Ciudad de México, octubre 5, 2024 10:34
Opinión Rebeca Castro Villalobos

Una bocanada de aire puro

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Fueron casi tres horas las que disfrutamos en la soledad, a la distancia y con amena conversación, apreciando además  lo que la naturaleza vestida de verde nos brinda en tan excepcional sitio… el cual por órdenes del guardia tuvimos que dejar a las cinco de la tarde”.

POR REBECA CASTRO VILLALOBOS

Cierto es que conforme ha transcurrido la pandemia, que dura ya seis meses, los lugares públicos al aire libre se han visto más concurridos que antes.

El acceso vial al que acudía a caminar y trotar casi en solitario de pronto se convirtió en un concurrido lugar,  ya sea para correr, andar en bicicleta, llevar a pasear a los perros e incluso de paseo familiar llevando consigo hasta las carriolas  y al bebé.

Salvo sus excepciones, las personas no portan cubreboca. El hecho de estar al aire libre y guardar la sana distancia les da confianza para disfrutar ese trayecto de aproximadamente ocho kilómetros, ida y vuelta, y desde donde se puede apreciar los cerros y montañas que rodean la ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad y Pueblo Mágico.

Eso sí. todos cuidando el paso de los automóviles que transitan por esa carretera, si bien debo decir que no es de alta velocidad, pero los conductores toma la vía casi siempre sin respetar el límite de velocidad, además de rebasar inconscientemente a los que acatamos el Reglamento de Tránsito.

Conforme uno toma camino a ese llamado Acceso Diego Rivera, y que construyeron para acortar la distancia entre el bulevar que nos lleva a las afueras de la ciudad y la Presa de la Olla (parte del centro histórico), observa la cancha de basquetbol que por muchísimo tiempo permaneció vacía, incluso cerrada con un enrejado al público, igual que los aparatos para hacer ejercicio, llamados gimnasios urbanos, tienen en estos meses mucha demanda.

Cuando he llegado a pasar, me preguntó cómo entran a dichos espacios toda vez que tienen hasta candado que prohíbe el penetrar tan fácilmente. Aunque pensándolo bien siempre queda un boquete por el cual ingeniosamente se saltan para introducirse y aprovechar las instalaciones. Me pregunto asimismo si en el caso de la cancha de basquetbol, por lo general con equipos que se retan en el juego, la sana distancia es la prudente, toda vez que el intentar quitarse la pelota para encestar, siempre  hay acercamientos entre los deportistas, quienes en otras ocasiones prefieren utilizar el aplanado para jugar futbol.

Como ese lugar, existirán muchos otros espacios abiertos en la ciudad, donde se puede dar un respiro de aire fresco, sin que represente un riesgo de contagio del maldito virus, de acuerdo a lo que dicen los encargados de la Salud de la población.

Por mi parte, después de tanto encierro y cuidarse, harta de mi actual rutina, el pasado lunes tuve la agradable experiencia de pasar unas horas en la Sierra de Santa Rosa, junto con mi amiga Rosario Patricia.

Dicha Sierra, en donde se encuentra una diversidad de especies florísticas y faunística, ser una fuente de recursos para los habitantes serranos de los tres municipios que comprende: Guanajuato, Dolores Hidalgo y San Felipe. La Sierra de Santa Rosa abarca 113 mil hectáreas y sustenta habitantes de comunidades de tipo rural.

Había pasado mucho tiempo, quizá uno o dos años, que no visitaba esa boscosa Sierra, la cual actualmente luce en todo su verde esplendor por las recientes lluvias. Si bien nuestro destino era llegar al pueblo de Santa Rosa, atravesarlo y culminar en una hermosa presa llamada de Peralvillo, por la distancia y la hora decidimos optar por hacer nuestro ansiado día de campo en un sitio de convivencia familiar, mismo que por ser inicio de semana, se encontraba desierto.

Para mayor comodidad y no tener que cargar nuestra canasta, adquirida exprofeso para esas ocasiones y tener que  caminar a cuestas hasta donde se encuentran las mesas de madera y los fogones; solicitamos autorización para introducirnos con todo y auto al área de acampado. El permiso nos fue concedido y por una módica cuota nos retiraron la cadena para pasar y estando a nuestras anchas, sentarnos  en la mesa de cemento, con los víveres que preparamos: una tortilla española y ensalada de jitomate con ajonjolí y un buen vasito de vino tinto. Eso sí, sin excesos por el curveado camino de retorno a la ciudad.

Fueron casi tres horas las que disfrutamos en la soledad, a la distancia y con amena conversación, apreciando además  lo que la naturaleza verde nos brinda en tan excepcional sitio… el cual por órdenes del guardia tuvimos que dejar a las cinco de la tarde.

Fue a nuestra salida cuando nos percatamos que no éramos las únicas que por un rato nos quitamos el cubrebocas y la careta, respirando el aire puro de la Sierra, toda vez que al mismo tiempo y por otro camino, abandonaba el lugar una camioneta en cuyo interior se apreciaba una pareja, la cual segura estoy que, al igual que nosotras tomó esa bocanada de aire que en estos tiempos nos es tan necesaria para continuar en este confinamiento en el que nos mantiene la epidemia.

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