Ciudad de México, octubre 9, 2024 10:58
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SALDOS Y NOVEDADES / El Pípila somos todos

Acá se forjó México, que hasta 1821 no existía. Así. Y éramos muy orgullosos, acá donde la vida no vale nada, según otro héroe nacional e internacional: el tal José Alfredo

POR GERARDO GALARZA

A nuestras generaciones, -las de los años cincuenta, sesenta y también setenta del siglo pasado, por supuesto- nos enseñaron que septiembre es el Mes de la Patria, casi como Navidad: las calles, los comercios, las escuelas se llenaban de las luces y de los colores patrios.

Entonces sabíamos que como México no hay dos.

Más aún cuando uno había nacido en el estado que fue y sigue siendo la Cuna de la Independencia nacional. Más todavía: mi pueblo, mi municipio perteneciente a Guanajuato, está apenas a unos 30 kilómetros de Querétaro, donde se reunían los conspiradores, y tenían que pasar por aquí.

Los libros de texto gratuitos y también de los que se tenían comprar nos hablaron de héroes que vivieron en el mismo terruño que nosotros: Hidalgo, Allende,  los hermanos Aldama, doña (sí así, ya empoderada, se dice ahora) Josefa, y muy cerquita en Michoacán: Morelos, quien iba darle su nuevo nombre a la capital de aquel estado: “Valladolid, hoy Morelia”, recitábamos.

Y unos 30 metros de la casa paterna del escribidor, en la calle Morelos, está la esquina de la calle Guadalupe Pavón, por madre del héroe (los héroes también deben tener madre, por supuesto), y que las lenguas del pueblo afirman que nació aquí en Apaseo el Grande.

“Y, ¡oh, sorpresa!, afuera de la puerta principal de la legendaria Alhóndiga de Granaditas, estaba, está, la tienda La Galarza, en la mera esquina de las calles de Pocitos y la Cuesta de los Diez Mandamientos, ahí junto a la calle de Galarza, ahí en pleno centro de la capital del estado, cuna de la Independencia nacional”. 

Ninguno de ellos iba ver a su nueva patria, producto de lo que hoy los comentócratas llamarían una “concertacesión” entre Agustín de Iturbide y el virrey Juan O’Donojú, entre agosto y septiembre de 1821.

Hoy, bueno desde hace mucho, nomás por decirlo, en Guanajuato, Dolores se llama Dolores Hidalgo, San Miguel el Grande es San Miguel de Allende, y León es León de los Aldama, como simples ejemplos. Sin contar otros municipios cuyos nombre hacen referencia a héroes o personajes posteriores a las luchas de la Independencia como Comonfort, Manuel Doblado, Abasolo o Doctor Mora…

Los niños guanajuatenses, bueno, los de mi pueblo, crecimos insuflados en la gesta patria. También sabíamos de la herencia de los otomíes, chichimecas y purépechas y por supuesto de los 300 años de la Nueva España. ¡Faltaba más!

Y fuimos orgullosos de todos. Otra vez: ¡faltaba más!

Acá se forjó México, que hasta 1821 no existía. Así.

Y éramos muy orgullosos, acá donde la vida no vale nada, según otro héroe nacional e internacional: el tal José Alfredo, originario, vecino y residente eterno de Dolores Hidalgo.

Así que no quedaba de otra. Era necesario comportarse a la altura, como se decía entonces.

En la escuela primaria del escribidor hubo varios condiscípulos -de escuela, no de salón- que tuvieron que soportar la insensatez paterna de que sus nombres fueran iguales a los  algunos de los héroes patrios de cualquier época histórica. El escribidor se reserva esos nombres, porque nunca ha sabido como resolvieron ese peso histórico con su bullying consecuente.

Uno de sus compañeros de salón lo tuvo que soportar sin deberla. Sus hermanos tenían nombres aztecas y de la mitología griega, pero él se llamaba Gustavo y toda la primaria fue “Huitzilopochtli”… por lógica simple.

Pero es necesario volver al tema. No nos perdamos. En un territorio así, pues había que tener blasones históricos y patrióticos que nos respaldaran. Por tercera vez: ¡faltaba más!

Y el escribidor no contaba con ellos. A su abuelo paterno, por su apellido y el origen vasco de su ancestros, le llamaban El Gachupín o,  ya con mucho cariño, El Gachu. De aquellos a los que de acuerdo con el grito de don Miguel Hidalgo había que ir a cogerlos… aunque, claro, todos sus compañeros tuvieran apellidos absolutamente españoles, gachupines, que con el paso del tiempo se habían “mexicanizado”.

Pero la vida le iba a dar una sorpresa al escribidor.

Un buen día, ya en la educación secundaria, la banda de guerra de su escuela fue seleccionada para ir a la ciudad de Guanajuato, exactamente a la Alhóndiga de Granaditas, para tocar en un acto cívico muy importante. ¿Quién sabe qué fue? Lo cierto es que nuestra banda sólo toco una “diana” al paso del presidente de la República (tal vez Luis Echeverría, según las fechas) y del gobernador del estado (quién sabe quién), bajo uno pasillo de paredes y columnas de cantera verde del histórico edificio.

“Y, ¡oh, sorpresa!, afuera de la puerta principal de la legendaria Alhóndiga de Granaditas, estaba, está, la tienda La Galarza, en la mera esquina de las calles de Pocitos y la Cuesta de los Diez Mandamientos, ahí junto a la calle de Galarza, ahí en pleno centro de la capital del estado, cuna de la Independencia nacional”. 

A lo largo de su vida el escribidor ha recibido fotografías tomadas por amigos y compañeros de esa esquina con el nombre que la tienda ha conservado, a pesar de sus cambios de su giro comercial. Él mismo ha sido fotografiado ahí, y tiene dibujos a lápiz y tinta y pinturas, compradas por él o regaladas por sus amigos, del lugar.

Se sabe que esa tienda apenas tiene unos 110 años de existencia, de acuerdo con fotografías recopiladas por el Instituto Nacional de Historia y Antropología (INAH), pero el edificio, la construcción ya existía en 1810.

Y, ahora mídanle el agua a sus camotes: la leyenda dice que de ahí salió El Pípila que -para quienes dicen que no existió-, se llamaba y existe por lo menos un acta de su defunción con el nombre de Juan José Martínez, oriundo de San Miguel el Grande, el mismo quien provisto de una losa que lo protegía de las balas y piedras, y una antorcha de las que usaban en las minas en donde trabajaba, incendió la puerta de la entrada principal de la Alhóndiga. Otros historiadores dicen que El Pípila es la personificación de muchos mineros que quemaron esa puerta para que los insurgentes entraran al bastión realista, cuya explanada sirve hoy para los conciertos populares del Festival Internacional Cervantino (híjole, parece que el tal Cervantes era súbito de la Corona que dominó a lo que hoy es este país durante 300 años).

“Haiga sido como haiga sido” nadie ha puesto en duda que El Pípila o los pípilas hayan salido o, cuando menos, estado en lo que es la tienda La Galarza, en la gesta histórica -creo que así se dice- del 28 de septiembre de 1810.

Gesta que casi 160 años después alcanzó al escribidor para salvarlo de las acusaciones y burlas de sus compañeros por estar, según ellos y gracias al apellido de su Gachu, en el lado contrario de los insurgentes.

Entonces, no hay duda de que El Pípila existió y así lo comprueba la monumental estatua que  desde las alturas protege a la ciudad de Guanajuato, de cualquier peligro o intromisión. Para eso tiene su tea encendida, todavía.

En otras palabras y en todo caso, El Pípila somos todos… que salió o salieron de La Galarza.

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