hay sillas.
Seguidores radicales del régimen suelen afirmar a la ligera y con generalizaciones, ya como un lugar común ante la falta de argumentos y mimetizados a López Obrador, que los periodistas críticos nos ocupamos de temas de los que antes no hablábamos.
Pues bueno. El 20 de marzo del 2019, hace casi cuatro años, escribí en este espacio otro cariz de esta realidad, heredada del gobierno de Miguel Ángel Mancera pero que no cambió con el de Clauida, ni siquiera después de tres trágicos accidentes en el Metro de Ciudad de México. Aquí lo reproduzco, para el recuerdo, para su recuerdo, y por la voz de esas mujeres de la limpieza del Metro a las que nadie mira.
Pasaba de las dos de la mañana del lunes 18 de marzo cuando llegué a la estación Zapata del Metro, que se mantenía abierto para apoyar en la transportación de decenas de miles de personas que habían acudido al festival de música Vive Latino.
Al transbordar en la Línea 12 me encontré con una empleada de limpieza que acababa de trapear las escaleras y que amablemente me advirtió que tuviera cuidado de no caerme. A unos metros de ella estaban otros dos adultos mayores, un hombre y una mujer, también laborando con su uniforme como de presidiarios.
Los tres rebasaban los 70 años de vida, más o menos la edad que hoy tiene Libo, la auténtica nana de Alfonso Cuarón a quien el cineasta puso en su película como ejemplo vívido de lo que produce nuestra indiferencia. Pensé sin embargo que la escena del Metro significaba un drama mayor.
Cleo, que es el nombre del personaje con el que Cuarón emuló a Libo, aparecía joven y fuerte en la historia ubicada en la colonia Roma en 1971, tanto que ella resistió con entereza el trágico parto en que murió su bebé. Estos mártires del Sistema de Transporte Colectivo se mostraban en cambio menuditos y frágiles, y su esfuerzo estaba siendo pisoteado una y otra vez por la chaviza que cruzaba por el sitio mientras sus ojos cansados vigilaban la marcha con una tristeza sin remedio. ¿Dónde estarían sus hijos, sus nietos? ¿Por qué la empresa contratada para el aseo no puso a los empleados más jóvenes en ese horario?
Efectivamente, el Metro no tiene empleados de limpieza propios, así que se vale de la contratación externa a través de empresas privadas (outsourcing). La firma ManpowerGroup reveló que en el 2016 el 95.6% de las 900 empresas que de este tipo operaban en México no pagaron impuestos. Y solo 100 estaban registradas ante el Instituto Mexicano del Seguro Social. En septiembre del año pasado, senadores estimaron en 277 mil millones de pesos la afectación por parte del outsourcing a empleados y al fisco.
Una empleada doméstica que trabajó en la limpieza del Metro me contó que por una jornada diaria de ocho horas, con solo un día de descanso a la semana, le pagaban 1,100 pesos a la quincena. Y sin ninguna prestación ni seguridad social. “Es mucha la soba para lo poco que pagan”, dijo meneando la cabeza. Eso no es lo que permiten los gobernantes. Es lo que alientan.
¿Es la del Metro la injusticia que acongoja a quienes desayunan en El Cardenal o cenan en la casa de un alto ejecutivo de Televisa para tratar aquellas cosas que les llaman “de Estado”? Pues no. Se trata de la injusticia soterrada, literalmente subterránea, y el desdén que siempre la acompaña: por un lado, jóvenes felices que habrían gastado 1,500 pesos por persona en una sola jornada –en una estimación no exagerada– por su ingreso al Vive y las respectivas cervezas, y por el otro los viejitos pobres cuya vida de esfuerzos ha quedado reducida al trapeador y la cubeta y con ello se han de morir.
Más desvalidos aún por nuestra ceguera, son ellos los que en plena madrugada no tienen descanso ni tampoco el mínimo apapacho. Son los que no son acogidos por su propia familia ni por otra. Son los pobres no populares, es decir, de los que nadie habla.
Qué fracaso del exitoso Cuarón, pensé, si de veras pretendió tocar nuestra conciencia. Gastamos nuestras emociones en el mismo mercado en que las habíamos comprado. Cuántas palabras inútiles en las redes, ese espacio “sagrado” donde se pontifica acerca de las cosas más correctas a través de un smarth pone, ahí mismo donde todos son justicieros. Qué indolencia de un gobierno que ofrece una transformación que no lleva a cabo ni siquiera cuando se trata de los mínimos derechos de la gente más vulnerable.
Así que bienvenidos a la ciudad del outsourcing, donde se paga con nuestros impuestos el beneficio de empresarios inhumanos. Bienvenidos a los pasillos del Metro, donde todo se niega y todo se olvida.