DAR LA VUELTA/ La Glorieta de Etiopía, los rastafaris y el León de Judea
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Así se veía la Glorieta de Etiopía entre 1954 y 1973. Foto: Archivo Casasola / Especial
Pocos saben que si existe una Glorieta Etiopía en la Ciudad de México, también hay una glorieta México en Addis Abeba.
POR ABEL VICENCIO ÁLVAREZ
Hace unas semanas se presentó en el congreso capitalino un punto de acuerdo para modificar una vez más el nombre de la estación del metro “Etiopía / Plaza de la Transparencia” de la línea 3 en la alcaldía Benito Juárez de la Ciudad de México. La razón era honrar el legado de la comunidad afrodescendiente, no solo Etiopía. La iniciativa podría encontrar alguna resistencia, y es que, en 2009 cuando se instaló por ahí el Instituto de Transparencia local en la colonia Narvarte, unos rastafaris de pelo largo protestaron manifestándose en contra del cambio de nombre de la estación y lograron que permaneciera -junto con el nuevo- el de la nación africana.
Pero ¿qué tienen que ver la glorieta Etiopía y la defensa de los rastafaris? La historia comienza en Jamaica. La isla, no el mercado.
Después de siglos de esclavitud colonial, los movimientos libertarios en Jamaica se inspiraron en la subida al poder en la Etiopía africana de un hombre de color en los años 30 del siglo pasado. “Miren hacia el este, cuando el rey negro sea coronado, su liberación estará cerca”, vaticinaba el independentista jamaiquino Marcus Garvey. La significación del hecho generó todo un movimiento cultural y religioso en ese país caribeño que consideró al emperador (Ras) Tafari Haile Selassie I como una especie de mesías africano, Cristo regresando de nuevo en su papel de rey. Y aunque Selassie era un cristiano copto (ortodoxo de oriente), esto no impidió que se creara todo un movimiento a su alrededor y que sus seguidores lo veneraran -muy a su pesar y aún después de su muerte- como el último monarca de la dinastía salomónica: el “León de la Tribu de Judah”.
El movimiento rastafari continúa hasta nuestros días y tiene fuerza en todo el mundo gracias a la música de reggae, al uso de la marihuana y al legado de su máximo expositor, Bob Marley.
Pero volvamos al excéntrico Haile Selassie, quien gobernó su nación de forma absolutista por medio siglo. Etiopía fue invadida por los italianos en la segunda guerra mundial, y el emperador fue desterrado a Inglaterra. México de Lázaro Cárdenas fue de los pocos países que condenó la invasión, a cargo de Isidro Fabela, entonces delegado en la Sociedad de Naciones; gesto que fue muy agradecido por el emperador, y que motivó su visita a nuestro país 10 años más tarde. Con este motivo se inauguró la glorieta de Etiopía en la colonia Narvarte de la Ciudad de México.
La visita en junio de 1954 fue todo un acontecimiento: recibidos por el entonces presidente Adolfo Ruiz Cortínez, el emperador Selassie y su corte fueron a la Basílica, a las pirámides, a una fábrica de acero y al hospital de La Raza; depositaron una ofrenda en el Ángel de la Independencia, otra en el monumento a los Niños Héroes, y conocieron a Cantinflas. Presidente y Emperador intercambiaron condecoraciones: El Águila Azteca para el etíope, la Orden de la Reina de Saba para el mexicano. El León de Judá asistió a una charreada y a una corrida de toros en la Plaza México que fue dedicada en su honor, y terminó relajado en Cuernavaca. Las crónicas no lo dicen, pero apostaría que le entonaron “las golondrinas” en el aeropuerto.
Haile Selassie I fue derrocado en 1974 después de una guerra civil, y murió poco más tarde en circunstancias poco claras, como a veces corresponde a un tirano. Debió ser feo para el mismísimo León de Judea haber sido enterrado en una letrina de su propio palacio, según se dijo. El periodista polaco Ryszard Kapuscinski pudo retratar de forma magistral el reinado de tan excéntrico personaje en su obra “El Emperador” que tiene tintes trágicos; pero ahonda en la compleja personalidad del autócrata.
Lo que pocos saben es que, si existe una glorieta Etiopía en la Ciudad de México, también hay una glorieta México en Addis Abeba. Y es que, en reciprocidad, el emperador Selassie inauguró en 1958 la plaza México en su ciudad capital con una bonita fuente.
Hoy la glorieta México en Etiopía ya no tiene fuente. Se convirtió en una enorme estación urbana del ferrocarril, con un viaducto en segundo piso para los coches. Es un punto multitudinario y todo el mundo allá conoce el nombre de México, igual que nosotros acá el de Etiopía; aunque en ambos casos poco más que el nombre.
Hoy, la glorieta Etiopía en México no tiene nada de glorieta. Es un complicado cruce de avenidas, peatones y modernos medios de transporte en lo que antes era una tranquilísima fuente junto a la cual los niños jugaban a la pelota. Ahora es un concurrido nodo de movilidad urbana donde igual se rescatan espacios peatonales que confluye el tráfico local de las colonias Narvarte y Del Valle y traslados en transporte público al norte, sur este, oeste de toda la ciudad; y por si fuera poco también en diagonal: La diagonal de San Antonio.
Si la delegación Benito Juárez es el centro geográfico de la Ciudad de México, la glorieta Etiopía es el centro geográfico del centro geográfico. Por ella pasan miles de capitalinos hacia o desde sus casas, trabajos y comercios. Miles pasan por el subsuelo en la línea 3 del metro; miles más por la superficie en las líneas de Metrobús que van a los 4 puntos cardinales. Ahí se intenta rescatar al peatón, se soporta el ambulantaje, se convive con los ciclistas; se contienen los vehículos automotores y -en los últimos años- se oye música, porque casi a diario suena el rock&roll de grupos de la tercera edad que se juntan al oriente de la plaza para bailar. Qué lejos queda de las prisas de la gente cruzando la avenida Xola, los amplios giros del Metrobús, la tienda Woolworth, la panadería El Globo o el restaurante Toks, de aquella visita de estado donde un excéntrico emperador africano y cuajado de medallas develaba una sencilla placa en una otrora tranquilísima colonia de la Ciudad de México para honrar con una plaza, una glorieta, a un país que se encuentra a 14,000 kilómetros de distancia: La glorieta de Etiopía.
Quedan las múltiples intervenciones urbanas que el lugar ha sufrido, quedan los ecos de la colonia Narvarte y las magníficas palmas de la avenida Xola, destinadas desaparecer, pero no al olvido. Queda desde luego el nombre de la estación del metro -que nunca hemos dejado de llamar sólo “Etiopía”- y dentro de ésta todavía pueden apreciarse los bonitos ladrillos cerámicos con la figura del león, símbolo de la nación etíope, y la fea placa que develó el emperador Haile Selassie de Etiopía, el Rey de Reyes, el León de Judá, el Elegido de Dios, el Muy Altísimo Señor, Su Más Sublime Majestad, descendiente directo de Salomón.