Murió Rossana Calderón, la admirable vecina cuyo amor salvó una jacaranda centenaria en Mixcoac
Rossana Calderón Espinosa, una de las más entrañables activistas ciudadanas, que participó por décadas en la defensa del patrimonio cultural y ambiental de la Delegación Benito Juárez –y con ello se enfrentó a la corrupción inmobiliaria y gubernamental—, murió la madrugada de este miércoles 11, a los 62 años de edad.
De trato suave y cordial, Rossana tenía el don de la fina ironía y fue honesta a carta cabal; descendiente de inmigrantes ingleses, creyente católica y a la vez formada en las ideas liberales del Colegio Madrid, participó en el Consejo Editorial de Libre en el Sur, donde aportó ideas referentes lo mismo al ambulantaje y la depredación ambiental que al rescate del patrimonio cultural: de lo que ella vivió por estos rumbos cuando era niña y de lo que cotidianamente es amenazado por las ambiciones económicas.
Aún en sus últimos días, cuando ya le era difícil trasladarse de su departamento en la colonia San Juan a otros sitios por afectaciones cardiacas, ofreció decididamente su participación, sea prestando su domicilio para talleres de transparencia o bien realizando llamadas de gestión ante las autoridades.
Pero el legado que más se le recuerda fue el salvamento, hace diez años, de una majestuosa jacaranda, sembrada en 1925. Rossana contó la historia en la edición impresa de Libre en el Sur, al iniciar la primavera del 2011. Aquí reproducimos el texto íntegro, como un modesto homenaje a su vida y a su ejemplo.
A las seis de la mañana del 20 de noviembre de 2006, una grúa levantó el árbol centenario de 15 toneladas de peso y otra lo trasladó a su nuevo terruño, en el remanente del Distribuidor Vial de San Antonio. Fue una escena intensa y emotiva que nunca olvidaremos.
Se había logrado salvar la hermosa jacaranda que mis abuelos, el C.P. Abel Espinosa y su esposa Hetty Ratchford habían sembrado en 1925, cuando decidieron irse a vivir a Mixcoac –entonces una zona rural fuera de la ciudad de México– para que su hija, la que sería mi madre, respirara aire puro porque padecía un problema cardiaco. La jacaranda creció en el jardín de la casa familiar, en una comunidad de emigrantes ingleses. Y así acompañó a cuatro generaciones de la familia a las que su sombra cobijó en juegos, bodas, tertulias e infinidad de eventos familiares, de vecinos y de amigos.
En 1986 la propiedad fue vendida y se convirtió en veterinaria. Para el 2006 la casa fue rentada por una agencia automotriz cuyos constructores, al remodelar la casa, decidieron sin permiso alguno talar el árbol centenario puesto que “estorbaba” a lo que sería la sala de exhibición de autos. Así inició el destrozo del bellísimo árbol junto con la indignación de vecinos y nietos del matrimonio Espinosa Ratchford.
Se acudió a Alarbo (árbol en esperanto), asociación civil dedicada a rescatar árboles, y a su presidente Daniel Gershenson, quien inició los trámites tanto en la delegación Benito Juárez como con los propietarios de la agencia para convencerles de un trasplante. Varias semanas duraron los trámites, el lugar donde se iba a colocar, la forma de trasladarla, etcétera. Nos traían a la vuelta y vuelta al igual que a Daniel y todavía los de la agencia, a pesar de violar la ley y molestos porque los habían multado, ponían una dificultad tras otra. Peleamos con denuedo, decididos a salvar a nuestro árbol querido.
Finalmente, con el apoyo de biólogos especializados que primero cavaron y posteriormente protegieron la raíz con henequén que es biodegradable (trabajo de tres días), al amanecer de aquel inolvidable 20 de noviembre del 2006 llegaron las grúas. Lágrimas, alegría, aplausos, sentimientos encontrados, sorpresa de la gente que pasaba nos acompañaron esa lluviosa mañana. Y nuestra jacaranda vive, allá en el remanente del distribuidor.