La reliquia de la Santa Cruz
Templo de la Santa Cruz. Reliquias. Foto: Libre en el Sur.
La capilla que guarda tan singular tesoro, reúne cada 3 de mayo a los habitantes del antiguo pueblo de Santa Cruz Atoyac en una fiesta de fe, tradición, colorido y alegría en la que participa toda la comunidad.
Antonio Machuca
Pocas celebraciones religiosas tan importantes y de tan profunda tradición en la Delegación Benito Juárez de nuestra capital como la fiesta de la Santa Cruz que cada 3 de mayo se celebra en la parroquia de la Santa Cruz de Jerusalén. Y es que el hecho adquiere las dimensiones de un acontecimiento comunitario en el que participan desde el párroco de la Iglesia hasta los encargados de hacer las portadas, los adornos, los cohetes, la comida y las familias integrantes de la Cooperativa que se ocipan en preparar los festejos desde meses atrás.
Este pequeño y modesto templo, ubicado sobre la avenida Cuauhtémoc y que precisamente da nombre a la colonia Santa Cruz Atoyac fue construido en el siglo XVI por los misioneros franciscanos como parte de un primitivo convento de adobe y es uno de los primeros fundados por ellos en la Nueva España. Estaba comunicado con la iglesia de Santo Domingo de Guzmán por una calzada que hoy es la calle de Parroquia, en la colonia Del Valle Sur. Fue declarado monumento histórico en 1932. Además de esta significación histórica, la capilla guarda un singular tesoro: la primera reliquia de la Santa Cruz de Jerusalén que llegó a nuestro país. La cruz está hecha con madera de los olivos del huerto o jardín de Getsemaní y, lo más importante, tiene incrustadas tres reliquias de la verdadera cruz en que Jesucristo murió, así como una fracción de la roca de la Agonía sobre la que oró y sudó sangre el salvador.
La Cruz fue propiedad de la orden de los franciscanos, que durante muchos años la tuvieron en la Curia Generalicia de Roma y después la cedieron al mexicano Rafael Iglesias en 1951 para que la trajera a nuestro país. Estuvo expuesta a la veneración de los fieles en la Basílica de Guadalupe y luego en la Catedral Metropolitana y varios otros templos, en tanto se construía uno ex profeso para guardarla. Finalmente y gracias a las gestiones del padre capellán Carlos Villaseñor ante el arzobispo primado Miguel Darío Miranda fue cedida a la parroquia de Santa Cruz justo con motivo de su erección, el 18 de marzo de 1959.
Desde entonces la tradicional celebración anual del 3 de mayo –de orígenes prehispánicos- adquirió una mayor relevancia. Amén de los actos meramente litúrgicos, la fiesta reúne a los habitantes del viejo pueblo de Santa Cruz –muchos de los cuales han emigrado a otros rumbos de la ciudad—que ese día acuden sin fallar a ese encuentro con su historia, sus tradiciones y su fe, en una convivencia comunitaria que incluye los juegos pirotécnicos, las danzas, los puestos de antojitos y la infaltable feria con sus juegos mecánicos.
La Santa Cruz está en una nave adjunta a la capilla y puede ser visitada todos los días. Pero es en la tradicional fiesta del 3 de mayo, con su misa solemne encabezada por el obispo, la entrega del estandarte de Santiago Apóstol y la bendición y colocación de las portadas de flores, cuando la veneración adquiere todo su esplendor, al verse envuelta por la religiosidad, el amor y la alegría de los feligreses atoyaquenses. Días antes de la fiesta en todas las casas del barrio hay preparativos, emoción y gusto. Dos días antes del evento la cruz es llevada a una casa para “vestirla” y “velarla” y el día 3 al mediodía es llevada de regreso al tempo al frente de una concurrida procesión, entre música de una banda pueblerina, danzas y cohetones que ascienden y estallan en el cielo.