Meditar por un mundo mejor
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Foto: Guillermo Perea / Cuartoscuro
El apego nos enfrenta a un reto humano porque al no tener lo que deseamos, sufrimos. Y es que no podemos tenerlo todo permanentemente porque se va o cambia.
POR ARANTXA COLCHERO
Mi acercamiento al budismo y a la meditación empezó con una serie de pláticas para padres que formaban parte de un taller de atención plena que tomaba mi hijo con otros compañeros de su escuela Montessori. Lo impartía Adriana Romero, psicoterapeuta en atención plena. Una fortuna haberla encontrado porque los niños aprendieron a identificar y manejar sus sentimientos sin juzgarse, a través de dibujos, cuentos y juegos lúdicos. Impresionante ver cómo se sentaban alrededor de ella a meditar para cerrar la sesión, todos con sus ojitos cerrados, no tenían más de cinco años.
A los padres nos abrió un camino sin retorno para educar y poner límites con amor. Nos confrontaba con nuestra realidad, nuestras creencias, nuestra ignorancia. Aprendimos que los padres somos los guías, los referentes que deben poner límites, pero siempre mirándolos a los ojos, a su altura, sin violencia, sin elevar la voz. Escuchar y mostrarles el camino, sin prejuicios, siempre recordándoles lo queridos que son, en cualquier circunstancia. Buscando favorecer su independencia con desapego. También hacíamos dinámicas con dibujos, intercambiábamos experiencias por muy duras que fueran y meditábamos guiados por ella.
Mi otro acercamiento al budismo fue en dos talleres de balance emocional con Valentín Méndez, un brillante y muy elocuente psicólogo, experto en estos temas, en conjunto con Adriana. En el grupo dominábamos los que deseábamos conocer las entrañas de la filosofía budista. Preguntábamos y discutíamos los conceptos, cuánto más abstractos y profundos, más atractivos.
Entendimos que el ser humano se apega tanto a bienes materiales, a sensaciones, a personas, en un deseo incontrolado. Quiere certezas, anhela lo perfecto, un mundo sin problemas, sin sufrimiento. Sorpresa, la realidad es muy diferente: todo cambia, todo es imperfecto, todo impermanente. El apego nos enfrenta a un reto humano porque al no tener lo que deseamos, sufrimos. Y es que no podemos tenerlo todo permanentemente porque se va o cambia.
Aunque no puede experimentarse felicidad o bienestar sin haber sufrido, podemos sufrir menos y experimentar felicidad si tenemos paz interna, paz mental. Y no esperar que la felicidad venga de fuera, del otro. Está en uno.
Lo que más me gusta es que el budismo no es una práctica centrada en uno mismo. Al contrario, al hacernos conscientes de nuestro entorno, estar presentes sin pensar en el pasado o el futuro, en un estado de paz interna, sin apego, podemos desear la felicidad del otro y comprenderlo. Todo un reto llevarlo a la práctica.
En una sesión, Valentín mostró un video en el que voluntarios simularon ser indigentes. El ejercicio consistía en que estos voluntarios se ponían en lugares por dónde pasaban sus familiares. De manera consistente sucedía que no volteaban a verlos, por muy cerca que pasaran ¿Por qué no vemos al indigente, al que empaca los alimentos en el supermercado, al que pide en la calle? No es sólo por culpa de estar en una posición mejor o impotencia de no poder cambiarlo, es por el miedo a estar en ese lugar. Cuando les mostraban a los familiares quiénes eran los indigentes, no podían creerlo, habían sido completamente indiferentes al dolor del otro, al de su familiar, al suyo mismo. Impresionante.
Esos sábados de taller salíamos todos muy conmovidos, agradecidos, enriquecidos, sorprendidos.
Meditar bajo estos preceptos budistas, se ha vuelto una necesidad para mí. Meditar no es dejar de pensar y poner la mente en blanco, de ser así, pocos podrían lograrlo. Sería una exigencia contraria a uno de sus objetivos centrales: ser amable con uno mismo. Es natural que vengan pensamientos, es justo el espacio para eso: reconocer que ahí están, no evadirlos. Pero es muy importante dejarlos pasar y regresar a la práctica para quitarles el peso y la ansiedad que producen. Con eso y centrando la atención en la respiración podemos empezar a sentir calma. Nos permite estar ahí, más conscientes de uno y de los demás.
¿Estaría mejor el mundo si todos meditáramos y cultiváramos preceptos budistas? Yo creo que sí.