Ciudad de México, diciembre 9, 2024 04:12
Opinión Revista Digital Septiembre 2022 Rodrigo Vera

Máscara contra cabellera

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De niño jamás me perdía las películas del Santo y la lucha libre que se llegaban a exhibir en el cine de mi pueblo. Cuanta emoción ver al “enmascarado de plata” volar desde el encordado y caer sobre su contrincante, para luego hacerle una “llave” que lo aniquilaba en la lona”.

POR RODRIGO VERA

“¡No se confunda! Una cosa es estar en el escenario, donde podemos pelearnos y dar de maromas. Y otra muy distinta es lo privado. Son cosas diferentes”, me dijo el nuncio apostólico Jerónimo Prigione cuando lo encontré charlando con algunos legisladores que, a través de los medios, pedían su destitución porque dizque ya estaban hartos de su injerencia en la política interna de México. Furibundos, exigían respetar la separación Iglesia-Estado.

Este encuentro ocurrió a principios de los noventa, durante un coctel privado que, por su cumpleaños, ofrecía el entonces embajador de Italia en México en su residencia de Lomas de Chapultepec. Un amigo mío de ascendencia italiana, Héctor David Portello, fue invitado al festejo y él a su vez me invitó a mí. De manera que entré de colado y –¡oh sorpresa!— ahí me topé con el representante del Papa Juan Pablo II platicando con sus enemigos en el ámbito público, pero cuatísimos en lo privado.

Se palmeaban las espaldas amistosamente. Sonreían. Brindaban con sus copas de vino tinto. Nunca había visto al adusto Prigione –siempre rígido con sus trajes oscuros— tan efusivo y cordial como aquella noche. ¡Era otro!

Él y yo nos conocíamos bien. Lo había entrevistado algunas veces en mi calidad de reportero de la revista Proceso. Por eso le externé mi sorpresa al verlo con sus detractores. Y él me dijo estar igualmente sorprendido de que yo no supiera distinguir “las maromas” para consumo público y los encuentros entre amigos.   

Sin darle mayor importancia al asunto, Prigione tomó un bocadillo de salmón de la bandeja que le extendió el mesero, levantó su copa y exclamó:

–¡Salud! ¡Pásela bien!

–¡Salud! ¡Que esté bien, monseñor! —le respondí. Chocaron nuestras copas y él regresó al chacoteo.   

Gracias al viejo zorro de la diplomacia vaticana, concluí desde entonces que la política muchas veces se asemeja a la lucha libre; es una faramalla que requiere de mucha maroma y saltos espectaculares desde las cuerdas. ¡Y claro! debe escenificar una lucha de opuestos para despertar pasiones y, por tanto, ganar adeptos: “rudos” contra “técnicos”, “máscara” contra “cabellera”, “chairos” contra “fifís”…

De niño jamás me perdía las películas del Santo que se llegaban a exhibir en el cine de mi pueblo. Cuanta emoción ver al “enmascarado de plata” volar desde el encordado y caer sobre su contrincante, para luego hacerle una “llave” que lo aniquilaba en la lona. Pero también cuánta angustia cuando estaban a punto de quitarle su máscara plateada. Por suerte, sus contendientes solo alcanzaban a descubrirle la quijada. Las acrobacias del Santo –con sus blancos mallones y el torso desnudo— lo mantenían a uno removiéndose en la butaca y echándole porras.

Y no solo contra luchadores en el ring, el Santo igual llegó a pelear en sus películas contra las momias de Guanajuato, La Llorona, mujeres vampiro, extraterrestres, el hombre lobo, monstruos horripilantes y hasta contra el mismo Drácula y el doctor Frankenstein. Algunas veces lo apoyaban en sus combates el también luchador Blue Demon o el boxeador Mantequilla Nápoles.   

¡No se confunda! Una cosa es estar en el escenario, donde podemos pelearnos y dar de maromas. Y otra muy distinta es lo privado. Son cosas diferentes”, me dijo el nuncio apostólico Jerónimo Prigione cuando lo encontré charlando con algunos legisladores que, a través de los medios, pedían su destitución.

Ahora, entusiasmadísimos, mis sobrinos me piden de pronto que los lleve a ver las luchas en la Arena México, la llamada “catedral de la lucha libre” enclavada en la Colonia Doctores de la Ciudad de México, y donde también han llegado a presentarse espectáculos del Circo Ruso de Moscú y del Circo Atayde Hermanos, ni más ni menos.

En la Arena México he visto enfrentarse a luchadores de gestos feroces que se maldicen verbalmente y terminan salpicados de tinta roja como la sangre. La frente surcada de cicatrices del Perro Aguayo sintetizó muy bien esa brutalidad. También he visto a gigantones de dos metros de altura pelear contra enanitos enfundados en trajes chillantes que se les cuelan entre las piernas arqueadas, dándole al show un toque de comicidad.

Mis sobrinos y los demás niños se aterran, gritan, saltan, ríen, algunos se ponen las máscaras de sus héroes favoritos. Al verlos, me gustaría creer que es verdad ese espectáculo para poder emocionarme, como cuando veía las películas del Santo. Me llama la atención la gran popularidad que sigue teniendo la lucha libre mexicana. Es parte de nuestro folklore, al grado de que en varios aeropuertos del país hay locales comerciales donde se venden las máscaras multicolores de nuestros famosos luchadores; son souvenirs muy demandados entre los turistas extranjeros. Y en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) se instaló un ring donde se han dado funciones de lucha libre para atraer más pasajeros.

No se quedan atrás las conferencias mañaneras del presidente López Obrador, escenificadas en Palacio Nacional y amenizadas hasta con música de Chico Che: son otro show donde el rijoso tabasqueño diariamente arremete contra “conservadores”, “neoliberales”, “fifís” y “vende patrias” que están explotando al “pueblo bueno y sabio”. En una esquina del ring coloca a los “malos” (que pueden ser políticos, académicos, periodistas, empresarios, etc.). Y en la otra coloca a los “buenos”, donde siempre está su gobierno de la Cuarta Transformación acompañando al “pueblo”.

Ante el éxito mediático de este recurso, la gobernadora de Campeche, la hoy morenista Layda Sansores, replicó las conferencias mañaneras en su sección informativa Los Martes del Jaguar, donde también descalifica a sus enemigos políticos del momento, como al dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno, “Alito”, a quien le exhibió sus corruptelas a través de varios audios, dejándolo prácticamente en la lona y con el rostro ensangrentado.     

Ex militante del PRI, del PRD y de Movimiento Ciudadano –del que incluso fue consejera política nacional–, Sansores suele aparecer con trajes chillantes que van a tono con su rostro pintarrajeado y su cabellera rojiza, al estilo de Bozo el payaso. En fin, el circo, la maroma y el teatro llevados a la política.

Al salir una noche de una función en la Arena México, mientras cenaba en una taquería cercana, vi entrar a un par de luchadores melenudos que acababan de ser contrincantes en el ring, ya vestían ropa de calle, cargaban al hombro una maleta deportiva donde guardaban su disfraz. Se sentaron en la mesa de al lado y empezaron a charlar sobre sus familias, sus compañeros de profesión y sus próximos contratos en escenarios de provincia. Acababan de pelear para el público, pero eran amigos en lo privado… y recordé a Prigione.     

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