Ciudad de México, diciembre 14, 2024 09:37
Revista Digital Mayo 2022 Reporte especial

Nuevos comerciantes callejeros, otras víctimas de la pandemia

En esta apresurada post-pandemia prolifera por diversos rumbos de la alcaldía Benito Juárez, como en otros rumbos de la ciudad, una nueva generación de comerciantes que buscan el sustento en las calles luego de los estragos económicos causados por el coronavirus.

POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI

Cuando aparentemente la pandemia cede al fin y la vida vuelve paulatinamente a la normalidad, –quizá de manera demasiado apresurada por cierto—, proliferan por diversos rumbos de la alcaldía Benito Juárez una nueva modalidad del comercio ambulante. Son decenas, quizá cientos de hombre y mujeres de todas las edades y de diferentes niveles socioeconómicos que salen a las calles a ganarse el sustento mediante la venta de una infinidad de artículos, desde artesanías hasta palomitas de maíz.

Son las otras víctimas del Covid-19.

Ellos se distinguen del comercio informal habitual en la demarcación, en la que se calcula hay todavía unos ocho mil vendedores ambulantes que expenden algún producto en puestos fijos o semifijos. En el caso que nos ocupa, se trata de nuevos comerciantes, realmente improvisados, en su mayoría damnificados de los efectos económicos de la pandemia del Covid-19 iniciada en 20219. Entre ellos hay inclusive residentes de la propia alcaldía, de clase media, que se han visto obligados a salir a vender algo para conseguir un ingreso. También músicos callejeros, malabaristas y hasta un hombre maduro que florea la reata al estilo charro en la esquina de San Francisco y el Eje 7 Sur Félix Cuevas, a cambio de una moneda de los automovilistas que se detienen con la luz roja del semáforo.

En torno a los mercados públicos de la alcaldía, como el de Portales, la colonia Postal y el “Lázaro Cárdenas” de la colonia Del Valle, el número de  jóvenes que ofrecen a las amas de casa sus servicios como cargadores ha aumentado notablemente. También hay más limpiaparabrisas en las esquinas, lavacoches y franeleros en las calles, y quienes venden tortas, galletas o alguna golosina en los parques.      

Vendedora de dulces mexicanos.

A medida que se relajan las medidas preventivas propias de la cuarentena, su presencia es más notable en torno a los centros comerciales que existen en la demarcación y en zonas en las que hoy abundan las cafeterías y los restaurantes con terraza al aire libre, en plena calle. Ellos transitan entre las mesas para ofrecer su vendimia o su música. Muchos van acompañados de niños, algunos apenas de brazos. Aunque no son propiamente limosneros, algunos también optan por pedir “un pesito para comer” ante la poca venta que consiguen. Son estrictamente ambulantes, pues están permanentemente en movimiento, de un lugar a otro, sin permanecer en un punto determinado. Ocurre en zonas de Narvarte, la Nápoles o las Del Valle. También en los rumbos de las colonias Portales y General Anaya, al oriente de la demarcación. 

Uno de esos sitios es la calle Parroquia, en la colonia Actipan, donde además del centro comercial Galerías Insurgentes y la tienda Liverpool, existen numerosos restaurantes que actualmente tienen terrazas en la banqueta, o de plano en un carril vehicular. Como la cafetería Jekemir, el restaurante La Yeya, la pizzería Mamma Giulia o la pastelería El Globo, que tiene también terraza sobre la banqueta.

Palomitas “Conny”.

Entre esos vendedores, la mayoría ofrece golosinas como mazapanes, alegrías, pepitorias con cajeta, tostadas, galletas, chicles, manzanas cubiertas de caramelo. Una mujer, ya madura, se distingue por llevar en un “diablito” una caja en la que exhibe sus palomitas “Conny” de maíz, naturales o caramelizadas, hechas por ella misma.

Hay otros que venden artesanías, como carpetas y blusas bordadas a mano, muñecas de trapo, juguetes de madera, abanicos, flores naturales y de papel, ollas o floreros de barro, listones para el cabello, discos, caballitos de palma, sombreros, paraguas, cinturones de cuero, canastos.  Una mujer que vendía artículos de mercería en la esquina de Parroquia y San Francisco ahora pide limosna. “Ya no tuve para surtirme, por la poca venta”, explica.

Vendedora de flores.

Entre los músicos hay quienes tocan la guitarra, el violín, la corneta, el acordeón, el saxofón, el chelo, algunos con la ayuda de una pista grabada que hacen sonar en un reproductor portátil. En su mayoría son intérpretes solitarios, aunque ocasionalmente se ve algún dúo. Suelen permanecer algunos minutos en cada “estación”, sólo el tiempo necesario para interpretar dos o tres melodías y recabar la cooperación de los clientes.

Juguetes didácticos.

Estos vendedores y artistas forzados a la informalidad forman parte de una legión de desempleados producidos por la pandemia. Poco más de un millón de negocios en México, uno de cada cinco, tuvieron que cerrar su cortina definitivamente a causa de los efectos de la pandemia. De acuerdo con el segundo conjunto de resultados del Estudio sobre la Demografía de los Negocios (EDN) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), se estima que de los 4.86 millones de establecimientos micro, pequeños y medianos reportados en los Censos Económicos 2019 en el país, sobrevivieron 3.85 millones, un millón 10 mil 857 cerraron sus puertas y nacieron 619 mil negocios. Así, de los 4.86 millones de negocios registrados en mayo de 2019, se estima que su número se redujo a 4.47 millones a septiembre del año pasado, es decir un 8.1 por ciento menos.

Un violinista.

En Ciudad de México, según encuesta de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), el número de establecimientos que “bajaron la cortina” asciende a unos 60 mil.  Indica el organismo empresarial que las afectaciones económicas derivadas del covid-19 en la capital siguen siendo el gran reto para quienes la habitamos, pues -de acuerdo con cifras del Instituto Mexicano del Seguro Social- aún faltan por recuperarse 134 mil 446 empleos que se han perdido durante todo el lapso de la pandemia y que corresponden en un 90 por ciento a jóvenes menores de 30 años.  Muchos de ellos han tenido que buscar en las calles su sustento.

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